El estilo y la idea
Los equilibrios entre el estilo y la idea, como en otro sentido los debates sobre la primacía de la música o la palabra, son temas primordiales desdes siempre en una representación operística. Se renuevan con La flauta mágica, presentada ayer en Madrid. Schönberg sabía muy bien lo que hacía al recopilar sus ensayos sobre música destacando precisamente el estilo y la idea.
De las diferentes aproximaciones escénicas que admite La flauta, Marco Arturo Marelli se ha decantado por un tipo de narración basado en el color y la geometría. Mediante el color (el mundo es un arco iris) se potencia la estructura de cuento infantil; con la geometría (cubos, triángulos, planos inclinados), la lectura se inclina hacia cierta abstracción de intención filosófica, potenciada por unas fórmulas matemáticas o científicas escritas en las paredes del cubo principal, que no solamente estimulan la fe en el progreso racional, sino también reflejan como en un espejo algunos valores clave del Siglo de las Luces. Lo que sobrevuela, por encima de todo, es la dimensión humana de un mundo utópico, algo que entronca con las intenciones mozartianas en esta ópera de corte tan trascendente como popular. Hay, de todas maneras, un elemento de simplicidad desde el vestuario (la pareja iniciada, de blanco; la Reina de la Noche, de negro; Papageno y Papagena, de verde pájaro), en el afán de que todo quede claro, clarísimo. La narración no es excesivamente rica en la aplicación de recursos teatrales, pero fluye con cierta benevolencia. Hay, acertadas o no, eso es otra historia, ideas o, si se prefiere existe una opción, todo lo discutible que se quiera, pero una opción.
La cuestión musical es harina de otro costal, especialmente en el terreno vocal. Por aquí asoman las exigencias de lo que debe ser el canto mozartiano. Curiosamente, en las lecturas seleccionadas en el programa de mano hay algunas consideraciones al respecto de una cantante histórica tan estimable como Irmgard Seefried. Dice textualmente: 'Es preciso cantar a Mozart con prestancia, gracia y temple, con humildad y sencillez (...). El peor enemigo es la pesadez. La voz debe mantenerse flexible y maleable, ligera (...). Lo que prima en Mozart es la inteligencia del buen canto y no la del buen sonido. Una continuidad de bellos sonidos es el aburrimiento moral asegurado. Para resumir, Mozart es ligero y profundo, ligero y palpable'. Uno lee estas cosas en los prolegómenos o en el descanso, y luego escucha lo que viene del escenario y, como mínimo, se puede plantear unas cuantas interrogantes sobre el estilo, o puede buscar quién se ajusta más a estas afirmaciones. En ese caso la identificación con la Pamina de Elizabeth Norberg-Schulz es inevitable. Papageno está, en general, más afortunado que Tamino o la Reina de la Noche, pero esto son cuestiones menores. El equilibrio entre la idea y el estilo se inclina, pues, en esta Flauta hacia uno de los lados.
Queda, para complicar un poquito más las cosas, un comentario sobre el trabajo Frans Brüggen. Desde la obertura se apreció con nitidez que lo que buscaba el maestro holandés era no perder excesivamente el espíritu de sus interpretaciones habituales con instrumentos originales. Y esto se percibía en el tratamiento de las articulaciones, los tempos, el fraseo y hasta los golpes de percusión. Fue la de Brüggen una lectura ordenada, conceptual sin caer en la frialdad, precisa sin alcanzar un brillo especial y, en cualquier caso, mozartiana: humilde y sencilla, que diría I. Seefried. La Sinfónica de Madrid respondió con flexibilidad y competencia. Fue una gran idea contratar a Brüggen, precisamente por cuestiones de estilo.
Babelia
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