Emociones fuertes
Los amantes de las emociones fuertes tendrán en este siglo XXI, según tantos síntomas, donde escoger. La demógrafa Anna Cabré explicaba hace cinco días una realidad terrorífica: 'Las diferencias entre ricos y pobres', decía Cabré, 'se traducen de forma flagrante en que unos (los ricos) viven cada vez más y otros (los pobres) cada vez menos. Es gravísimo'. No se trata, pues, de vivir mejor o peor: sino de vivir o morir. Esta realidad explicaría, sin duda alguna, el dramatismo del fenómeno de la inmigración tal como lo conocemos aquí.
Que millones de personas intenten escapar de la muerte en el subdesarrollo es algo que parece verosímil cuando se observan las penalidades por las que pasan esos hombres, mujeres y niños hasta llegar a la tierra prometida que encarnan a sus ojos países como España. Claro que ellos ignoran que aquí podemos morir de vacas locas o en manos de quienes matan para quedarse solos en su territorio, como es el caso de ETA. Pero, para los inmigrantes, esa tremenda paradoja que nos envuelve debe resultar menos dramática que su realidad de partida. Peridis, por cierto, dibujó esta gran paradoja, verdadero tabú del presente, con maestría: 'Unos matan porque se quieren ir. Otros mueren porque quieren venir'. Este es el mundo feliz real con el que empieza el siglo XXI aquí mismo.
Pero hay mucho más. Los amigos de las catástrofes, los amantes del horror y de los freaks están de enhorabuena y desde ahora mismo habría que aconsejarles que, dado el cariz que toman las cosas, busquen en las novelas -sí, novelas- el espanto que hasta los periódicos tienen reparo en reproducir. Lo último de lo último -están a punto de aparecer varios libros- es novelar la realidad más real con el fin de que podamos calibrar lo que sucede de verdad. Es decir, el colmo de lo moderno está instándose en el travestismo de los géneros literarios: el realismo cuenta cuentos chinos mientras que la novela se convierte en el recurso del que se echa mano para que los contemporáneos estén bien informados. Dicho de otra manera: la ficción ya explica la realidad mientras la no ficción habla de fantasías, acaso ideadas por ingeniosos propagandistas y relaciones públicas. Una nueva paradoja milenarista en la que habrá que detenerse con más calma en algún momento.
Acabo de leer las pruebas de un excelente y estremecedor ejemplo de novela en clave de realidad que será publicada (por Intermón) el próximo febrero: El Informe Lugano. Sobre la conservación del capitalismo en el siglo XXI. Se trata de un relato de ficción (realidad) en el que un grupo de expertos evacua un esclarecedor informe encargado por los amos del universo, preocupados por su propia supervivencia, para proteger al sistema económico hegemónico global de catástrofes y amenazas. La autora de la novela es la norteamericana Susan George, filósofa (por la Sorbona), licenciada en literatura francesa y en ciencias políticas (en el Smith College de EE UU), doctora en Ciencias Sociales (por la EHESS de París), miembro, entre otras cosas, del Instituto Transnacional de Amsterdam y el Instituto de Estudios Políticos de Washington, experta en finanzas y en el sector alimentario internacional, autora de diversos ensayos. Esta biografía avala su capacidad para el realismo más descarnado y analítico; sin embargo, George ha expresado en clave de novela lo que los estrategas del capital sólo dicen entre ellos: 'El siglo XXI debe elegir entre disciplina y control o tumulto y caos' (...) 'el capitalismo, como Dios, también escribe derecho en renglones torcidos' (...) 'no se puede sostener el sistema liberal de libre mercado y, simultáneamente, seguir tolerando la presencia de miles de millones de personas superfluas', por ejemplo. George, progresista irreductible, convencida de que 'habrá que escoger entre inventar la democracia internacional o el Informe Lugano', da un montón de datos -de la Universidad de Harvard y otros organismos reales- sobre el galopante aumento tanto de las enfermedades depresivas como de los muertos de hambre y de la posibilidad de un accidente global. Quedan, pues, avisados.
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