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FÚTBOL Profesionales cuestionados

Portero, un puesto bajo sospecha

Los 20 guardametas habituales en la Liga suman menos partidos en la Primera División que Iribar, Esnaola, Buyo y Zubizarreta juntos

La estabilidad ya no es un grado en los porteros de fútbol. De los 20 guardametas que se alinean habitualmente en la Primera División sólo tres pueden exhibir una antigüedad que recuerda tiempos pasados. Ceballos (Racing) y Alberto (Real Sociedad) cumplen su novena temporada consecutiva en sus respectivos equipos; Juanmi (Zaragoza), la octava. Los restantes apenas alcanzan un trienio en sus clubes.Hay un dato elocuente: entre los veinte sumaban en las primeras 13 jornadas de Liga una experiencia de 2.047 partidos en Primera, 52 menos de los que acumularon Iribar, Esnaola, Buyo y Zubizarreta, cuatro cancerberos que figuran entre los diez futbolistas con más encuentros disputados. La máxima de que el portero era un puesto demasiado frágil para ser alterado ha pasado a la historia. Zubizarreta fue su último profeta. Su despedida, en 1998, marca un antes y un después.

"Un buen equipo comienza por tener un buen portero", decía Howard Kendall, el entrenador que hizo campeón europeo al Everton, poco antes de entrenar al Athletic. "¿Qué tal es el del Athletic?", preguntaba al periodista en su casa de Liverpool antes de interesarse por otros jugadores de su nuevo equipo. Biurrun, ex de Osasuna, era el guardameta rojiblanco desde que Zubizarreta fuera traspasado, en 1986, al Barcelona, seis años después de resolver la orfandad dejada por el mítico José Angel Iribar.

Huérfano de ambos, el Athletic vive un calvario en la portería: desde El Chopo hasta hoy han pasado 21 años y 11 hombres por los tres palos de San Mamés. Ninguno ha convencido a la grada y ninguno ha durado más allá de tres temporadas como titular. El club más tradicional del mundo, el que más profesa los cultos del clasicismo, ha sucumbido también a la tentación de la portería. En su caso, no han sido las normas las propulsoras de este cambio de actitud ni de este clima de desconfianza que rodea a los porteros.

La Real Sociedad, probablemente el club que mejor encarnaba la tradición en la portería, tampoco se resistió al mercado semilibre y fichó al sueco Asper por obra y gracia de Javier Clemente.

Destituido Clemente, Asper tiene sitio fijo en el banquillo.Lo suyo ha sido una anécdota. Alberto había llenado el hueco dejado por Arconada con más prestigio que el que le concedió Clemente. Ahora ha retornado a la titularidad, ayudado por las actuaciones calamitosas del nórdico. A cambio del escándalo, Alberto ya no es el que era. La Real, tampoco.

La ley Bosmann ha sido el disparadero sobre el que se ha dinamitado la estabilidad de los porteros. Las anteriores reglamentaciones: apertura a los extranjeros, la época de los oriundos, la vuelta a la apertura limitada a los foráneos..., no afectó demasiado a los gurdametas de la Liga española. Con pocas plazas para repartir -dos, tres, cinco-, entrenadores y presidentes apelaban al goleador o al centrocampista antes que al portero.

Pero la máxima de Kendall ha ido sucumbiendo a la presión del mercado. Hubo, no obstante, algunos casos simbólicos. Guardametas estrafalarios como el belga Custers (Espanyol) o el colombiano Higuita (Valladolid), entre otros, recalaron en el fútbol español con más ruido que nueces, pero el portero no era un jugador que se buscase en el extranjero, salvo casos de fuerza mayor.

Las cosas han cambiado. De los 53 porteros inscritos en la Primera División 16 son extranjeros. La cifra, sin embargo, es más elocuente si se descuenta a los terceros guardametas, ésos que apenas rellenan las plantillas o que alternan el primer equipo y el segundo.

Los porteros han pasado de ser objetos de culto a mercancía vendible. El ejemplo más evidente radica en los grandes clubes. El poder del dinero no garantiza la estabilidad. Desde que Buyo abandonó Chamartín, el Real Madrid se ha gastado miles de millones en asegurar su portería. Después de un rosario de porteros, el alemán Illgner parecía la apuesta reciente más sólida mientras que el argentino Bizarri supuso un tanteo saldado con un rotundo fracaso. Al final, su solución ha sido Casillas, del tercer equipo, que ha resuelto a la vez sus problemas y los de la selección española. Illgner incluso ha pasado al tercer lugar, en beneficio de un suplente fichado al Valladolid: César. Conclusión: la solución, Illgner, es ahora el problema.

El Barcelona tampoco escapa a estas situaciones curiosas. Desde que Zubizarreta fue traspasado al Valencia, en el que siguió rindiendo a la perfección, los azulgrana viven desguarnecidos.

El holandés Hesp, otro desconocido, se antojó la solución, pero cayó pronto en desgracia. El portugués Baia hundió su pedigrí, intacto hasta entonces, cuando el Camp Nou comprobó la delicadeza de sus manos. El francés Dutruel era la extraña opción. Había llegado a Vigo desde el banquillo del París St. Germain y con una irregularidad evidente. Sus lagunas eran tan considerables como sus aciertos. El equipo catalán apostó por él y en una decena de partidos perdió su crédito. Arnau, la eterna alternativa, tiene la suerte de espaldas. Cuando llegó a la titularidad, se lesionó. Y, como Dutruel también tenía plaza en la enfermería, se apeló al joven Reina siguiendo los pasos del Madrid.

El periplo europeo acabó en casa. Un asunto habitual desde que el mercado arrasó la placidez de los porteros. El fútbol se ha resentido. Las indecisiones entre los defensas y sus guardametas se multiplican, los errores en el juego con el pie exceden a los problemas individuales de los cancerberos, convertidos por las normas en especies perseguidas y por los caprichos del mercado en ocupantes de un puesto que ha perdido su carácter específico.

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