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El nacionalismo ignoró la 'opción Lluch'

Embarcada en el Pacto de Lizarra, la cúpula del PNV se limitó a mirar con interés el proyecto del político catalán

Integración del nacionalismo

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Una travesía en solitario

LA OFENSIVA TERRORISTAEn esta Euskadi tan minada por la incomunicación, tan fracturada en compartimentos estancos, tan recelosa y debilitada, Ernest Lluch tenía que ser visto por fuerza como un personaje extravagante, un turista político a quien la curiosidad y la falta de prejuicios le llevaba a adoptar actitudes audaces y a penetrar en terrenos escabrosos. ¿Llegó a tocar alguna tecla prohibida que hizo sonar las alarmas en ETA? ¿El poder fáctico que manda en Euskadi quiso quebrar la influencia de este catalán entrometido y disciplinar, de paso, a su mundo con un mensaje inequívoco? ¿Ha querido volar los frágiles puentes que quedan entre el PNV y el PSOE para que los primeros se descuelguen definitivamente del Pacto de Lizarra, se incorporen a lo que la organización terrorista llama despectivamente en su último comunicado el "nuevo ciclo autonómico" y se integren en el bloque constitucional? La tesis que atribuye a ETA el propósito de dinamitar los puentes de encuentro entre socialistas y PNV es bien aceptada dentro de este último partido, que busca ahora el soporte del PSOE para asegurarse la permanencia en el poder, pero encuentra bastante escepticismo en el Partido Socialista de Euskadi (PSE) y el PP vasco.Según fuentes de los socialistas vascos, el PNV lleva semanas "puenteando" al PSE para proponer a la ejecutiva federal y a veteranos dirigentes vascos un acuerdo para un futuro Gobierno vasco y aislar así al PP. Una delegación del PSE se entrevistó la pasada semana con Zapatero, que les ofreció garantías de que la maniobra del PNV no frutificará.

Los partidos no nacionalistas recelan del entusiasmo con el que el PNV se apunta a esa interpretación de que Lluch fue asesinado para volar los puentes entre nacionalistas y socialistas y, tratándose de ETA, no creen tampoco que haya que interrogarse en exceso sobre los móviles y propósitos últimos del asesinato. "Ser socialista y ex ministro y andar sin escolta es más que suficiente para ETA", apunta Jesús Eguiguren, secretario general del PSE guipuzcoano y redactor de la llamada "vía vasca" para la paz que promovía Lluch. También Bittor Aierdi, confundador de Elkarri, organización a la que estaba afiliado Lluch, suscribe la opinión de que este género de interpretaciones resultan "demasiado sofisticadas para la ETA actual". Por el contrario, Patxi Zabaleta, el concejal de Pamplona y líder de Aralar, corriente crítica de HB, interpreta que el atentado va contra "la izquierda abertzale" y es un acto de "acoso y derribo contra aquellos que intentan crear puentes de diálogo". El ex rector de la Universidad Menéndez Pelayo trató, desde luego, al dirigente de HB Arnaldo Otegi y a Zabaleta, se entrevistó con el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, y casi con todos aquellos que pintan algo en la política vasca. Su condición de forastero, no marcado, por tanto, con el estigma descalificatorio de los antecedentes personales, su disposición al diálogo, su ilusión por contribuir a la solución vasca, le abrió casi todas las puertas, antes, durante y después de la tregua.

Sin embargo, este intelectual catalán de aire distraído y acusado sentido del humor no llegó a articular políticamente su proyecto constitucionalista de solución al problema vasco, como tampoco pudieron hacerlo desde estructuras políticas más sólidas quienes le precedieron en un empeño similar. Puede decirse que en momentos y escenarios distintos, personas diferentes han llegado por caminos diferentes a conclusiones parecidas hasta situarse en el denominado "tercer espacio". La idea de abrir un pasadizo jurídico a través de la Constitución y del Estatuto de Gernika para colar en la fortaleza legal el derecho de autodeterminación, teórico nudo gordiano del problema, fue ya barajada -y desechada tras el informe "técnico" de un abogado navarro de HB- en las conversaciones que esta última formación mantuvo con el PNV en 1992.

ETA nunca ha tenido el menor interés en explorar la vía de los derechos históricos del pueblo vasco presente en la disposición adicional de la Constitución, ya que la pretendida solución constitucional implicaba la aceptación misma del ordenamiento jurídico legal constitucional y estatutario que combate. Hasta 1995, fecha en la que propuso la doble negociación, ETA-Gobierno, de un lado, y los "agentes sociales" (partidos, sindicatos, movimientos en alegre tropel), por otro, ETA no contempló más horizonte que el de la negociación directa con "el Estado". Después, con el diseño del Pacto de Lizarra en la mano, los terroristas desdeñaron completamente la propuesta de Elkarri, filtrada en noviembre de 1997, 10 meses antes de la tregua, y gestada en el laboratorio académico del Curso de Verano de San Sebastián que impartía Lluch. El ex ministro fue más lejos que Eguiguren, partidario de una interpretación flexible de la Constitución que tuviera en cuenta la "tradición pactista y fuerista" del País Vasco y no sólo la pura ley.

Fue más lejos porque al contrario que Eguiguren o Mario Onaindía, el catedrático de la Universidad de Barcelona proponía, por ejemplo, junto al ex diputado y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas Miguel Herrero de Miñón, la reforma estatutaria como vía de integración del nacionalismo clásico en el bloque constitucional. Lluch consideraba que además de un problema de terrorismo había en Euskadi un problema político pendiente. "Si no podemos resolver el problema de ETA, intentemos al menos resolver el problema político", repitió.Sus planteamientos, asentados en el ejercicio teórico de ingeniería constitucional, sintonizaban en cierta manera con los que propugnaba el sindicato nacionalista ELA a partir de la proclamación de la "muerte del Estatuto", con las tesis del obispo José María Setién y con los de nacionalistas moderados como Michel Unzueta.

Embarcada en el Pacto de Lizarra, la cúpula del PNV se limitó a seguir con atención la iniciativa, viendo quizás en ella un peldaño en el que hacer pie en caso de que fracasara la aventura soberanista. El mes pasado, Arzalluz y Lluch constataron cordialmente sus diferencias en una comida en Sabin Etxea, la sede del PNV en Bilbao. Ahora, el PNV baja a la calle para sumarse a las manifestaciones contra el asesinato y proclama su concordancia con las tesis de Lluch que tanto afecto personal puso en la búsqueda de una solución al problema vasco. Su legado mayor puede ser, precisamente, el haber roto la incomunicación, el haber abierto espitas de diálogo entre gentes y compartimentos sociales que se ignoran.

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