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Metralletas en el estadio

La policía religiosa talibán interrumpe un partido de fútbol en Kabul por sobrepasar en 10 minutos la hora tope permitida

Paquistaníes rapados

En el Afganistán ocupado por los talibán, casi todo el territorio del país asiático, está prohibido aplaudir. Está prohibida la música, el cine y la televisión; las celebraciones de año nuevo y cualquier fiesta en que se junten hombres y mujeres.Los seminaristas islámicos que, proclaman, quieren restablecer la pureza del Islam en un país que sólo conoce la guerra en los últimos 20 años, también han prohibido los juguetes, las muñecas, las cartas, los juegos de mesa, las cámaras, las fotografías y las pinturas de personas y animales, los cigarrillos y el alcohol, los periódicos y las revistas, y la mayoría de los libros. Patrullas de jóvenes armados de Kalashnikovs y látigos, policías del Ministerio de la Propagación de la virtud y la represión del vicio, se encargan de hacer cumplir la ley.

Los talibán, que en 1994 y apoyados por Pakistán y Arabia Saudí, formaron las guerrillas que empezaron a conquistar el país que salía a duras penas de la fallida invasión soviética, creen que el tiempo libre, las horas no dedicadas al trabajo, al servicio a la patria y a la oración, es una pérdida de tiempo y Dios lo castiga. La práctica del deporte, una forma de perder el tiempo, está prohibida entre las cuatro de la tarde y el amanecer, lo que en la práctica es una prohibición total: poca gente puede ausentarse antes de su trabajo para jugar al fútbol, por ejemplo.

El Estadio Olímpico de la capital afgana, Kabul, es una ruina que se llena todos los viernes de 30.000 hombres (las mujeres no pueden salir de casa más que con el burka, el hábito que les cubre de la cabeza a los pies, y no pueden mezclarse con hombres que no sean sus parientes) para asistir como espectadores a flagelaciones, amputaciones, lapidaciones, ahorcamientos y todo tipo de castigos públicos que prevé le ley penal talibán casi siempre contra las mujeres: a una joven se la condena a 100 latigazos públicos por relacionarse en la calle con un hombre que no es pariente; tiene suerte de estar soltera: si estuviera casada la condena por el adulterio habría sido la muerte por lapidación; poco después, en la misma función, un cirujano amputa las manos a dos personas condenadas por ladrones: entre los vítores de la multitud, los funcionarios médicos muestran las manos agarrándolas por los índices; ese mismo estadio, de vez en cuando también sirve para que se organicen partidos de fútbol, como el que esta misma semana enfrentó a un equipo del vecino Pakistán con otro de Kabul.

Miles de espectadores contemplaban el partido el martes pasado. Fueron, por lo tanto, testigos presenciales de un hecho inaudito. De repente, en medio de una jugada, irrumpió en el campo de juego un grupo armado del Ministerio de la Propagación de la virtud que empezó a perseguir a los jugadores, los expulsó del terreno y detuvo a uno de ellos. Pese al enfado de los espectadores, que protestaron con gritos y lanzaron objetos, las autoridades deportivas afirmaron que no se podía hacer nada, que el partido había sobrepasado en 10 minutos el tope (las 16.00) fijado personalmente por el molá Mohamed Omar, el líder de los talibán.En el fondo, el castigo, acabar con el partido antes del pitido final, no fue tan fuerte como la fama talibán podía hacer temer. En Kabul se cuenta que en julio la policía religiosa había arrestado, afeitado la cabeza y expulsado del país a un equipo de jóvenes paquistaníes que habían jugado un partido con pantalones cortos, violando otra de las leyes talibán, la que regula la forma de vestirse y que prohíbe enseñar carne.

Hablar de fútbol en el Afganistán bélico es surrealista. Dado que el régimen talibán no está aún reconocido por Naciones Unidas y que de hecho sólo ha sido reconocido por tres o cuatro países (Pakistán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí entre ellos), la participación de una posible e inexistente selección nacional en cualquier competición internacional es imposible. Y aunque se le permitiera, difícilmente aceptaría la FIFA que cualquier selección se viera obligada a jugar con pantalón largo y al mediodía so pena de acabar los jugadores perseguidos por fanáticos con fusiles de asalto y con el pelo rapado.

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