El doloroso desengaño del Camp Nou
De ídolo indiscutible a personaje repudiado. De ser el único jugador que hasta tenía una canción en el Camp Nou -"¡No pares, Figo, Figo!"- a ser el enemigo público número uno, especialmente cuando recorta a los defensas y lanza esos centros medidos para que Raúl, casi sin esfuerzo, los transforme en gol. Mil veces se vio esa jugada en el Camp Nou. Si las cosas no salían, siempre estaba Figo; si el Barça estaba abúlico, por ahí emergía el valor seguro del portugués. Y, si se trataba del Madrid, Figo siempre volvía a ser el mejor (un gol en el clásico de 1996; el penalti de la victoria en 1997; un gol en 1998 y otro en 1999). Y ahora Figo vuelve otra vez al vestuario del que se fue sin despedirse, dejando tanto dentro como fuera una dolorosa ausencia y reabriendo, con toda crudeza, la descarnada herida del pasado 24 de julio, cuando, un día después de las elecciones del Barça, para consternación e incredulidad de casi todos, apareció junto a Florentino Pérez y Di Stefano luciendo la camiseta del Madrid."A Figo le pitarán mucho; porque le querían mucho", dice su amigo y capitán, Pep Guardiola. Bien lo sabe también el portugués. Figo logró en el Camp Nou algo reservado a los elegidos: una comunión con la grada que, en los tiempos más cercanos, sólo lograron, siendo extranjeros, Koeman o Stoichkov. Romario no se distinguió por su fe culé -actuó de brasileño: dejó su fantasía y se marchó- y Laudrup acabó en el Madrid. Pero el danés, reconciliado al final con la afición en el homenaje al dream team, tenía una excusa: Cruyff no le alineaba y con la distancia, la gente piensa que, al fin y al cabo, se buscó un futuro mejor.
Jorge Valdano, el director general del Madrid, dijo que los silbidos a Laudrup fueron proporcionales a la adoración que le dispensó el Camp Nou. Pero todo el mundo intuye que no será nada comparado con lo de Figo. Tras llegar en 1995, el portugués creció día a día, mes a mes, año a año hasta convertirse en el rey. Fue de los pocos que sobrevivió a Cruyff, Robson y a las cíclicas purgas de Van Gaal. Quizá fue todo una cadena de malos entendidos: Figo celebraba los goles besando el escudo; Figo corría a abrazarse a los aficionados cuando marcaba; Figo se quejaba del trato arbitral que recibía el Barça en el resto de España e insinuaba que si era acosado a tarjetas era porque vestía de azulgrana.
Quizá ese fue otro error: Figo mimetizó tanto el sentimiento culé -muchó más allá del famoso video de la celebración de una Liga- que parecía uno más de la cantera. Todo el mundo olvidó que era portugués. Su compromiso era tal que defendía la ficha de los que menos cobraban en la comisión de capitales igual que procuraba integrar a Rivaldo. Fue él quien, sobrepasando incluso a Guardiola, abrió la puerta de salida del club a Núñez y Van Gaal cuando el Barça cayó ante el Valencia en la Copa de Europa. Le sobraba autoridad moral: jugó lesionado pese a la inminencia de la Eurocopa. A diferencia de Laudrup, enfrentado con Cruyff y de Schuster, peleado con Núñez, a Figo no se le conocían motivos para irse a Chamartín: era patrimonio de la colectividad culé.
Pero pasó el verano y Figo, ese jugador honesto, discreto, generoso, se fue. Por todo eso se le quería tanto y por eso sembró el Camp Nou de incomprensión y desengaño Pero ¿No era el rey? ¿Todo por dinero? ¿Y por qué no aguardó a las elecciones? ¿Por qué fichó por un candidato? ¿Y por qué mintió tres veces a un diario diciendo que no se iría al Madrid? ¿Y las visitas a la peña de su nombre? ¿Y el restaurante japonés que abrió ante media ciudad y tuvo que vender? Las preguntas están en el aire, el debate de cómo recibirlo en la calle y queda una evidencia: que el Madrid, como hizo con Laudrup, siempre da donde más duele.
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