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GENTE

ENTRE PINTO... Y UCRANIA

Entre Pinto y Valdemoro. O, para mayor exactitud, entre Ucrania y Rusia. Así vive Leonid Dobronógov, quien, a finales de los años setenta, cuando a nadie se le pasaba por la cabeza que la URSS se rompería un día en pedazos, compró una casa en la aldea de Avilo-Uspenka, justo en el límite de la región rusa de Rostov del Don y la ucrania de Donetsk. En 1991, el año de las declaraciones de independencia de las 13 repúblicas soviéticas, su vivienda quedó partida en dos por la frontera internacional entre los dos grandes países eslavos. Los dos dormitorios, el gallinero, el pozo y el retrete quedaron en Ucrania. El salón, la cocina y el garaje, en Rusia, donde, además, este jubilado, que trabajó más de 30 años en los ferrocarrilles, tiene un pequeño huerto en el que cultiva patatas y verduras. Según se cuenta en un reportaje publicado en el diario Komsomolskaya Pravda, en alguna ocasión incluso le detuvieron los guardas fronterizos de camino al baño de su propia casa, que está en una cabañita de madera separada, lo que le obliga a llevar encima el pasaporte incluso para hacer aguas, menores o mayores. En teoría, pueden detenerle por cruce ilegal de frontera incluso cuando se levanta de noche a beber un vaso de agua en la cocina. Aunque trabajó 40 años en Ucrania, Leonid cobra una pensión rusa de apenas 3.000 pesetas al mes y saca ventaja de la diferencia de precios entre los dos países: en Ucrania compra vodka, y en Rusia, pan, sal y azúcar. Sólo tiene un reloj, pero debería tener dos, ya que continuamente está cambiando de hora, ya que en Ucrania es una hora menos que en Rusia. Para colmo, Leonid no sabe con exactitud cuál es su nacionalidad. Su pasaporte lleva el escudo y las siglas de la Unión Soviética. Está escrito en dos lenguas. En el apartado nacionalidad, las letras de URSS están tachadas, y un sello colocado encima pone Ucrania. Pero, además, nuestro hombre tiene otro papel, anexo del pasaporte, que dice que su poseedor es ciudadano ruso. Mostrando uno u otro documento, Leonid se maneja, mal que bien, en este micromundo kafkiano.-

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