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Congresos y transiciones

En el ocaso del estío, el Partido Popular celebra sus congresos provinciales, cuyo preámbulo ha sido el congreso del PP en Cataluña. La prudencia hizo que tales citas congresuales, que debían haber ocurrido en diciembre, fueran suspendidas ante las elecciones generales del pasado mes de marzo. Las disputas políticas internas en algunos lugares, a veces arrastradas de largo tiempo atrás, podían sonar como gorgoritos de un discurso de unidad del partido y el feliz liderazgo de José María Aznar. Bastante estridente era ya el sonido que producían las discrepancias y las luchas internas en el PSOE, que oportunamente había que rentabilizar electoralmente por el partido conservador en busca de su ansiada mayoría absoluta. Este discurso ha mostrado su eficacia al ocultar el largo proceso político que la Alianza Popular de Manuel Fraga comenzó en su IX Congreso en 1989 con el nuevo nombre de Partido Popular, una refundación, consolidación política y revalidación de la mayoría electoral que, desde los últimos meses de 1999, ha ido acabando con los flecos pendientes.En aquel congreso de 1989, Aznar fue designado candidato a la presidencia del Gobierno por primera vez, siendo más tarde elegido nuevo presidente del PP. Después de que el PSOE perdiera la mayoría absoluta en las elecciones generales de junio de 1993, el incombustible Manuel Fraga declaraba que "vivimos una segunda transición". Esta idea acabó ocupando un lugar central en el discurso conservador, connotando la supuesta falta de legitimidad del nuevo gobierno socialista presidido por Felipe González. Hasta tal punto José María Aznar quiso identificarse con la imagen de nuevo piloto del cambio político que, en noviembre de 1994, presentaba su libro Segunda transición. Pero en aquel acto, Aznar revelaba la otra cara, la verdadera, de esa peculiar "transición", la del propio PP, anunciando que su formación política era ya un partido de centro, que no fluctuaba entre los extremos, sino que se situaba permanentemente en el vértice del interés general: el hundimiento del CDS dejaba libre el espacio político de centro.

¿Qué estaba sucediendo en el conservadurismo español? Aznar y sus leales se habían empeñado en una agria lucha interna por consolidar territorialmente su poder en el partido frente a los cuadros heredados de Alianza Popular, que todavía hoy permanecen allí donde es mayor la persistencia de las estructuras sociales de su poder. Con este objetivo, el entonces vicesecretario general de Acción Territorial, Mariano Rajoy (actual vicepresidente del ejecutivo), buscó instrumentalizar los congresos regionales de esta formación frente a los militantes procedentes de AP, como sucedió en 1993. En aquel año, uno de esos hombres de Aznar, Eduardo Zaplana (que era alcalde de Benidorm por una turbia operación política de transfuguismo), se convertía en presidente regional del PP valenciano al desplazar a Agramunt en medio de sordas luchas por el poder y de oscuros casos de financiación irregular del partido.

En el IX Congreso del PP valenciano en octubre de 1999, Zaplana cerraba su propia transición con el lema "un proyecto para el siglo XXI". ¿Cuál? ¡El regionalismo! En su condición de presidente regional del Partido Popular, Eduardo Zaplana declaraba iniciar un proyecto puntero en la derecha conservadora del país, más conocida como de "centro progresista". El regionalismo significaba así una tercera vía para superar el debate entre centralismo y nacionalismo disgregador. Pero tal penetración en el espacio ideológico del valencianismo denotaba sobre todo el oportunismo político del PP en busca de nuevos espacios políticos en que ganar votos. Escarmentado por una mayoría simple que le condujo a un incómodo pacto con Unión Valenciana, Zaplana no tardó en desplegar (a imitación del caso balear) una operación de acoso y derribo por etapas de esa formación política. Una operación que comenzó en el congreso regional del PP en 1996, que impulsó un giro en su discurso político, y que culminó con el hundimiento de UV en las últimas elecciones autonómicas. Otro paso de aquella operación fue instrumentalizar la cuestión lingüística, como muestra la rocambolesca trayectoria de la Academia Valencia de la Lengua desde entonces. El resultado ha sido situar el valencianismo en el centro del discurso del PP, que no en su proyecto político, pero jurando fidelidad eterna a España.

Precisamente, el reciente IX Congreso del PP en Cataluña ha discurrido por los mismos derroteros al ratificar el giro catalanista defendido por el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, arrinconando a Vidal-Quadras, que dirigió el partido entre 1991 y 1996. Hay que recordar que entonces Aznar no dudó en sacrificar al presidente del PP en Cataluña, Alejo Vidal-Quadras, para evitar fisuras y asegurar el apoyo político de CiU; estabilidad parlamentaria en Madrid a cambio de convertir al PP catalán en una pantomima. Con una holgada mayoría absoluta, el Partido Popular aspira ahora a ser alternativa de gobierno asumiendo las tesis históricas del catalanismo y aceptando la política lingüística de la Generalitat. En medio del asfixiante personalismo de Aznar, aflora un descarnado pragmatismo político convertido en santo y seña después del "fin de la ideología"; mientras, los privilegios del poder mantienen la unidad de un partido con demasiados intereses particulares en juego, como más de un congreso provincial muestra.

Francisco Sevillano Calero es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Alicante.

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