El segundo oro, imposible
Víctima del férreo marcaje de sus rivales y de una caída, la pareja formada por Llaneras y Gálvez no cumplió su sueño en la americana
Ningún deportista español ha conseguido, en toda la historia olímpica, dos medallas de oro en los mismos Juegos. Joan Llaneras Roselló se pasó toda la noche del miércoles acariciando esa posibilidad, durmiendo con una debajo de la almohada, soñando a la americana con la americana, con esa prueba también llamada el madison, con las 240 vueltas (60 kilómetros) al velódromo que le esperaban por la tarde, 240 vueltas a medias con su buen amigo Isaac Gálvez, con quien ya ganó hace un año, en Berlín, el título mundial de la especialidad.El día amaneció brillante y caluroso. Ya se acabó el invierno. Es primavera en Sydney. Pero anocheció amargo. Gálvez, por los suelos. Llaneras, frío como siempre e impotente como casi nunca. Los dos, cegados por el sudor y la furia.
Era jueves, pero no hubo milagro. Estuvo el príncipe Felipe como espectador de excepción; también, Miguel Induráin. Ambos aplaudieron el esfuerzo, pero no pudieron tocar el éxito de los españoles. Tampoco pudieron gozar del de Dori Ruano, hermana de un novillero, que hace un par de años ganó el Campeonato del Mundo de puntuación, en Burdeos, y que ayer creía que podría subir al podio. La salmantina, ahora residente en Valencia, al menos se pegó el lujo de terminar al frente del grupo una carrera en la que fue imposible la fuga, el robo de una vuelta, la única táctica que manejan los españoles en el fondo.
Llaneras ganó el miércoles y envió su retrato robot a todos los cazadores de recompensas. A los australianos, que sabían que se trataba de la última oportunidad para que el país anfitrión consiguiera un oro en uno de sus deportes favoritos, el ciclismo; a los belgas, los maestros de la especialidad; a los italianos, tan hábiles y tan rápidos; a los británicos, combativos y fieros; a los austriacos, fríos; a los alemanes, veloces.
A todos les llegó claro el mensaje: está tan fuerte Llaneras, es tan superior en el fondo y la estrategia que lo único que se puede hacer para frenarlo es marcarlo en corto, no dejar ni diez metros de margen siempre que salga él o su compañero, Gálvez, ese sprinter que gana pruebas en carretera. Hay que echar los bofes, vaciarse, ponerse de acuerdo, anularlos...
Los australianos, los belgas, los italianos, los británicos... Todos se lanzaron desde el principio a la orgía de los sprints. Puntuaron, se dieron codazos, corrieron rápido: a 53 kilómetros por hora de promedio. Una barbaridad sin apenas tiempos muertos.
Cuando Llaneras los vio resoplar, cuando calculó que el tiempo se les acababa y que había llegado el momento, todavía faltaban 100 vueltas. La pareja española desplegó entonces sus armas. Gálvez, el rápido, el explosivo, encendió la mecha, hizo un sprint al vacío y ganó unos metros. Allá en la curva, en la parte más alta del peralte, le esperaba Llaneras. Un apretón de manos, un relevo y... a por ellos. Pero a por ellos fueron precisamente los australianos, enormes, infatigables, agresivos; los belgas y los italianos.
Esfuerzo supremo. Aniquilación. Los españoles insistieron. Con ellos, los argentinos y los daneses. Llaneras y Gálvez fueron fieles a sí mismos hasta la extenuación. Hasta que acabaron por los suelos. Así que Australia se quedó con el oro, Bélgica con la plata e Italia con el bronce.
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