El elefante quemado
El Montgó es una cabeza de elefante con la trompa extendida hacia el mar, esculpida sobre un sinclinal cretáceo. Muchos cazadores furtivos sueñan con tenerla colgada en el salón para sentarse frente a ella en un sillón orejero con un batín de color burdeos a juego con las pantuflas, tomarse una copa y complacerse de sí mismos. Tras arrancarle el marfil para fortalecer sus cuentas corrientes, la cabeza se ha convertido en el trofeo más codiciado.Algunos seres primitivos contemporáneos todavía piensan que la pieza cobrada transfiere toda su fuerza al cazador. Sin embargo, el proceso sucede a la inversa. Cada incendio perpetrado sobre la piel de este paquidermo de creta para satisfacer los intereses espurios de las constructoras y de quienes se tienen por sus propietarios, acaba por calcinar el poco seso que rige sus actos. Pese a su apariencia vencida, el carbonato cálcico del monte aspira la energía de estos criminales y la transforma en coscojas, lentiscos, espliegos y cantuesos. En el peor delos casos, el tiempo asedia al hombre, mientras que para la geología no existe.
Hasta hace apenas cuatro décadas, este elefante había sido respetado y adorado por las distintas civilizaciones que han buscado la protección en sus lomos. Su poderoso magnetismo atrajo al hombre desde que puso los pies en estas tierras. En sus cavidades ha quedado el testimonio de las pinturas y de las cerámicas impresas y cardiales, con digitaciones, incisas y peinadas. Incluso las ofrendas de fíbulas anulares, jaeces de caballo, óbolos cartagineses y tetradracmas de plata de Siracusa y Corintio. Entonces el hombre se conformaba con cazar, pescar y recolectar lo que prosperaba en su entorno, para luego devolverle el favor en forma de culto. Hasta ese momento había sido un poderoso elefante salvaje, cuyas sacudidas de pasión habían hundido no pocas naves romanas y griegas, en un claro desafío a Neptuno y Poseidón.
En el siglo XIX sus faldas empezaron a llenarse de bancales para colmar las expectativas comerciales de la pasa. Y en 1921 el Ayuntamiento de Dénia realizó el proyecto de colonización de la ladera norte para su explotación agrícola. La presión antrópica fue incrementándose con el auge del turismo. La titularidad del Estado no fue un obstáculo para la urbanización de su entorno. Los ayuntamientos, los registros de la propiedad y la propia Administración cerraron los ojos ante este fraude que produjo no pocas fortunas locales y reinventó el fuego.
Cuando el Consell lo declaró Parque Natural en 1987, la especulación había propiciado varias generaciones de cazadores que ahora codician su exterminio, puesto que ya no pueden negociar con su piel. Ahora su espíritu está restaurándose en las orquídeas y los endemismos rupestres, en los halcones, las raposas, los mirlos y las águilas de pecho blanco que se han hecho fuertes en su cima.
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