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Crítica:FERIA DE COLMENAR VIEJO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Generosas raciones de nobleza

Tuvieron suerte los espectadores que ayer acudieron a los toros en Colmenar, pues presenciaron una corrida que rebosó nobleza y embestidas pastueñas, y que pusieron en bandeja de plata a los espadas anunciados el triunfo. O sea que faenas hubo, y buenas, y encima varios pasajes artísticos que se pudieron paladear si el gusto del espectador así lo sentía, si era capaz de quedarse con el detalle de oro y con el adorno y el puro recreo. A pesar de algun petardo de las peñas, o de tal golpe de tambor que sonaba a calabaza despanzurrada.Los peros y los contras pueden venir por la condición del ganado en cuanto a su fortaleza y comportamiento. Pues si todo lo bueno y bonito que vimos hacer se le hubiera hecho a toros encastados, bravos y que hubieran peleado en el caballo sin asomo de mansedumbre, en fin, la tarde hubiera sido una quimera. Faltó la emoción de la bravura y abundó la estética y el toreo templado.

Pereda / Mora, Ponce, Caballero

Cinco toros de José Luis Pereda y uno de Mª Carmen Camacho, 1º; desiguales de presentación; 2º y 6º anovillados; nobles y pastueños, justos de fuerzas, alguno sospechoso de pitones.Juan Mora: media estocada tendida (palmas); estocada al encuentro (dos orejas). Enrique Ponce: media atravesada (oreja); pinchazo -aviso- y estocada (dos orejas). Manuel Caballero: estocada tendida (oreja); espadazo caído y descabello (silencio). Juan Mora y Enrique Ponce salieron en hombros. Se guardó un minuto de silencio por el aniversario de la muerte de Manolete en Linares. Plaza de Colmenar Viejo, 28 de agosto. 3ª de feria. Tres cuartos de entrada.

Juan Mora y Enrique Ponce fueron quienes se llevaron la mejor ración de nobleza y quienes supieron aprovechar la oportunidad de deleitar al personal. Cada uno en su corte y concepción del toreo. Y salieron en hombros aclamados por el gentío y contentos de conocerse y de haber toreado bien.

Juan Mora en su primero, protestado de salida por su presencia y flojedad, realizó una faena en la que tiró lineas de buen gusto, con algún muletazo conseguido. Irregular y sin sacar el partido que tenía el torillo. Y en su segundo cambió de actitud y, con el único toro que cumplió dos varas en el caballo, dejó sobre el ruedo colmenareño la huella de su personal y artística manera de sentir el toreo, al relajarse y acoplarse a la res propicia. Una faena de muleta que duró cuatro minutos poco más o menos, de tres series en redondo y dos al natural intercaladas, en donde sobresalió el cómo arrastró la pañosa al correr la mano izquierda, la del toreo más puro. Detalles de oficio para la galería, algún golpe escénico y, por encima de todo, hondura y destellos de arte cuando se sintió de verdad, unido a una brevedad justa y encomiable. Además se perfiló con la espada para cobrar una estocada al encuentro de bella ejecución.

Enrique Ponce en su primero hizo una faena de altibajos, más ligada por el pitón derecho que por el izquierdo, pues por ahí el burel tendía a puntear la muleta y no siempre Ponce le cogió la velocidad con la que embestía. Se llevó una oreja más bien generosa. No así en su segundo, en el que llegó a recrearse, y a sentirse soplado por las musas, algo que ocurre en contadas ocasiones. Recibió al toro por verónicas sueltas y templadas, amén de unas chicuelinas alrededor de la boca de riego, en el mismo centro. Para luego, en el turno de muleta, tras cuidar y dar aire a las pastueñas embestidas del toro, conseguir muletazos de buen trazo y variada interpretación. Primero a media altura y luego con la mano más baja en el remate. Naturales y redondos armónicos, de ritmo lento. Trincherillas, el pase de las flores y muletazos cambiados o ligados en el viaje natural del burel. Le sonó un aviso tras un pinchazo, después de una premiosa puesta en suerte para atacar con la espada, y en el siguiente envite un perfecto espadazo le puso en sus manos las dos orejas del buen colaborador al que había entendido. Que siempre es un mérito.

Manuel Caballero cortó una primera oreja, se la regalaron, por una faena de muleta sin apreturas, aseada y fuera de cacho. En la que, eso sí, hubo una estocada hábil y certera. En su segundo le tocó hacer pareja de baile con la res menos apropiada para lucirse o sentirse a gusto. Faena voluntariosa y una serie al natural mandona, que hizo acobardarse al toro y rendirse sin remisión.

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