EXPLOSIÓN CARIBEÑA EN EL CARNAVAL DE LONDRES
Salvo una tromba de agua a media tarde que empapó los coloridos y sofisticados disfraces de niños y mayores, nada se interpuso en la gran fiesta del carnaval caribeño. Como un ping-pong musical, los ritmos caribeños y sonidos house o garage de vanguardia rebotaban ayer de una esquina a otra de Notting Hill. Partían de cientos de equipos musicales, sofisticados y caseros, que los afrocaribeños londineses exportaron hace décadas desde Jamaica, Trinidad y otras islas de las West Indies británicas. Cada uno competía por atraer hacia los gigantescos altavoces una porción de los dos millones de personas que invadirán el barrio en el último puente festivo del verano londinense.Por comodidad, aunque no por originalidad de los temas escogidos, los pinchas instalados bajo los toldos de cuatro estrados, frente a esplanadas de cesped, estaban destinados a ganar el pulso de popularidad. Su música callaba momentáneamente al paso del desfile de disfraces, un espéctaculo de luz, color y, por supuesto, sonido. Muchas de la comparsas marchan acompañadas de sus propias bandas caribeñas de percusión o viento y sus bailarines disfrutan agitando el cuerpo frente a un público mutiracial.
El musical El Rey León ha inspirado algunos trajes de la presente edición y, ayer, jornada dedicada a los menores, niños y adolescentes lucían máscaras de animales salvajes, espectaculares alas de mariposas y sombreros con plumas de avestruz. Otros grupos resucitaron viejas costumbres del carnaval de Trinidad, que arrancó en 1833 para celebrar la libertad de los esclavos afrocaribeños. Así, sus descendientes, disfrazadas con camisetas hechas jirones, se embadurnaban brazos y piernas con chocolate líquido. "Simboliza la nueva vida, la libertad. Antaño se rociaban con almibar y brea, pero nosotras lo hacemos con chocolate", aseguró una de las asistentes.
Su comparsa pertenece quizá al creciente movimiento de puristas que intentan recuperar el espíritu original del Carnaval de Notting Hill. La fiesta estalló espontáneamente en los años sesenta como una forma de reclamar la calle para sus residentes, entonces predominantemente negros, y demostrar que los abusos raciales de la población blanca no conseguirían limpiar étnicamente el barrio.
Para 1965, cuando fue oficialmente reconocido por las autoridades de Londres, el carnaval era "una demostración de orgullo cultural, una cosa de negros", en palabras de Joseph Harker, editor de semanarios dirigidos a la comunidad afrocaribeña. En el nuevo milenio, Notting Hill ha sido invadido por las clases pudientes y por miles de turistas atraidos por el mercado de Portobello o la película de Julia Roberts y Hugh Grant. El carnaval es hoy una "gloriosa celebración de integración y harmonía racial" que disfrutan por igual europeos, asiáticos y latinoamericanos.
Para las gentes originales del barrio es un buen momento para ganar un par de libras extras. Productores musicales instalan los equipos más sofisticados y sus hijos sacan a la calle un par de platos y su colección de hip hop o garage-house, la última moda londinense. Con bidones de gasolina, unos construyen instrumentos de percusión, otros barbacoas donde tuestan mazorcas de maiz y pollo caribeño. Y en la entrada de sus casas, familias enteras tientan al público con platos caseros de curry de cabra, platano frito, empanadillas picantes, caña de azucar y otras delicias exóticas.
Notting Hill es un carnaval para todos con un único inconveniente: el toque de queda que las autoridades imponen hacia las siete de la tarde. La musica calla entonces, pero la fiesta continúa en bares y discotecas.
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