Reinonas
De mis artículos sobre Eugenia han deducido algunos lectores que yo, de niño, quería ser reina. ¡Cielos, no! Primero porque para lucir con garbo aquellos escotes nuevo imperio tendría que someterme a depilación diaria, y segundo porque el oficio de majestad debe de ser muy complicado. O se hace con gran talento y exquisito tacto, como doña Sofía de Aquí, o acabas mendigando reinos como Farah Diba de Allá (esta dama es emperatriz, pero no le veo yo la diferencia a la hora de obligarnos a la reverencia). Farah, suma sacerdotisa del oráculo Hola, anda lamentándose de lo cruel que ha sido su vida, pero como sea que hace unos meses incurrió en descuido y mostró en la misma revista las mansiones donde viven ella y parentela, deduzco que un exilio así ya lo quisiera yo para mis vejeces. (Por cierto: ¿de qué deben vivir Farah y su antecesora Soraya, la repudiada más famosa de mi infancia, y momia marbellí de mis mocedades?). Muchas lágrimas han bañado los tronos del mundo para satisfacción de los republicanos, que pensarán: "¡Pues a fastidiaros, bonitas!". En tiempos, lloré con el sinvivir de Sissi, cuya vida acabó en un Getsemaní, pese al envoltorio rosáceo de sus películas. Fueron malvadísimas dos escritoras nativas -Ana María Moix y Ángeles Caso-, quienes en sendos y estupendos volúmenes me demostraron que, en el caso de Sissi, no todo el monte de Venus era orégano. Decepción total. De todos modos, en mis recuerdos de cinéfilo cursilón, lo mejor de Sissi era la simpatía -simpatía alemana, pero simpatía a fin de cuentas-; también que era muy buena madre (¡anda que cuando la cerda de la suegra le quitaba a la niña!). A mis trece abriles esas cosas me daban simbiosis, que dicen los cutres de ahora, pero lo que más me admiraba era el galán que interpretaba a Francisco José, un rubiales hijo del gran director de orquesta Karl Böhm. En esto me parecía a la chica de la mercería y la dependienta de la carnicería. Y es que antes de llegar a messié Sartre, pasé por todo.¡Qué elegantona estaba Ava Gardner cuando hizo de Sissi madura! Olvídenlo. Hoy en día una corona ya no es garantía de elegancia. Para ser reina y pasearse con esos orinales que se pone en la cabeza la isleña Elizabeth II mejor la plebeyez llevada con dignidad. O con el arte. Recuerdo que, en el Liceo, Caballé hacía de Manon Lescaut, señorita de oscuro pasado; en plena agonía en el desierto americano una burguesa catalana exclamó: "A mí, aquesta dona m'agrada més quan fa de reina'. O séase: 'A mí, esa mujer me gusta más cuando hace de reina". Y aunque es cierto que Montse es de las pocas que ha cantado las tres reinas de Donizetti -Isabel I, María Estuardo y Ana Bolena-, no lo es menos que las burguesía catalana cuenta con una abrumadora mayoría de señoras gilipollas desde la época en que Mariona Rebull tuvo su derrame de perlas.
Para no ser gilipollas dejo al cuidado de las revistas los sueños de abolengo. Por eso, de niño no soñé ni por asomo con ser reina, ni siquiera aristócrata. Yo de niño quería ser el conejito Tambor, amiguito íntimo de Bambi, o el pinturero Kim de India; y, de adolescente, Mary Poppins. No porque tuviese vocación de enseñante, sino para aprender a decir correctamente Supercalifragilisticoespialidoso. ¡Vaya dardo palabrero! ¡Como para que nos lo explique mi incuestionable maestro don Fernando Lázaro Carreter!
http//terencimoix.com
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