Aromas de monasterio zen
Para lo que valen las plazas de toros cubiertas es para cuando estalla la tormenta. Ayer en San Sebastián nada más concluir la corrida los dioses empezaron a echar agua como en los tiempos del diluvio. El público, una parte de él, tuvo que quedarse en la plaza mucho tiempo después de acabar el festejo. Aquello eran riadas de las de antes de la guerra.Enrique Ponce toreó a sus dos toros muy despegadito, sin ligar un solo pase. Por esta razón consiguió que le diera el presidente el regalo de una oreja nada merecida. Las tres primeras tandas de derechazos fueron de menos a más. Con la izquierda no mandó ni en un solo muletazo. Su labor en ese toro de la oreja estuvo jalonada por el despegamiento, instrumentando algún buen muletazo pero sin grandes asombros.
Torrealta / Ponce, Tomás, Castella
Toros de Torrealta, desiguales de presentación, suavones, blandos, manejables; 5º, complicado.Enrique Ponce: pinchazo y estocada (ovación); estocada tendida (oreja). José Tomás: dos pinchazos, estocada corta -aviso- y descabello (ovación); -aviso- estocada un pelín desprendida (petición con gran ovación). Sebastián Castella: pinchazo -aviso- y estocada delantera (ovación); pinchazo, pinchazo hondo y media estocada -aviso- (aplausos). Plaza de Illumbe, 18 de agosto. 6ª de feria. Lleno.
José Tomás empezó la faena de su primer toro con unos fundamentos tan suaves, tan cadenciosos que el ruedo parecía un monasterio zen. Era como si estuviera dentro del propio torero un rey medieval que tiene el placer de errar por las murallas del tiempo antiguo. Todo ello estaba imbuido de una enorme suavidad, sin embargo algo había en ese monasterio que no llegaba a calar. Donde desarrolló mayores argumentos fue en su segundo, que era un toro que se pasó escarbando toda la faena, y ahí José Tomás demostró, sin estar a alturas de excelencia, poderío, mando y toreo que se distingue de los demás. Lo extraño es que el público pidiera una oreja para Ponce y no la solicitara con la misma fuerza para José Tomás, puesto que en ese segundo toro lo que mostró tenía mucho más hondura, y mérito que lo que hiciera el diestro valenciano.
Lo del francés Sebastián Castella tiene muy poco nombre. Es un muchacho que está por hacer, que no tiene sitio, que los toros le enganchan la muleta cada dos por tres. En el fondo casi escuchábamos en el aire lo que podía haber dicho Baudelaire: "Los malos toreros nunca dejan volar los pensamientos".
Citas aparte, el muchacho es joven y tiene todo un porvenir por delante, pero ese porvenir le tiene que enseñar que una de las cosas que un torero no tiene que hacer es aburrir al público como lo hizo él, en especial en el segundo toro. Si ya en el primero pegó pases como un repartidor de pizzas, a toda velocidad, ya en su segundo fue el colmo. Se aburrían hasta las almohadillas.
Sólo faltaba que en el ordenado desorden de las estrellas alguien de arriba pidiera que cesara la lluvia. Lo raro del estallido de la tormenta es que los toros de tan suavones no fueron nada respondones. Todo lo contrario. Primó en ellos la dulcedumbre.
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