El transterrado metafísico en su patria
A Eugenio y Trias yFernando Savater
Cuando Zaratustra llegó a los treinta años de su edad abandonó su patria porque, decía María Zambrano, amaba demasiado al hombre; no al rebaño ni tampoco al pastor y sus perros, tampoco amaba a Dios y a sus pacíficos animales virtuosos en el "desinterés". De la Prusia fatal, como le escribiría a su amigo Gersdorff (8 de noviembre de 1870), había que huir porque iba a anegar a toda Alemania en sus tinieblas del Reich, quedando el Geist, espíritu, estrangulado por gañanes, frailes y militares. Consciente de su intempestivídad -a Peter Gast le comenta desde Turín (30 de octubre de 1888) que es posible que su Ecce homo quede confiscado en la misma imprenta- buscó al hombre superior entre los doctos, los adivinos, el papa jubilado, los reyes de la guerra, los predicadores del trasmundo y de la muerte lenta, los nacionalistas y antisemitas, los buenos asnos y animales de carga que a todo dicen i-a, i-a, ja, sí en alemán, en fin, entre los amantes del igualitarismo y los abnegados de la solidaridad en el sufrimiento; pero sólo se encontró con el suspense y la felicidad del Gran Hermano como virtud de máxima audiencia nacional. Hermann Hesse dijo de Zaratustra que era un lobo estepario y que el nihilismo que él había señalado era lo que nosotros tendríamos que paladear a fondo.
A Zaratustra lo echaron, como era de esperar, fuera de la ciudad: era un peligro, decían los guardianes de la Felicidad de los Muchos entre anuncios de bancos al servicio del cliente y viajes tropicales para escapar de uno mismo, era un tormento para el "pueblo". ¿El hombre superior?, le decían; no, no, eso para ti, nosotros queremos suprimir de raíz toda nobleza del alma que pretenda "antidemocráticamente" crear valores y nuevas esperanzas. "¿Acaso no te has enterado, oh, Zaratustra, tú el ateo y abogado del círculo, de que Dios ha muerto y, por lo tanto, que ya no hay verdad y todo es relativo y todo da igual?". Así que este personaje de novela filosófica tuvo que soportar con dolor y profundo aislamiento al Reich como finalidad de la existencia. Jamás llegó a ser un best-seller. No porque su idealismo le prohibiera vivir de sus libros, algo completamente falso (carta a Malwida von Meysenburg, finales de julio de 1888), sino porque era imposible que conectara con el gusto religioso, moral y político de su patria. No predicó la compasión, ni el beato amor al prójimo; pero afirmó que ser buenos es ser valientes, que la valentía es la virtud que salva al prójimo y, sobre todo, al lejano. En medio de una ebria exaltación nacionalista y después de la victoria de Prusia sobre Francia, es decir, de la "Kultur" frente a la "Civilización" (Norbert Elías), se atreve a escribir que esta victoria es el punto de partida, II Reich, de la decadencia alemana. No pidió Zaratustra soldados sino guerreros porque sabía que la uniformidad de pensamiento mata lo más genuino del animal hombre: su capacidad creativa. En la III Intempestiva, ¿en que puede educar Schopenhauer?, se reivindica la individualidad y responsabilidad del que no quiere diluirse en el "nosotros"; de ahí que lo que se desprecia en el hombre sea su amabilidad para transformarse en masa y rebaño y no querer decir "no". Ejemplos de su intempestividad: "¿Qué es ser hoy día buen alemán? Todo buen alemán comienza con desalemanizarse" porque no se quería germanizar a Europa sino "europeizar a Alemania". ¿Cómo?: acariciando una idea de Europa como "fusión mixta de culturas y razas". Para entonces este ir contra la corriente general de su época lo había transformado en un "apátrída", y a los sin patria o, mejor puntualizado, a los que están en contra de las patrias, está dedicado La gaya ciencia. Esta ciencia alegre señala críticamente que los conceptos como "sustancia", "sujeto", "origen", "pueblo", "nación", "patria", "meta", "destino" y demás argumentos nacional-metafísicos utilizados por los pastores del Ser (Rh negativo incluido como documento biológico de la cultura "propia"), ya no pueden dar cuenta del devenir histórico. Todo lo contrario, en cuanto "hombres modernos", nos sabemos de origen y procedencia muy mezclados como, escribía, para formar parte de esta "sarna del corazón". Siempre he sostenido, frente a otras lecturas, que el antinacionalismo de este solitario viajero europeo era la otra cara de la misma moneda: su crítica a la metafísica. Apátrida significa, también, felicidad del historiador: no una única alma inmortal, sino muchas almas mortales. "Libre pensamiento" indicaba tanto pensamientos diversos como que se ha viajado mucho; así te parecía divino poder cambiar de opinión.
En la ciudad llamada Vaca Multicolor (utilizada por Michael Ende en La historia interminable) Zaratustra hizo una defensa de la eterna vida frente a la Vida Eterna. "El hombre sigue siendo el rehén del trasmundo porque los predicadores del más allá le han robado la muerte". Los sacerdotes se indignaron y rechinando se mofaron de este sabio ateo: "Ay, Zaratustra, le escupían bondadosamente, nada has comprendido del nudo revelador entre lo temporal y la redención. Quieres asaltar nuestro feudo, nuestro pan nuestro de cada día, pero la finitud como culpabilidad es el sello de este animal que se cree astuto". Pero él no escuchaba y proseguía su defensa acompañado de un arpa. "Al hombre le habéis robado la muerte haciendo que ésta aparezca como una objeción contra lo mudable y perecedero y finito. Para morir en paz habéis envenenado la vida con la idea de una Creación inmaculada y el don de la pureza que se venera en lo Inmutable, lo Eterno, la Meta Final. Sutilmente, os conozco como psicólogo del alma que soy, dijo tocándose suavemente sus enormes bigotes, preparáis al rebaño para el miedo al miedo: "o Dios o Nada", royendo al tiempo desde dentro, aboliéndolo, quitándole verdad a lo perecedero asumido como pura mentira. Pero esto es lo malvado: maldecir con agua bendita nuestra finitud de seres mortales. ¡Finitos y por eso culpables! En verdad os digo -y en este momento Zaratustra miró hacia el descampado en donde un grupo de niños jugaban al fútbol imitando a los portugueses- que el dogma de la Vida Eterna sólo es una doctrina de invierno para los que están cansados del conocimiento y del mundo. Algo propio, ya no podía contener más la risa, de los perezosos de la tierra".
La locura de Zaratustra se hizo famosa por todos los pueblos que visitaba. En vez de rezar a los seis días de Creación y séptimo de descanso eterno se dedicaba, decía la gente, a zarandear a los hombres para que crearan nuevos dioses. Era tal su irracionalidad que a la fe de los buenos creyentes oponía cosas tan descabelladas como "hombre superior", "voluntad de poder" y "eterno retorno"... ¡Como si existiendo, lo que toda persona normal sabe, un único Dios, no estarían entonces ya creadas todas las cosas y el hombre completamente definido de una vez por todas! La vida, ¿un continuo ensayo? El hombre, ¿¡un experimento porque es el animal aún no fijado y por eso preñado de futuro!? Para colmo no tenía voluntad de sistematizar su pensamiento y parecía un poeta: que si nuestra alma debe transformarse en un bailarín, que no amamos la vida porque estemos acostumbrados a vivir, sino a amar, que lo del infierno es propio de los chupaodios, que si hay que ser como una esponja si se quiere ser amado por corazones rebosantes, en fin, atrevimientos tan poco académicos como creer que se recompensa mal a un maestro cuando se permanece siempre discípulo.
Hablamos de Friedrich Nietzsche: alemán de pura sangre polaca. Revolucionó la filosofía al transmutarla en una meditación de y para la vida. Dioniso contra El Crucificado: nos ha ayudado a defender nuestra temporalidad terrenal y a contemplar el cielo libre de nubes y de cabezas espinosas, convirtiendo nuestro vilipendiado (por el otro mundo) devenir en nuestra auténtica patria. Excelente escritor, error imperdonable para los profundos del pensamiento. Hay palabras sangrantes en su obra, a nuestro juicio la más importante de la contemporaneidad, que no podemos, ni debemos, ni queremos ocultar en pleno centenario de su muerte (1844-1900), y que perfilan una "política" en donde la máxima virtud, la veracidad, le acaba dando la espalda a la fragilidad de la sociedad civil hasta el punto de, y a pesar de su defensa del politeísmo y perspectivismo, caer a veces en lo que criticaba: un jesuitismo educativo al servicio del genio sin entender que todos somos los novelistas de nosotros mismos (Alexander Nehamas: Nietzsche: the life as literature). Sin olvidar, no obstante, su defensa de Europa frente a la teutomanía y que los judíos del II Reich no tuvieron mejor aliado. Los nietzscheanos de ayer, al parecer, han dejado de serlo y explican la cosa como un pecado de juventud. Por estas razones considero oportuno recordar en el ocaso de las revoluciones a Ortega y Gasset, cuyo laicismo, entre otras cosas, debe tanto a Nietzsche como para pensar que no es Unamuno su auténtico heredero en España, idea defendida recientemente por el profesor Manuel Cruz en un ejemplar artículo (EL PAÍS, 20 de mayo de 2000), sino el autor de El tema de nuestro tiempo. El mismo que al interrogarse sobre Nietzsche desde la lejanía respondió: "Nos hizo una vez orgullosos". Albert Camus y Ortega coincidieron frente a la moral del resentimiento: ¿para cuándo el momento de la afirmación?, ¿qué necesitamos para poder solidarizarnos en la alegría? Según el propio Nietzsche, sólo tuvo un igual: Cósima Wagner, de ascendencia cultural francesa.
Al editar su hermana, casada casualmente con un antisemita, La voluntad de poder desaparecieron todos los fragmentos antinacionalistas, así como su beligerancia contra algunos autores antisemitas que utilizaban el Zaratustra. En esta selección de textos se basa el Nietzsche de Heidegger, "el verdadero Nietzsche", como escribe Faye, hermenéutica pronazi cuya Voluntad de Poder como Arte quiso hacer de la auténtica y pura cultura alemana el martillo con la que cincelar un nuevo mundo. Pero Zaratustra nunca idolatró al nuevo ídolo, el Estado o Reich, "la inmoralidad organizada", todo lo contrario, decía, "allí donde acaba el Estado, amigos míos, ¿no veis el arco iris y los puentes del hombre superior?". Y cuando algunos intentaron seguirle los paró en seco: "Si quieres seguirme, síguete a ti mismo". Es verdad que odiaba la debilidad y bendecía la fortaleza de espíritu, razón por la que en El nihilismo europeo (10 de junio de 1887), y frente a la añoranza de los Dogmas que nos hacían sentir tanta seguridad como la de la oveja en su redil, señaló que los que acabarán imponiéndose como "los más fuertes" serán, precisamente, "los más moderados". Cuando se volvió loco en Turin se abrazó a un caballo que estaba siendo maltratado. Amó la vida con todo su dolor y todo su placer, sin condiciones; pero el Eterno Retorno tenía dos objeciones: su madre y su hermana. Frente a algunos comisarios como Jorge de Burgos y Hobbes, que señalaron el humor y la risa como algo a erradicar de raíz en aras de la buena sociedad, este "cronopio" (Julio Cortázar: La vuelta al mundo en ochenta días, II) nos preguntó: ¿pero quién nos salvará de la seriedad?
Julio Quesada es catedrático de Metafísica de la UAM y escritor.
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