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Tribuna:CUADERNO DE TEATRO
Tribuna
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Cuánto cuanto MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez

- 1. Cataplanck! En 1968, Mel Brooks inventó a una pareja de productores (Zero Mostel & Gene Wilder) que apadrinaban un musical imposible, Springtime for Hitler, con la astuta idea de estrellarse en taquilla y quedarse con la pasta de los inversores. Naturalmente, el musical se convertía en un éxito freak y perdían hasta la camisa, lo que sería un buen ejemplo de paradoja cuántica aplicada al negocio teatral: Una mutación impredecible. No sería difícil imaginar hoy un remake de la peli con Wilder diciéndole a Mostel: "Ya lo tengo, jefe. Hacemos un musical que combine Crímenes del corazón con el Tractatus de Wittgenstein y nos forramos". Bueno, pues una cosa así (sin maquiavelismos, claro) es El temps de Planck, de Sergi Belbel y Òscar Roig, que combina física cuántica con melodrama familiar, probablemente el musical más radicalmente extraño de los últimos tiempos -Ricardo y Elena, de Carles Santos, y Turning Point, de Vilallonga & Collado, compartirían gustosos ese podio- desde que William Finn contó en A new brain la difícil convivencia con su tumor cerebral, alucinaciones incluidas.Pregunta: ¿Me gusta El temps de Planck? ¿No me gusta? Error. En el universo cuántico esa pregunta carece de sentido. Nada es bueno ni malo, sino todo lo contrario. (Que me aspen si entiendo algo de física cuántica, aunque, de entrada, un musical que contenga una canción titulada Fica't el sopar on et càpiga, mare ya me interesa). En el universo cuántico pueden coexistir una sensación y su opuesta, un tiempo fetén y un tiempo degradado, una escena potente y su aparente parodia, y acabar rimando, como demostraron Siniestro Total, Hombre de Orce y Carbono 14. No sé si me explico, pero es que Belbel tampoco se explica mucho. Digamos que El temps de Planck ha sido para mí una montaña rusa de sensaciones paralelas: Irritación, pasmo hipnótico, bochorno intenso, risa loca, deslumbramiento, emoción, y al final admiración. Lujuriosamente pretencioso, El temps de Planck es el espectáculo más freak de la temporada, pero también uno de los más valientes y arriesgados (producción incluida). Es la obra más disparatada de Belbel, y a la vez la más humana, la más emotiva; un poco como la respuesta marciana a la Arcadia de Tom Stoppard.

- 2. A ver cómo les cuento yo esto. En una escenografía de planos simultáneos, concebida por Max Glaenzel y Estel Cristiá, vamos a conocer a la familia Planck y a su vecino. El padre se llama Planck, pero no es Max Planck, inventor de la física cuántica, sino un modesto enmarcador, casado y con cuatro hijas, que se está muriendo a chorros. Lo interpreta Pep Cruz un poco como el doble cuántico de Topol en El violinista en el tejado. Su esposa, Sarah (Mont Plans), vitalista, hablando siempre de comida para no hablar de dolor, podría ser la versión cuántica de la madre de Fugaç, de Papitu Benet. Las cuatro hermanas son tres y una. Pongan en el molde sus tres hermanas de ficción preferidas, de Chéjov a Woody Allen, y añadan una mutante, a la que echarán de comer aparte. Las tres hermanas más bien arquetípicas son la furiosa Laura (Roser Batalla), la sensible Rosa (Rosa Galindo) y la sarcástica Anna (Ester Bartomeus). La mutante es la hija pequeña. Se llama María y es el personaje más delirante y más interesante de la función, que Pili Capellades interpreta, metiéndose a todo el público en el bolsillo, como un cruce cuántico entre Makoki y Russ Tamblyn en Siete novias para siete hermanos. María, colgada de las teorías de Planck que le cuenta el vecino, Max (Frank Capdet), otro aspirante a genio de la física, es así de rarita -sólo le falta cantar "It's alarming / how quantic / I feel", como su tocaya de West Side Story- porque a su madre le dio un calambrazo una minipimer cuando la cría era un feto. (Seguiremos informando).

Volvamos a lo de antes (o no, porque igual todavía estamos en ello). ¿Dónde estábamos? No lo sé, porque El temps de Planck me movió constantemente la tierra bajo los pies. Digamos que contiene lo mejor y lo peor de Belbel férreamente entrelazado, como las moléculas de la mantequilla de cacahuete. El humor más negro y descreído (las estupendas escenas entre Pep Cruz y Mont Plans) da paso a inenarrables apoteosis de jarabe sentimental, como el baile de primera comunión entre Planck y María (paralelo cuántico-diabético del baile de El Sur). Hay escenas ante las que no sabes qué cara poner, así que optas por una cara cuántica. No sabes si estás ante una escena seria o ante su parodia salvaje, como el strip-tease de Rosa, aspirante a actriz, cantando No sóc cap prostituta, que parece la relectura (cuántica) de Gypsy (con frases como "Despullar-se de veritat / espiritualment / damunt de l'escenari i mostrar no el cos sinó l'ànima / nua / no hi ha res més difícil") y que Rosa Galindo interpreta en uno de los actos de coraje más grandes que se recuerdan desde lo de Daoíz y Velarde. Y, al revés, lo que parece comenzar como una escena bufa -las tres hermanas fumándose un porro con el padre moribundo- acaba resultando la más verdadera y conmovedora de la función, y una de las mejores que haya escrito nunca Belbel.

En la primera parte hay una alarmante condensación de agujeros negros. Diálogos informativos en los que los personajes se cuentan cosas que ya saben para que nos enteremos nosotros (según el modelo "nos casamos hace 20 años y siempre hemos vivido aquí") y conflictos domésticos sosoncios (casi nada de lo que les pasa a las tres hermanas es demasiado interesante) con interpretaciones un tanto externas (modelo Broadway Standard: "Escúchame, Paddy Flanaghan, maldito cabezota irlandés"), como si no se lo acabaran de creer demasiado, cosa comprensible. Hasta el chispazo de la escena del porro, en la que, de repente, se opera el Big bang y la locura de Belbel comienza a expandirse, y los actores pisan fuerte, y yo entro en el juego como un crío. Es el Belbel que más me gusta, el Belbel que, como en Sóc lletja, echa a volar su imaginación demente y convierte a María en la verdadera protagonista. Highlights: María ahorcadita contra un ciclorama rojo furioso, mientras todos cantan a sus pies "Pobre Maria, no l'entenien"; María viajando en el tiempo hasta un domingo feliz de su infancia, con sus padres jóvenes y sus hermanas crías juntos en la cama (otra escena que "bonita bonita es"); María perdiéndose en un laberinto de vidas paralelas como el agente Cooper al final de Twin Peaks. Y dos ideas magistrales, teatralísimas, que cristalizan, en un par de minutos, todo el rollaco teórico que María y Max le cascan al pobre moribundo (y a nosotros) en el más peligroso agujero negro de la primera parte: la genial imagen de María pariendo a su propio padre, y el desdoblamiento final, una paradoja cuántica -llegar a un punto antes de salir, como la tortuga de Aquiles- resuelta a lo Rambal: María, a la que vemos en mitad del escenario, viaja "més ràpid encara que la velocitat de la llum", y aparece, magia potagia, "desdoblada" en el patio de butacas. Ole con ole.

- 3. Que muero porque no muero. La música de Òscar Roig, para no apearnos de la coctelería cuántica, estaría entre Michel Legrand y el Jason Robert Brown de Parade con unas cuantas gotas de Toldrà. Predominan el recitativo y los pasajes atmosféricos sobre las melodías pegadizas, aunque mi mujer lleva media semana cantándome el hipnótico mantra de "0'00000000" (hasta 43 y no se qué más) que abre y cierra el espectáculo, para así hacer de mí lo que quiere. No es una partitura que me haga dar palmas con las orejas, pero hay aquí cantidad de buena música ("vint-i-sis cançons i una vintena més de recitatius", como cuantifica Roig), elegante y con gusto, soberbiamente cantada (Rosa Galindo, Roser Batalla y Pili Capellades se confirman como primerísimas espadas, y el resto de la compañía tiene un nivelazo) y muy bien interpretada por una banda joven y flexible (dos violines, violonchelo, contrabajo, clarinete, trompa, vibráfono y piano) dirigida por Dani Espasa. Musicalmente, El temps de Planck es muy superior en complejidad y armonía a Sóc lletja. Hablemos de canciones.

Mis preferidas son: a) Avui fa un any que el pare és mort, que Rosa Galindo canta como si se paseara por Cherburgo bajo la lluvia; b) la balada Sóc morta -para mi gusto, la mejor del espectáculo-, que Pili Capellades canta, con energía electrificada, desde el interior de un ataúd emergiendo en mitad del escenario; c) la iracunda M'agradaria que et morissis, que Roser Batalla (quién si no) le escupe a Max (Frank Capdet), más mareado por las hermanitas que Jorge Sanz en Belle Époque, y d) el recitativo de Anna (Ester Bartomeus) apareciendo, fantasmal y sangrienta, tras un parto más bien desastroso.

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- P.D. (Apeándome de la cosa cuántica para volver al tiempo real, no le vendría mal un recorte a El temps de Planck: en el Romea -Barcelona, planeta Tierra- se puso la otra noche en tres horas. Mi corazón aplaude el riesgo, pero mi culo protesta).

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