Cartesio contra las cadenas
Zidane tendrá un papel decisivo en la final que disputará hoy Francia frente a la conservadora Italia
Italia se ha quedado sola en la defensa de su amado catenaccio, pero el equipo no alterará ni un milímetro sus ideas ante la final que se avecina hoy contra Francia. Su entrenador, Dino Zoff, ha regresado a los orígenes del fútbol que él conoció como portero en una dilatadísima carrera. Campeón de Europa en 1968 y del Mundo en 1982, la aportación del seleccionador italiano es insignificante por una lado -como mucho es una lúgubre copia de todos los activistas del fútbol destructivo de los años 60 y 70- y muy dañina por otro.
Italia se ha quedado sola en la defensa de su amado catenaccio, pero el equipo no alterará ni un milímetro sus ideas ante la final que se avecina hoy contra Francia. Su entrenador, Dino Zoff, ha regresado a los orígenes del fútbol que él conoció como portero en una dilatadísima carrera. Campeón de Europa en 1968 y del Mundo en 1982, la aportación del seleccionador italiano es insignificante por una lado -como mucho es una lúgubre copia de todos los activistas del fútbol destructivo de los años 60 y 70- y muy dañina por otro.Si los ganadores son reproductores de modelos, nada bueno puede esperarse de una victoria italiana, de un país que además oficia como primera referencia por la potencia económica de su Liga y por su capacidad para atraer a los mejores jugadores del mundo. Jugadores a los que poco importa perder los mejores años de su carrera en beneficio de sus cuentas corrientes. No hace mucho las principales tribunas periodísticas italianas reclamaban una urgente revisión de un modelo que decían agotado. Se quejaban de la ausencia de sus equipos en las finales europeas y tiroteaban con saña a la selección. Hablaban de la necesidad de recuperar a los centrocampistas creativos, de impulsar la regeneración del viejo diez -no ya cautivo del hermetismo, sino casi inexistente, como esas extrañas aves tropicales-, de encontrar una vía de salida a la imaginación, de liberarse de las cadenas que habían conducido al fútbol italiano a un estado crítico. Eso decían hace dos meses. Al grito de ¡vivan las cadenas! -¡¡¡catenaccio!!!- ahora muchos de los descontentos giran sobre sus opiniones y celebran el heroísmo, el sacrificio, la mentalidad ganadora, el sustrato químicamente italiano que han descubierto en el equipo.
La única diferencia con otros tiempos es que en Europa se escucha un clamor contra el partido de Italia frente a Holanda y contra la asombrosa apología del catenaccio que hacen prohombres como Trapattoni y Capello. Esta especie de movimiento de autodefensa continental pretende evitar que el fútbol europeo se impregne de los ruines valores asociados al juego que despliega la selección de Dino Zoff.
En esta situación, a Francia no le queda otro remedio que jugar el papel de Robin Hood, cosa extraña porque tampoco es una selección que se distinga por su generosidad. Pero estamos ante un buen equipo, con varios jugadores de primer orden y con Zidane, que para el aficionado medio es el futbolista que representa la memoria selectiva del juego. Zidane ha reunido por partes todos los aspectos del fútbol que corren peligro de olvidarse y los despliega en el campo con un sentido poco menos que didáctico. Con Zidane no sólo nos hace disfrutar, sino que nos recuerda los principios básicos: dónde, cómo y cuándo se juega.
Después de lo que sucedió en el Holanda-Italia, la selección francesa está obligada a asumir un protagonismo que quizá le abrume, pero que debe aceptar como salvaguarda de un hábitat civilizado. No le resultará fácil. Frente al represivo modelo italiano, los equipos terminan por evitar cualquier tentación de aventura. Sin embargo, dos de los equipos más admirados de la historia han sido Brasil del 70 y el Ajax de Cruyff, cuyo rasgo común fue la insolencia para negarse a aceptar el fútbol miserable que empezaba a extenderse desde Italia al resto del planeta. A Francia no le alcanza para medirse con aquellos dos equipos míticos, pero tiene un dato a su favor. Está en la obligación de demostrar su hegemonía tras la conquista de la Copa del Mundo. Nada mejor que hacerlo con convicción y virtuosismo, porque Italia ya ha anunciado su propósito. "Haría cualquier cosa por ganar", ha dicho Zoff. Con esa frase, sólo puede temerse lo peor.
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