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EUROCOPA 2000

Gol en El Paraíso

La victoria de Holanda ante Dinamarca desata la euforia en el país, pero pasa inadvertida en los 'coffee shops' de Amsterdam

Diego Torres

El Paraíso fue uno de los pocos locales donde el gol de Kluivert no se celebró masivamente. "¿Quién ha hecho ese gol?", se sobresaltó un cliente bajo los efectos de alguna hierba narcótica. Un inmigrante de Surinam, de aire disperso y mirada vidriosa, seguía el partido desde el escaparate del primer coffee shop de la calle Dam, a la entrada del Barrio Rojo de Amsterdam. "Fue Kluivert", informó con la mirada puesta en el televisor y una bolsita con seis gramos de Oro de Columbia en la mano. Eso fue todo. Sin más música que la que provenía de la calle y sin demasiado volumen, el Holanda-Dinamarca del viernes pasado apenas se veía en la pantalla, a través del humo blanco de la marihuana de Oregón y el hachís de Afganistán.Jugaba Holanda y el puerto de Amsterdam parecía una estructura hueca de cartón piedra adornada con parafernalia naranja. Apenas circulaban coches por las calles. Los canales parecían remansos de agua estancada donde flotaba algún globo. Un anciano atracó un bote con motor fuera de borda en el Open Haven. Tres malayos se pasearon indiferentes junto a millares de bicicletas acumuladas alrededor de la Estación Central. Cinco millones de holandeses veían el partido por televisión. Uno de cada tres, en un país que alcanza los 15,5 millones de habitantes. Jugó Holanda y su victoria (3-0) la catapultó a los cuartos de final de la Eurocopa. Pero antes, los seguidores locales hubieron de vivir 57 minutos de ansiedad. Incluso en Amsterdam, la ciudad más animosa, se hizo un silencio y las calles se vaciaron de gente. Hasta el gol de Kluivert. Ese balón que se enterró en la red y abrió paso a la fiesta.

El gol de Kluivert fue como el desenlace de un spaghetti western. Muchos lo vieron acodados en bares. Establecimientos como el de una bocacalle estrecha y húmeda de la avenida Nieuwendijk, que tembló como todos los bares de los alrededores de la plaza del Dam. Tres jóvenes señoras, a punto de cumplir los treinta, hicieron una demostración de salud física al arrastrar a sus acompañantes varones en saltos arrebatadores mientras Bergkamp dominaba el balón entre Schjonberg y Henriksen. Hubo un disparo y Schmeichel se interpuso en una salida espectacular. El misil rebotó en sus guantes. Al grito de admiración siguió el de frustración pero... Las tres rubias, de cuerpo generoso y tez pálida, se suspendieron en el aire antes de que Kluivert interceptara el rechace y marcara el primer gol.

Los altavoces acompañaron la celebración del tanto con una andanada de música tecno mezclada para la ocasión: un corte de Caribe Mix con reminiscencias del sambódromo del carnaval de Río, y mucho "¡oh-oh, eh-eh!". Esto es, el público aglomerado en torno a las pantallas y vociferando: "¡Oh-oh, eh-eh...!", que viene a ser el improvisado y cambiante himno de la selección, según explica un reflexivo seguidor orange aferrado a una pinta: "Como no tenemos ningún canto más o menos establecido, cada vez inventamos algo nuevo a base de ¡oh-oh, eh-eh...! y el clásico 'hop-Holland-hop-Holland-hop'...".

El holandés es un público de costumbres llevaderas, lejos de la propensión agónica de ingleses, italianos o argentinos. Es tan hedonista como sus jugadores. Carnavalesco. Cada aficionado es un abnegado improvisador para disfrazarse de naranja y salir a la calle a por cervezas. A meterse en un bar. O a quedarse en casa, clavado al televisor, con una peluca, un sombrero, o un pañuelo naranja adornando la testa. Algunos aparecen con monos de trabajo naranja. Con cascos de obrero. Con banderas. Con narices, sombreros de copa y camisetas naranjas que hacen juego con kilómetros de banderines y racimos de globos atados a ventanas, salas de baile, mercados, tiendas, barcos, coches, motos y coffee shops. En casi todos los rincones de Holanda hay alguien que rompe a gritar de alegría cubierto de naranja cada vez que un jugador de la selección marca un gol. Como el gol de Kluivert. Una bomba que provocó mucho estruendo. El Paraíso (The Paradise) fue una excepción.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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