Farsa consumada
Alberto Fujimori consumó ayer la mascarada de unas elecciones presidenciales bajo sospecha de fraude, con él de único candidato, sin observadores independientes y bajo el absoluto control del Gobierno y organismos afines. El que los peruanos hayan acudido en gran número a las urnas no debe llevar a engaño: de no hacerlo corrían el riesgo de una fuerte multa equivalente a un tercio de su salario. Algo que no puede permitirse la inmensa mayoría de ellos. Fujimori, que llegó al poder hace ahora dos legislaturas, quiere seguir cinco años más como presidente ratificado, sin importarle que sea mediante unas elecciones internacionalmente calificadas de farsa.La Organización de Estados Americanos (OEA) ya ha dejado claro que no sospecha, sino certifica, que las elecciones de ayer han sido una estafa. Washington ha anunciado que considerará al nuevo Gobierno de Fujimori como lo que es, un Gobierno sostenido por una mayoría amañada. La negativa de la Junta Nacional de Elecciones (JNA) a postergar los comicios, como pedían todos los interesados en buscar soluciones a las manipulaciones e irregularidades de la primera vuelta, es sólo la ratificación de ese estado de cosas creado por Fujimori y sus cómplices en los servicios de información y el Ejército para mantener sus privilegios y no pagar sus desafueros
No ha habido observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA); no ha habido candidatos opositores, no ha habido una administración mínimamente leal con el Estado e independiente respecto al presidente y candidato. El candidato de la oposición, Alejandro Toledo, ha hecho muy bien en no caer en la trampa. Si no hay elecciones libres, y no las ha habido, nadie puede pretender competir. Pero la victoria de Fujimori, pírrica como pocas, no podrá hacer olvidar que es producto de un fraude y que merece el repudio de todos los demócratas de Latinoamérica y del mundo entero.
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