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Los mantras en la economía

Soledad Gallego-Díaz

Los monjes del Tibet tienen fama de dominar la técnica de los mantras, es decir fórmulas místicas de invocación o ensalmo que tranquilizan el espíritu e, incluso, curan enfermedades. El más famoso es Om. Repetido muchas veces y prolongando el sonido de la eme produce un gran bienestar. A los economistas también les encanta repetir mantras. El secretario del Tesoro estadounidense, Lawrence Summers, por ejemplo, es un fanático de "fundamentals", una palabra que se han inventado los anglosajones para resumir los indicadores económicos reales (inflación, paro, crecimiento... lo que llaman "datos con corporeidad estadística"). Cuando le preguntan si la fortaleza del dólar es excesiva o si el euro está depreciado, Summers contesta: "Fundamentals, hermanos, ocúpense de los fundamentals".El mantra debería proporcionar más tranquilidad en Europa que en Estados Unidos. Al fin y al cabo, por primera vez en muchos años, la recuperación económica europea, según los indicadores reales, es sólida, sana y convergente. (Los problemas de España con la inflación se deben más a la rigidez de nuestros servicios que a la existencia del euro, por mucho que diga el vicepresidente Rato).

Si la Unión Europea escuchara la fórmula del brillante Larry Summers, no se plantearía la disyuntiva entre defender el valor de la moneda única o asentar esa recuperación, dejando en paz los tipos de interés mientras que la media de inflación siga siendo inferior al 2%, el déficit público esté por debajo del 1% del PIB, el paro siga decreciendo y tengamos un estupendo superávit en la balanza de pagos. Es cierto que el euro no se está convirtiendo en una divisa de reserva para el resto del mundo, pero aún así el 48% de los bonos que circulan por los mercados están emitidos ya en esa moneda y además, ese dato no es un fundamentals.

Hasta el canciller Schröder parece haber aprendido el mantra de Summers y ha empezado a reprochar a sus compatriotas que lloren la memoria de un marco fuerte. "Los alemanes no tienen necesariamente que llorar por eso", les criticó esta misma semana. "Fíjense en los indicadores económicos reales y díganme si Alemania no está fuerte".

Puestos a estar preocupados, sería más lógico que nos inquietáramos por algo que puede perjudicar real y rápidamente la beatífica imagen de una Europa sentada en posición de loto, examinando bellas estadísticas. En el último semestre del año y bajo presidencia de Francia, la UE tiene que intentar resolver uno de los problemas más serios con que se enfrenta al empezar el siglo: la reforma de su funcionamiento interno como paso previo, imprescindible, para la admisión de nuevos miembros.

Hasta ahora, nadie ha sido capaz de encontrar una solución brillante. El único ensalmo que circula por Bruselas y por las otras capitales europeas como posible mantra que tranquilice los ánimos y cure la peligrosa enfermedad del gigantismo y la ineficacia es la expresión "cooperación reforzada". Es una vía que no quedará más remedio que habilitar, si no se quiere que la UE se reduzca en el futuro a una simple área de libre comercio, pero que encierra también algunos peligros. Entre otros, decidir cuántos miembros puede tener la Comisión (la fórmula actual llevaría a una mesa de treinta sillas), hasta donde se extiende el principio de voto por mayoría (o dicho de otra manera, en qué campos se reservan los Estados el derecho de veto) o cómo reponderar el número de votos en el Consejo de Ministros de acuerdo con la población de cada socio de la Unión.

El hecho de que sea Francia la que dirija este debate puede ser un alivio, aunque ni los mismos franceses crean ahora que sea posible llegar a un acuerdo sólido antes de fin de año. París ya ha advertido que prefiere un fracaso en su presidencia que un mal compromiso, una postura sensata que sin duda apoyará Bruselas y el propio comisario encargado de las negociaciones institucionales. Se trata, muy oportunamente, del francés Michel Barnier, un seguidor de Chirac, de 49 años, antiguo miembro del llamado Grupo Westendorp que preparó el Tratado de Amsterdam.

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