Judit Polgar, la mejor de la historia
La húngara, de 23 años, ha superado en Bali a Kárpov y a Jálifman, actual campeón del mundo
El ajedrez ha tenido que esperar durante 15 siglos de historia para tener a una mujer incrustada entre los mejores. La húngara Judit Polgar, de 23 años, educada para triunfar en el deporte mental, acaba de ganar el torneo de Bali (Indonesia) con medio punto de ventaja sobre los rusos Anatoli Kárpov, ex campeón del mundo, y Alexánder Jálifman, actual campeón. Ninguna otra jugadora había logrado algo parecido. El primer fogonazo de su biografía se produce en Salónica (Grecia), durante la Olimpiada de ajedrez de 1988. Hungría, con Judit (12 años) y sus hermanas Sofía (14) y Susan (19), da una de las mayores sorpresas de todos los tiempos al ganar la medalla de oro femenina, rompiendo la hegemonía de las soviéticas, que parecían invencibles. Judit, siempre con un osito de peluche al lado del tablero como amuleto, muestra un talento asombroso, como si el ajedrez fuese un lenguaje natural para ella.
Pronto se descubre que esa comparación no puede ser más exacta: ninguna de las tres ha ido nunca al colegio, excepto para los exámenes. Sus padres, ambos pedagogos, se muestran muy orgullosos porque las han educado en casa con el ajedrez como asignatura, y dos objetivos: demostrar que el talento es cuestión de trabajo, más que de genes, y que las mujeres pueden jugar al ajedrez tan bien como los hombres. Para evitar el aislamiento social, su casa en Budapest es visitada diariamente por ajedrecistas de todas las edades.
En ese momento, Judit es bastante tímida, lo que da pie a que las tres reciban epítetos despectivos -como "monstruitos", "ratas de laboratorio" y "perros amaestrados"- por parte de algunos bocazas. Pocos años después, la evidencia se abre paso: las tres son extravertidas, hablan varios idiomas con fluidez y despiertan simpatía allá donde van. Además, juegan como los ángeles: Sofía, la única que rechaza ser jugadora profesional, gana el torneo de Roma de 1989 por delante de varios grandes maestros de renombre, con 8,5 puntos sobre 9 posibles. Susan, la única que acepta disputar torneos femeninos sube sin parar hasta ser campeona del mundo en 1996.
Pero Judit supera con creces a sus dos hermanas y a las escasas mujeres de la historia del ajedrez que han dado algún disgusto aislado a sus colegas masculinos; casi ninguna fue considerada entre los cien mejores jugadores de su época. El triunfo en el torneo Comunidad de Madrid de 1994 rompió todos los moldes: entre sus adversarios estaban dos de los mejores del mundo, el español Alexéi Shírov (entonces letón) y el estadounidense Gata Kamski. Pronto se hizo un sitio entre los quince primeros del escalafón, que reafirmó con su quinto puesto en el torneo de Linares de 1997, donde estaban todos los astros del momento.
Entonces se produjo un bajón en su rendimiento. Para algunos, su estilo ambicioso y agresivo no se completaba con la maestría en la estrategia que distingue a los grandes campeones; su forma de jugar, decían, estaba muy bien para imponerse a los maestros de segunda fila, pero no era suficiente para sobrevivir entre la élite. Por otro lado, esa crisis coincidió con un noviazgo sólido, y ella misma dejaba entrever que el ajedrez no era lo prioritario en su vida. Todo indicaba que ya había alcanzado su techo.
Pero su triunfo en Bali, con cuatro victorias y cinco empates -entre ellos, con Kárpov y Jálifman-, cuestiona todas esas teorías. Polgar ha demostrado en la ciudad indonesia que ya no es peligrosa solamente cuando ataca en tromba, sino que puede jugar y ganar a la contra, como hizo frente al holandés Jan Timman y el brasileño Gilberto Milos. Da muestras de madurez y gran experiencia a los 23 años.
Al principio, sus colegas masculinos de la élite jugaban incómodos contra ella porque era una mujer. Ahora la temen por lo bien que juega. Se han acostumbrado a su presencia, y ya no ocurre lo que pasó una vez en Linares: Polgar se encontró con Kaspárov en el retrete de señoras; como los participantes en el torneo siempre habían sido hombres, el ruso utilizaba ambos indistintamente.
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