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Ángeles sobre la plaza Mayor

San Hilario dijo: "Todo está lleno de ángeles". Y los más descreídos pudieron dar ayer fe de ello durante y después del espectáculo que en la plaza Mayor llenó el cielo de una magia que bien pudo ser fruto de las labores de los ángeles. El grupo italiano Ipazia, integrado por el Studio Festi y la Cooperativa Kant, puso ayer en escena, en pleno centro de Madrid, su montaje De los ángeles y de la luz, ángeles barrocos en los cielos de las ciudades. La intención de estos especialistas en teatro barroco es conquistar los espacios públicos para poner en escena una alegoría que explique la existencia y características de los diferentes tipos de ángeles, desde los querubines hasta los imponentes arcángeles.Para ello, ayer, sobre las diez y media de la noche, unas 6.000 personas congregadas bajo el cielo encapotado y aficionado a la llovizna vieron volar sobre sus cabezas cuatro globos de casi cuatro metros de diámetro, inflados de helio, pintados a mano e iluminados, bajo los cuales las bailarinas trapecistas iban desgranando ingrávidas piruetas. La música clásica, con temas de Beethoven y Rachmaninov, y la voz de María Callas para interpretar La casta diva, acompañaron las evoluciones de estas trapecistas y de las acróbatas que paseaban por la nada, sustentadas tan sólo sobre los cables que, de torre a torre de la plaza, cortaban la noche. Mientras tanto, la voz del actor Ricardo Moya recitaba las claves que distinguen a querubines de serafines, y a éstos, de los arcángeles. Pero casi no hacía falta, porque sólo con mirarlos se podía hacer uno a la idea.

Por ejemplo, se vio que los querubines, que uno imagina sin cuerpo y con las alitas pegadas al cuello, son criaturas creativas que impulsan el misterio, la música y el canto y pueden sucumbir a la soledad. Bajo la esfera voladora que representaba la noche evolucionaba Haziel, el ángel del misterio, que había entrado volando en la plaza. Su compañero Ariel volaba en la nada, a veces al encuentro del otro, entre nubes y luces dibujadas en el aire.

Luego entraron en acción los serafines, como Orifiel, el ángel del fuego, volando bajo una esfera en la que el sol brillaba sobre un desierto y con una espectacular túnica naranja profundo que vibraba como las llamas. Sus compañeros Malgaras y Baruchas bailaron con una estrella a la espalda, de la que brotaron cometas pirotécnicos que volaron cinco metros hacia lo alto.

Finalmente, el arcángel Ophaniel llegó en su esfera del viento y Zophiel le acompañó con la suya, que era una luna azul, mientras Uriel, encargado de guardar aquel edén que se perdió, revoloteaba envuelto en una lluvia de pétalos. El espectáculo, de cerca de una hora de duración, culminó con un sol de fuegos artificiales que brotaban en todas direcciones para festejar la paz y la fraternidad.

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