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Transparencias marinas

Son suaves y etéreas, como hechas de tul. Casi no nadan, sino que se dejan llevar por las corrientes marinas y salvo las más voraces, que podrían comerse a otras de su misma especie, sólo se alimentan de zooplancton. La exposición sobre medusas que hasta finales de año permanecerá en el acuario del Sea Life, en Benalmádena, desvela algunos de los misterios de estos animales poco consistentes y frágiles, más conocidos -y temidos- como aguavivas. La muestra, aunque es modesta y sólo reúne ejemplares de cinco especies, ha supuesto una inversión de 20 millones de pesetas. Lo más difícil ha sido reconstruir su hábitat: el mar abierto, allí donde las corrientes las arrastran. Por eso, dentro de cada tanque se ha colocado una salida de agua que las impulsa y las mantiene en constante movimiento.

La más voraz es la brújula del Pacífico. Salvo su sombrero rojizo, el resto de su cuerpo es un manojo de largas hebras que se enredan y se desrrenderan permanentemente. Dicen los biólogos que sería capaz de zamparse a otra medusa. Menos mal que las demás están aparte.

La moteada, que parece un fino encaje de novia; la púrpura, que echándole imaginación se asemeja a un huevo frito; la luna, casi un trozo de tul redondo; y la casiopea, que se pone bocabajo para que las algas que le rodean le aporten nutrientes. Hay una, sin embargo, que está bocarriba. A saber por qué. Por las dudas, las guías avisan a los acuaristas.

Las medusas son más conocidas -y temidas- como aguavivas. Sólo comen microorganismos, pero tienen un veneno, para protegerse, que es el que provoca urticaria. Son el plato favorito de las tortugas y el 80% de su cuerpo está compuesto por agua. Nacen de esporas y cuando apenas miden unos centímetros, se asientan en el fondo marino y toman forma de tubos alargados que se segmentan igual que una pila de platos. Cuando crecen, cada plato se desprende y empieza a nadar. Ya son jóvenes y empieza su vida en libertad, empujados por la fuerza de los océanos.

Michel Torres, el responsable de su cuidado, las alimenta, las vigila, las mima. Les está preparando el almuerzo: dos frascos enormes que bullen; uno de color marrón y otro naranja. Huelen intensamente a pescado. Es zooplacton, elaborado en base a huevos de artemia traídos de los grandes lagos de Estados Unidos.

Comen dos veces al día, aunque las más voraces necesitan una ración extra. Requieren extremo cuidado. Por ejemplo, el agua de los tanques hay que cambiarla por la mañana y por la tarde. El tubo que imita las corrientes marinas no puede fallar. Salvo la casiopea, que se posa sobre el fondo de manglares y lagunas tropicales, las demás morirían si el mar nos las llevara de aquí para allá.

Por lo difícil que resulta recrear su hábitat, la exposición es la primera de este tipo que se realiza en España. El Sea Life, un acuario privado de una red con 20 centros en toda Europa, ha querido celebrar los cinco años de su apertura en Benalmádena con esta muestra. Sus responsables aclaran que el próximo año esta exposición será llevada a otro país y sustituida por otra sobre caballitos de mar.

La empresa ha reciclado la antigua sala de proyecciones para acoger la muestra. Las cortinas que la separan del resto del acuario son medudas gigantes hechas de plástico. La luz ha sido aprovechada para sacar partido a estas transparencias marinas traídas del Índico, el Pacífico y, más a mano, del Mediterráneo.

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