"Durante cuatro horas me secuestró y violó"
María relata a través de si diario la noche en la que su ex novio la sometió a todo tipo de humillaciones y su empeño en superar lo ocurrido
Éste es el relato de M. I. I., que esconde su identidad bajo el nombre de María:En octubre de 1998 fui victima de una agresión sexual -paliza, violación anal y oral- y recibí amenazas de muerte hacia mis hijos y hacia mí, todo durante algo más de cuatro horas. Sucedió el día de mi cumpleaños. Él que fue mi novio me sometió a una tortura física que con el tiempo se ha convertido en una pesadilla de la que todavía intento escapar. Recordar lo sucedido todavía me duele.
Acudí a urgencias del hospital cuando logré escapar de él. Después de explicar en recepción como pude lo que me había sucedido-me temblaban las piernas y no podía articular palabra sin llorar-, me hicieron pasar a lo que llaman primera pecera, un 4 - 4 con cristales lleno de gente, hasta que pudiese verme un médico. Me pareció increíble que conociendo mi situación de dolor y humillación me mezclasen con todas esa gente que no dejaba de mirarme por mi deplorable estado físico. Fue media hora de espera que se me hizo un mundo. Hubo momentos en los que dudé en salir corriendo. Me sentía observada y, a pesar de ser la víctima, sentía vergüenza. La gente enseguida juzga situaciones sin conocimiento y estoy segura de que en alguna de aquellas mentes se paseaba un pensamiento: "Algo habrá hecho para estar así".
En la consulta de urgencias me insistieron, después de hacer el informe clínico, que debía denunciar al que había sido mi novio, pero el miedo a que sus amenazas se cumplieran, hizo que me marchara a casa con la moral y el cuerpo doloridos como nunca imaginé. Nunca piensas que algo así te puede pasar a ti. Esa noche, José después de violarme, se presentó en mi casa amenazándonos a mí y a mis hijos si no le abría.
A mis hijos les había dicho que mi lamentable estado físico era debido a un golpe con el coche. Pero la histeria y el miedo se apoderó de mí cuando vi que venía otra vez. Tenía miedo ya no sólo por mí sino por ellos. No puede evitar, entonces, decirles por encima a mis hijos lo que me había hecho. El miedo se apoderó de los cuatro. La angustia hizo que llamara a la policía que se presentó a los cinco minutos. Dos agentes retuvieron en el portal de mi casa a José cuando intentaba entrar y otros dos subieron a casa para preguntar el motivo de mi llamada. La policía vio el cuadro de pánico y nervios de mi familia, y mi situación física. Les mostré el informe médico y me convencieron para que presentara una denuncia después de garantizarme que José permanecería en el calabozo. Dejé a mis hijos con una vecina y dos policías me llevaron al hospital donde una médica forense dejó constande mis lesiones.
Son momentos difíciles de describir. Sobre las doce y media de la noche me hicieron una exploración en una sala donde cuatro ginecólogos y la forense examinaron cada centímetro de mi piel totalmente desnuda. Moratones, mordiscos, huesos doloridos, marcas de sus manos -José mide 1,90 y pesa 130 kilos- en mis muslos, puñetazos en la cara. Todo lo que descubrían quedaba reflejado en el informe.
Pasé por varias exploraciones. Eran muy meticulosos, pero cuando yo lloraba, bien por dolor o por miedo, paraban. Cuando terminaron de hacer los informes serían las tres o las cuatro de la madrugada. Un coche patrulla me llevó a casa a recoger la ropa que llevaba la noche anterior para guardarla como prueba y analizarla.
De allí, a la comisaría. Fue trámite largo y penoso. Estaba cansada, dolorida y lo peor es que tuve que volver a recordar todo lo que había pasado. Terminamos a las nueve de la mañana.
A partir de ahí, mi única obsesión era coger a mis hijos y marcharme lejos, por miedo a que le soltaran y viniera a por nosotros.
La jueza me aseguró que no me preocupara, que no iba a salir de la cárcel en mucho tiempo.Pero como él había amenazado con mandarme a alguien, el grupo de proximidad de la comisaría me facilitó protección diaria a mis hijos y a mi durante un mes y medio. Los agentes fueron muy cariñosos con nosotros y hoy son amigos nuestros.
Como mi estado anímico no progresaba como el físico, a pesar de que ya había pasado algún tiempo, me informé de qué debía hacer para tener ayuda psicológica. Me remitieron al Centro de la Mujer de mi ciudad. Obtuve cita con una psicóloga, le conté lo sucedido y lo mal que me encontraba: no salía de casa y tomaba pastillas de día y de noche por la ansiedad que sentía.... La respuesta de la psicóloga fue fulminante. Me dijo que en mi caso tendría que estar muerta de miedo y que lo que debía de hacer era coger a mis hijos y escapar porque estábamos en peligro de muerte. Si entré deprimida en aquella consulta, salí enterrada.
Estudiante en prácticas
Como aquello no resultó y no sabía qué hacer, mi abogado me informó de la existencia del Centro de Mujeres Violadas y Maltratadas. Fui allí y después de quedarse con una copia de mi denuncia me dieron cita. Fui muy nerviosa y, la verdad, bastante escéptica tras la experiencia anterior. Me recibió una psicóloga en un despachito con tres sillas y una mesa y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que no estábamos solas. Había una estudiante en prácticas para anotar todo, lo que me hizo sentirme como un conejillo de indias y muy incómoda. Me dieron varias citas (cada 15 días), siendo la situación la misma. En la última comenté que aún pasaban por mi cabeza escenas de aquel dichoso día y que seguía con miedo a salir con otras personas. La respuesta que recibí fue que la única solución para superar aquello era castigarme mentalmente a mí misma cuando recordara algo de aquello y que, intentara ocultar que todo eso me había pasado a mí, que pensara en otra cosa. No he estudiado psicología, pero creo que evitar el problema y no enfrentarse a él, lo único que lleva es a no superarlo. Así que me puse a trabajar y no volví.
Cuando llegó la citación, mi abogado me advirtió de que necesitábamos el informe psicológico del centro. Allí me dijeron que no me lo daban por varias razones: mi caso no lo habían llevado sus abogados, no acudí al centro hasta los dos meses y pico de la violación, y no seguí acudiendo a las citas.
Cuando escribo esto faltan seis días para el juicio, y deseo con todas mis fuerzas que pase pronto para intentar olvidar, poder dormir sin pastillas y sobre todo que mis hijos no sufran secuelas por todo esto. Todavía recuerdan alguna vez lo sucedido. Me preocupa el odio con el que hablan, deseando incluso la muerte de él para sentirse así a salvo de sus amenazas. Ahora hacemos terapia familiar con un psicólogo de los servicios sociales que es excelente. Progresamos despacio pero lo hacemos juntos.
Me gustaría que mi experiencia le sirva a las mujeres que sufren humillaciones, agresiones o amenazas. Les digo que denuncien, que se asesoren bien dónde les pueden ayudar. No hay que hundirse y menos dejarles a ellos que lo hagan.
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