La derrota, una historia antigua JULIÁN CAMPO SAINZ DE ROZAS
Para cualquier observador ajeno, más sorprendente que la derrota electoral del PSOE debe ser el grado de confusión y desconcierto en que parece encontrarse el partido socialista, como si el resultado electoral hubiese sido la ocasión para que se manifestase abiertamente el conjunto de problemas y tensiones acumulados durante mucho tiempo. Para los que hemos pertenecido al PSOE durante las últimas décadas no es tan sorprendente lo que ocurre. Tratar de explicarlo no sólo es un ejercicio de honestidad intelectual, sino la única forma de evitar que en el futuro se vuelvan a cometer los mismos errores.El PSOE actual, a pesar de su larga historia, es casi un partido nuevo. En el congreso de Suresnes surgió un grupo de dirigentes que fueron capaces de agrupar, con extraordinaria habilidad y en pocos años la multiplicidad de partidos socialistas en uno solo, fijar un programa lo suficientemente preciso y establecer un modelo de organización fuertemente centralizado y jerarquizado. Modelo que, dadas las especiales circunstancias de la transición, la mayoría aceptamos en la creencia, probablemente errónea, de que la conquista del poder político era el único medio para transformar la sociedad.
La organización fue un éxito y, en pocos años, de un partido casi inexistente se pasó a otro fuertemente implantado en todo el territorio que fue capaz de, primero en las elecciones municipales y más tarde en las generales de 1982, conseguir un poder amplísimo en la sociedad. Pero el partido creado, si bien era una máquina eficaz para conquistar el poder político, era también una organización rígida, jerarquizada e insuficientemente democrática.
Con la llegada al Gobierno en 1982 se produce un cambio en los objetivos, estrategias e incluso en la ideología del partido, cambio que los militantes no entienden, pero que aceptan por disciplina, produciéndose entonces una situación perversa: no se sabe lo que se quiere, pero se quiere porque lo quiere el jefe. Lo que lleva a algunos, que no comparten el giro político, al abandono de la militancia activa y a otros a la sumisión sin convencimiento. Pero, a medio plazo, seguir en un proyecto en el que no se cree o no se comparte genera cinismo y los objetivos políticos se sustituyen por objetivos personales. Se asume que callar, aceptar y permanecer es lo que importa.
Así, progresivamente, durante los años de Gobierno socialista se va consolidando un poder casi absoluto del líder que, como todo poder de ese tipo, degrada la moral y la eficacia de la organización. Los órganos directivos del partido, especialmente su ejecutiva, se convierten paulatinamente en órganos consultivos formados por personas que sólo aspiran a ser "funcionarios" o asesores sin poder político propio. Como cualquier experto en organización conoce, este tipo de estructura carece de flexibilidad para adaptarse al cambio social, tiene escasa capacidad de innovación e inhibe los mecanismos de renovación y sustitución. Como ejemplo sublime de lo dicho recuérdese que, cuando la necesidad de renovación se hace evidente, se propone que sea encabezada por los mismos dirigentes que ya estaban. ¿Habrá que recordar que llevamos más de diez años en un proceso de renovación siempre con las mismas personas?
Los problemas y tensiones se acumulan, Felipe González no se presenta a la reelección y se inicia un proceso crítico en el que se elige una ejecutiva en falso y, posteriormente, se convocan las primarias. Todo el proceso de las primarias es esperpéntico, pero al menos se puede deducir del mismo algo evidente: el creciente divorcio de la mayoría de los militantes con la dirección del partido y la necesidad de las bases de pasar una página de su historia más reciente para volver a sentir la dignidad de ser socialistas. El voto de las primarias no era principalmente una expresión de rechazo de Almunia ni una aprobación de Borrell, sino un rechazo a unos dirigentes y una estructura orgánica que limitaba la expresión democrática y la participación política. La victoria de Bo-rrell fue debida a los miles de militantes que habitualmente no participaban en la vida política del partido, pero que por una vez creyeron que se podía abrir un auténtico cauce de participación y renovación. Después de las primarias volvieron a sus casas.
De todo este proceso es fácil deducir que el abandono de cientos de miles de votantes del PSOE no puede producir ninguna sorpresa. El funcionamiento del partido y de sus órganos de dirección se ha ido alejando progresivamente, primero de una parte importante de sus propios militantes y luego de sus electores. Ensimismada en sus problemas internos, en sus luchas de "familias" y personales, la dirección del partido socialista ha parecido ignorar la evolución de la sociedad. De tanto mirarse el ombligo se ha olvidado de atender el resto del cuerpo social. Aún peor, se ha perdido la credibilidad. Desde hace tiempo muchos militantes, cuando oímos a dirigentes regionales o nacionales, tenemos la sensación de que ni ellos mismos se creen lo que dicen, inmersos como están en procesos tácticos a corto plazo, para defender cualquier cosa que sirva en el momento. Esta falta de credibilidad se ha transmitido a la sociedad y en la última campaña electoral, salvo probablemente Joaquín Almunia, que ha hecho todo el esfuerzo posible por convencer a los ciudadanos, el resto no parecía creer lo que decía y los ciudadanos se dieron cuenta.
La salida de esta crisis no es fácil y el desconcierto y la confusión se van a prolongar por un cierto tiempo. Pero es evidente que habrá que huir de cualquier tipo de solución mecanicista que implique el simple cambio de edad, de sexo o de "familia". Sobre todo, hay que evitar que se intente crear un nuevo líder con poderes taumatúrgicos, por mucho que se empeñen los medios de comunicación. La solución no consiste en rechazar o excluir a unos u otros, sino en un cambio de modelo de partido, de estilo y de comportamiento. Es necesario revitalizar la democracia interna (como dice un amigo mío, hay que aplicar la Constitución también a los partidos políticos), potenciar los procesos de elección directa, depurar todas las conductas irregulares y hacer una reflexión política en profundidad, más allá de cualquier programa electoral, de cuáles son los objetivos y el proyecto político socialista en la sociedad actual. Buscar la oportunidad, pero rechazar el oportunismo y evitar las simplezas como el cambio de logotipo o ese insufrible cartel electoral de PSOE-Progresistas.
Los obstáculos son muy grandes. Se ha creado una organización cerrada en la que poco más de cien personas controlan todas las estructuras internas y existe una poderosa tentación de cambiar algunos nombres para que todo siga igual, que es lo que se ha venido haciendo en las llamadas "renovaciones" desde hace bastantes años. Si esto sucede, se volverá a pagar el error cometido, pero, como en las últimas elecciones, no lo pagarán los dirigentes del PSOE (seguirá habiendo cien escaños por ocupar), sino los millones de ciudadanos de izquierda, que perderán de nuevo la oportunidad de una alternativa política socialista.
Julián Campo Sainz de Rozas fue ministro de Obras Públicas con el PSOE.
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