Krámnik, el genio sin ambición
El triunfador del torneo de Linares no tiene prisa por destronar a Kásparov, su antiguo maestro
De su genialidad no hay dudas: celebró su 17º cumpleaños entre los 20 primeros de la lista mundial. De su falta de ambición, tampoco: a los 24 años, tras compartir el primer puesto en Linares con su antiguo maestro Gari Kaspárov, Vladímir Krámnik no tiene prisa por ser el número uno. Y encarna la antítesis del actual rey del tablero: todos sus colegas le aprecian. Es un pedazo de pan.La modestia de Krámnik, tercero en la lista mundial, no encaja con su asombroso palmarés: "No pretendo que se me considere tan bueno como Kaspárov después de este éxito. El primer puesto compartido con él es para mí un logro muy honorable. Estoy muy satisfecho de mi rendimiento, que me sirve para afrontar con optimismo una progresión paulatina. Ahora quiero consolidarme como el número dos". Su derrota del viernes ante el israelí Borís Gélfand en el torneo de Mónaco fue la primera tras 82 partidas invicto. Disputó casi todas ellas contra rivales de élite; es un logro casi imposible.
Pero él no se inmuta y exhibe un estilo muy conservador, aunque este año arriesga un poco más que los anteriores. Busca la verdad profunda del ajedrez y da la impresión de que la faceta científica del deporte mental le interesa más que la artística, a pesar de que entre sus partidas hay bastantes de enorme belleza, sobre todo contra Kaspárov. El español Miguel Illescas, contratado por Krámnik como analista en varias ocasiones, habla de él con gran admiración: "Su capacidad de trabajo y su facilidad para captar de un vistazo la esencia estratégica de cualquier posición te transportan a un mundo de privilegio, muy superior al de los grandes maestros normales".
En 1992, durante la Olimpiada de ajedrez de Manila, los periodistas tuvieron que moverse rápido para documentar la irrupción de una nueva estrella. Krámnik tenía todavía 16 años cuando contribuyó con brillantez -8,5 puntos de 9 posibles- a la primera medalla de oro de Rusia tras la destrucción de la URSS; Kaspárov había empleado toda su influencia para incluir en el equipo a un tiarrón de casi dos metros, nacido en Tuapse, cerca del Mar Negro, cuyos éxitos juveniles no parecían suficientes para tan alta responsabilidad. Ya entonces, Krámnik dio muestras de su falta de ambición y del instinto asesino que caracteriza a su maestro: "No creo que ser el campeón del mundo sea especialmente deseable. Si eres el número dos también ganas mucho dinero", dijo a EL PAÍS en la capital filipina.
Sólo necesitó cuatro años para compartir con Kaspárov el primer puesto de la lista mundial, el 1 de enero de 1996. Pero entonces echó el freno, como si esa hazaña hubiera sido un exceso imperdonable, a pesar de que empezaba a ganarse la idolatría de los aficionados: seis meses antes, en el teatro del Kremlin, los espectadores habían permanecido de pie durante varios minutos para aplaudir su magnífica victoria sobre Kaspárov en la final de un torneo de partidas rápidas.
Aún con el freno echado, y a pesar de que hasta el año pasado firmaba empates sin apenas lucha con una frecuencia exasperante, su talento y su trabajo han bastado para mantenerle entre los cinco mejores. Pero todos sus intentos de ser el campeón fueron fracasos. Que ello se deba a la modestia excesiva o a una debilidad psicológica, está por aclarar. Como el indio Viswanathan Anand, el español Alexéi Shírov y el húngaro Peter Leko -los otros tres probables sucesores de Kaspárov-, Krámnik vive bien, sin meterse en líos, acompañado siempre de su ordenador portátil. Para ellos, la vida no es sólo ajedrez, y la victoria constante no es la única vía hacia la felicidad. Kaspárov fue educado con el exclusivo fin de ser el mejor; ellos, no.
Aunque deja entrever que va a intentarlo en los próximos años. Preguntado por los controles antidopaje que empiezan a practicarse en el ajedrez, Krámnik opta primero por la broma: "Estoy muy preocupado porque yo tomo bastante café", dice entre risas. Y luego se pone serio: "Lo que verdaderamente me preocupa es el control de ayudas externas por medio de una computadora. Ahora mismo no existen, al menos en los torneos de élite. Pero es un peligro real a medio plazo. Basta un microauricular situado en el oído de un jugador, conectado con un ordenador en otra habitación. Creo que debe estudiarse el problema con rigor para prevenirlo". Después de Korchnói, Kárpov y Kaspárov, el reinado de Krámnik serviría para confirmar que ajedrez se escribe con K. Pero, de momento, él no se siente heredero forzoso de esa tradición.
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