Tras la derrota LUDOLFO PARAMIO
En su intervención tras la derrota electoral, en la que anunció su dimisión irrevocable, Joaquín Almunia atribuyó el retroceso socialista a la insuficiente renovación del partido. La necesidad de esa renovación es una convicción profunda de Almunia y del actual grupo dirigente que se apoya en dos argumentos.El primero es que, tras la renuncia de Felipe González, quien representaba la identidad socialista para sectores muy amplios de la sociedad, era necesario crear una nueva relación simbólica entre los electores y el partido: un discurso y unos rostros -o un rostro- que representaran el proyecto socialista ante los ciudadanos comunes. Por decirlo así, el partido socialista no podía seguir siendo simplemente el partido de Felipe González sin él a la cabeza.
El segundo argumento, que normalmente se confunde con el primero, se refiere a la necesidad de cambiar el funcionamiento del partido y de establecer nuevas relaciones entre el partido y la sociedad. En este apartado se suelen plantear como metas una mayor democracia dentro del partido, una presencia nueva en la sociedad -para la que la estructura territorial del partido resulta claramente inadecuada en las grandes ciudades-, el establecimiento de cauces de mayor diálogo y proximidad con las asociaciones voluntarias y otras formas de participación en lo público. Y, desde luego, la incorporación de jóvenes y mujeres en mayor número, para lo que resulta evidente, a su vez, la necesidad de cambiar el funcionamiento y los mensajes del partido.
Todas estas metas son de la mayor importancia, y para ver que casi todos los socialistas las comparten basta con releer los documentos del 33 y 34 Congresos: probablemente, no sea aventurado imaginar que se plantearán de nuevo, y en términos muy similares, en las ponencias y resoluciones del próximo. Si admitimos que el actual modelo orgánico del PSOE tiene sus raíces en la sociedad de comienzo de siglo, y que las transformaciones sociales ocurridas desde entonces han sido muy profundas, parece inevitable concluir que sería necesario re-plantear en profundidad la estructura, el funcionamiento e incluso la concepción del partido para ponerlo de nuevo en sintonía con la sociedad. Ahora bien, lo que quizá no convenga es caer en el voluntarismo en este punto.
Si estos cambios no se han producido hasta ahora no es porque nadie discuta la teoría, sino porque la cultura política de los grupos dirigentes del partido a los diferentes niveles procede de una experiencia y de un momento político determinados -la transición a la democracia- y se ha ido transmitiendo a las personas más jóvenes que se han incorporado a la militancia. Esa cultura describe unos ámbitos de actuación y unas normas para desenvolverse en ellos, y penaliza -incluso involuntariamente- la innovación política. Modificar esa inercia paulatinamente es un proceso muy lento, que quizá contribuyan a acelerar desastres como esta derrota electoral, pero ni siquiera eso es evidente: un entorno muy hostil puede favorecer el conserva-durismo y el enroque de los grupos dirigentes.
Quizá la clave es que se requiere una entrada numéricamente significativa de nuevos militantes -o la incorporación al trabajo político de numerosos simpatizantes- para que haya un cambio real en la cultura política de la organización. Pero eso, a su vez, dependerá de que exista una situación política que introduzca una clara ruptura con el pasado reciente, y un liderazgo que sea percibido socialmente como capaz de hacer frente a esa situación. La mayoría absoluta del PP supone, qué duda cabe, un cambio sin precedentes en la democracia española: ahora el problema es definir un liderazgo que los electores reconozcan como capaz de llevar de nuevo el proyecto socialista del gobierno de la nación.
Con enunciar un programa no basta para que los electores se identifiquen con un proyecto: lo que les permite hacerlo es su valoración de los candidatos como personas capaces, dignas de confianza y con capacidad de transmitir sus propias convicciones. El carisma es a menudo una consecuencia de éxitos anteriores, y es evidente que, en general, no es carisma lo que les sobra a la mayor parte de los gobernantes de la Unión Europea. El problema al que ha debido hacer frente Joaquín Almunia era su imagen de continuidad respecto al periodo anterior: se ha mostrado capaz de transmitir convicción y capacidad, y lo único que ha impedido que ganara la confianza de los electores -traducida en votos- ha sido esa proximidad al pasado frente a un Gobierno que gestionaba -muy mal, pero ésa es otra historia- un presente de prosperidad.
¿A qué conducen estas reflexiones? A que el problema inmediato del partido socialista es lograr un liderazgo partidario que garantice la cohesión y parezca capaz de arrebatar al PP esa mayoría absoluta recién ganada. Ni siquiera es evidente que se deba apostar por que una sola persona pueda cumplir los dos requisitos, pero entonces parece obvio que será necesario diseñar unas reglas de juego que permitan un funcionamiento cómodo en situaciones de bicefalia, evitando que se repitan los problemas del periodo en que José Borrell fue candidato a la presidencia. Lo que no tendría sentido sería elegir en el próximo congreso una dirección capaz de mantener el partido unido para afrontar después, sin cambios en las normas internas de funcionamiento, unas elecciones primarias que crearan tensiones imprevistas en la organización.
Hacer hincapié en el problema del liderazgo no significa que los demás problemas no existan, o que deban posponerse sin fecha. Pero la tentación de plantearse todos los problemas a la vez, sumada a los resultados electorales, podría inducir fácilmente a los socialistas a la melancolía. Puede que la política democrática atraviese una crisis de adaptación, puede que los partidos políticos deban afrontar una transformación profunda. Pero aquí y ahora el problema es definir un liderazgo estable en el socialismo español.
Ludolfo Paramio, profesor de Investigación en la Unidad de Políticas Comparadas del Centro Superior de Investigaciones Científicas, es miembro del Comité Federal del PSOE.
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