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La resaca

Dos días después de las elecciones nos despertamos con el dolor del IPC creciendo al 3 %. Este IPC parece peor de lo que es porque ya no se aprovecha de la retención artificial de los precios de la gasolina que se aplicó para no dar malas noticias en período electoral. Pero, libre ya de esos artificios, el IPC de febrero muestra las consecuencias de expansionar la demanda interna muy por encima de las posibilidades de la oferta. Y, como se ha repetido hasta el aburrimiento, no importa tanto que el incremento de los precios se haya acelerado -esto ha pasado en todos los países- como que nuestra inflación siga superando a la de los demás, por la pérdida de competitividad que supone. Si además observamos el ingente déficit -más de 600.000 millones de pesetas- del comercio exterior de diciembre, parece que los problemas de competitividad no son un problema del futuro sino que pueden estar acompañándonos en el presente.En los últimos años España ha vuelto a disfrutar de las ventajas del crecimiento y ha comprobado una vez más como el crecimiento resuelve, casi mágicamente, los problemas del déficit público y de empleo. El crecimiento es un bálsamo maravilloso, pero importa la composición con la que se consigue. El problema, cuando hay una borrachera de expansión de la demanda interna, no está en la alegría del crecimiento, sino en que no dure, en que no se pueda sostener. En los últimos años nuestro crecimiento se ha basado en el modelo de "crecemos porque gastamos" y esto produce un regocijo que ha servido para ligarse a los electores, pero después aparecen los dolores de cabeza. Para evitar sus consecuencias debemos pasar cuanto antes a un modelo de "crecemos porque vendemos" o "crecemos porque ingresamos". La sola demanda interna tiene efectos durante algún tiempo, pero el crecimiento sólo puede mantenerse si mejora la productividad y la competitividad.

Esta vez la resaca será suave porque estamos dentro del euro. A diferencia de lo que sucedió en otros episodios similares en el pasado, el final de este proceso de expansión del gasto y de pérdida de competitividad no acabará ni en traumas financieros ni en devaluación. Dentro de una moneda única, los desequilibrios que hoy vemos en la inflación y en el sector exterior deberían desaparecer automáticamente, aunque no se tomen medidas para corregirlos, a través de una gradual desaceleración del crecimiento. La resaca será suave también gracias a la recuperación de la demanda externa. Algunos datos -Italia, por ejemplo, está viendo crecer al 30% sus exportaciones fuera de la zona Euro- sugieren que, aunque no vayamos a aprovechar este ciclo como en el pasado debido a que hemos perdido competitividad, este tirón del exterior ayudará a compensar la caída de la demanda interna.

Pero la mayor comodidad que proporciona estar en el euro y contar con un mejor entorno internacional no debería usarse para seguir aplazando las reformas que pueden mejorar nuestra productividad y competitividad. La campaña electoral ha estado llena de promesas de políticas de demanda como la subida de pensiones y la rebaja de impuestos. Si se quieren cumplir estas promesas, aún es más necesario acabar con las rigideces de la oferta que nos está revelando el IPC. Necesitamos mejorar nuestro capital humano y recuperar el tiempo perdido en la incorporación a la revolución de las nuevas tecnologías de la información. Necesitamos políticas de oferta, introducir competencia en energía, agua, suelo y tantos otros mercados llenos de rigideces. El Gobierno pasado pudo decir que no hizo ninguna de estas reformas porque estaba falto de apoyo, pero ahora que lo tiene todo, debería usarlo, aunque algunas de estas reformas sean impopulares o dañen a algunos grupos de interés. La economía española ha demostrado resistir bien cuatro años de política de demanda sin apenas hacer reformas estructurales. Aunque ahora esté rodeado de aplausos, el Gobierno no debería arriesgarse a probar si resiste así otros cuatro años más.

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