Democracia islámica en Irán
Si hubiese que definir la característica principal de los comicios legislativos celebrados en Irán el pasado 18 de febrero, sin duda alguna sería el comportamiento cívico y democrático de los iraníes y la transparencia y competitividad del proceso electoral. A continuación habría que añadir el entusiasmo de los ciudadanos por expresar su voluntad política (avalado por un índice de participación del 83%) y su creciente autonomía en un espacio social muy diversificado y plural. Esta realidad era notoriamente visible para todos los que hemos podido estar en Teherán durante esos días, constatando que la sociedad va incluso más deprisa que la política. De hecho, la respuesta ciudadana y el éxito de la corriente reformista han superado las propias expectativas de los protagonistas ante unos resultados que prevén, una vez celebrada la segunda vuelta dentro de dos semanas, que dicha tendencia agrupe al 75% de la Cámara.No obstante, las delimitaciones de los grupos políticos iraníes son flexibles y complejas, y su comportamiento posterior en el Parlamento, seguro que estará lleno de viariables, porque el concepto de "reformistas", aparentemente monolítico por su agrupación electoral en la coalición 2 de Jordad, no lo es en realidad. Sin duda, representan a aquellos que defienden la reforma del sistema y apoyan la línea política del presidente Jatamí, porque es por quien se han definido claramente los electores iraníes desde las presidenciales de 1997 y las municipales de 1999. Pero, por otro lado, es una corriente que agrupa muy diferentes formaciones constituidas por nacionalistas, izquierdistas, liberales radicales, liberales moderados... a los que, si bien les une el pragmatismo y el deseo del cambio, no necesariamente han de compartir la intensidad, la manera y los tiempos del mismo. Por ejemplo, existen, sin duda, distancias entre el grupo que representa al propio Jatamí, el Frente de Participación Islámica de Irán, liderado por su propio hermano, que ha sido el candidato más votado en la circunscripción de Teherán, y el grupo de los Ejecutivos de la Construcción, constituido inicialmente por Hachemí Rafsanyani, el cual, además de concurrir como independiente, también aceptó encabezar una lista conservadora.
Asimismo, los resultados electorales son, sin duda, excelentes, pero muestran la dificultad de aunar una sociedad ansiosa por el cambio y un proyecto político reformista que se basa en el equilibrio y la prudencia, y que, como dicen los iraníes, se ha caracterizado por dar "dos pasos adelante y uno atrás". Hay que tener en cuenta que el importantísimo proceso de cambio democrático que experimenta Irán, un país clave en el mundo musulmán y concretamente en el Próximo Oriente, el Golfo Pérsico y Asia Central, es resultado de una élite política procedente del propio sistema y que hizo entusiásticamente la revolución contra el Shah. De ahí que se trate de una transición promovida desde dentro y no por una oposición excluida por el régimen revolucionario; y de ahí que el objetivo sea democratizar el marco institucional, pero no cuestionarlo en su totalidad.
No nos engañemos una vez más pensando que Irán se democratizará siguiendo monolíticamente nuestros esquemas occidentales. Sí lo hará, o así lo esperan muchos iraníes, institucionalizando la soberanía de la ley y de los derechos humanos, pero no tendrá por qué renunciar a principios simbólicos de legitimidad islámica propios de la herencia histórica y cultural iraní. De lo que se trata más bien es de modernizarlos y adaptarlos a la realidad del siglo actual, y para ello existen instrumentos de interpretación suficientes si coinciden con la voluntad de los hombres para aplicarlos. En este sentido van las aún hoy día muy controvertidas declaraciones de algunos destacados reformistas, como el ayatolá Husein Alí Montazeri proponiendo que el Guía Supremo sea elegido por sufragio universal, o de Abdullah Nuri diciendo que el Guía Supremo "es un iraní más que no puede estar por encima de la ley".
El sistema político-institucional iraní se basa en una dualidad entre poder espiritual y temporal, representados por el Guía Supremo y el presidente de la República. En la actualidad, el primero, elegido por una Asamblea de Expertos a su vez elegida por sufragio universal, goza de grandes atribuciones que le permiten controlar los centros neurálgicos del poder, pero su naturaleza no es divina, como muchas veces se presenta de manera demasiado banal. Es el representante de la legitimidad islámica y el vigilante de que se apliquen los principios islámicos, cuya cualidad y autoridad adquiere por su conocimiento y sabiduría de las fuentes islámicas y su capacidad para interpretarlas correctamente, pero no es el representante de Dios en la Tierra. Para muchos iraníes se trataría de democratizar esta figura institucional y modernizar su interpretación de la sociedad islámica, o conservarla con un valor simbólico, más que hacerla desaparecer.
La política seguida por Mohamed Jatamí se ha basado en un ritmo firme pero prudente, consciente de que sus reformas entran en colisión con los intereses de la vieja guardia revolucionaria, la cual controla el 80% de la economía del país gracias a un sistema económico proteccionista y estatalista que goza de grandes monopolios. Jatamí, a lo largo de estos años, ha ido acumulando una inmensa soberanía popular a través de los diferentes comicios celebrados, lo que le protege de un sector conservador incapaz de ofrecer una figura carismática alternativa. La búsqueda de Hachemí Rafsanyani para encabezar una de las listas ultras no ha sido sino un intento, por otro lado muy infructuoso, por paliar este déficit. La derrota electoral de Rafsanyani en estas elecciones, que incluso contaba con ser el próximo presidente del Parlamento iraní con la anuencia declarada de muchos reformistas, muestra una vez más el profundo desafecto de los iraníes hacia todo lo que no es claramente renovador y la mayor radicalidad de la sociedad civil frente a la clase política.
Estas elecciones deben entenderse, por tanto, como un paso más, eso si, muy trascendental, hacia la institucionalización del Estado de derecho y tendrá como principal consecuencia conseguir una mayor armonía entre el Ejecutivo y el Legislativo, si bien las leyes deben pasar por la aprobación del Consejo de Guardianes, y en caso de disensión, zanjar la cuestión el Consejo en defensa de la Razón de Estado, y en estas instituciones hay una importante representación de la línea dura del régimen. Pero sobre todo aporta un caudal de legitimidad enorme a Jatamí y sus seguidores para abrir el camino hacia una futura enmienda de la Constitución, necesaria tanto para democratizar el sistema como para liberalizar la economía, dado que el artículo 44 de la actual ley magna bloquea dicha evolución e impide a Irán entrar en la Organización Mundial del Comercio. No obstante, una consideración muy generalizada en los círculos políticos iraníes es que dicho paso no se iniciará hasta que Jatamí revalide su presidencia el año próximo.
Entretanto, otra de las consecuencias políticas de estos comicios que se va apreciar más rápidamente va a ser en el ámbito de las relaciones internacionales. La rehabilitación de la imagen de Irán, que desde hace cuatro años celebra las elecciones más democráticas de todo su entorno regional, y su nueva política de apertura e integración regional e internacional se están traduciendo en una creciente relación con Europa (Jatamí ha visitado Italia, Francia y prepara su visita a Alemania) y en una aproximación a EE UU en lo cultural y deportivo, que en lo político se encuentra bloqueada por la consideración norteamericana de establecer relaciones sin condiciones previas, y la consideración iraní de que EE UU debería antes tener un gesto y reducir su hostilidad hacia Irán. De hecho, EE UU mantiene sanciones económicas contra Irán y le sigue incluyendo en la lista del Departamento de Estado de países que apoyan el terrorismo, sobre todo por su apoyo al Hezbolá libanés. Si bien en este caso una vez más EE UU se identifica en exclusiva con la versión israelí, de manera que califica a Hezbolá como un movimiento terrorista financiado desde el exterior, ignorando que se trata de un partido libanés, presente en el Parlamento con 9 escaños, que ha asumido la resistencia armada contra la ilegítima ocupación israelí del sur de Líbano de manera "militarmente correcta" (no ataca objetivos civiles) y cuenta en su lucha con la legitimidad que la ciudadanía libanesa le revalida diariamente. No obstante, son cada vez más las voces que consideran, como el International Herald Tribune decía recientemente, que EE UU debería tener una aproximación más práctica hacia Irán.
En cualquier caso, el proceso político iraní plantea una cuestión sustancial de largo alcance para la imagen del islam en el mundo occidental: su capacidad para inventar una modernidad democrática.
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid y directora del libro Islam, Modernism and the West (IB Tauris, Londres 1999).
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