El loro del 36 AGUSTÍ FANCELLI
En perfecto horario de campaña -léase una hora más tarde sobre lo previsto-, Trias y Duran se dedicaban, ayer por la mañana, a llevar sus promesas al sector de los autónomos, ese no man's land que linda al norte con los trienios y al sur con el extraparlamentarismo laboral. No es que a uno, ya viejo en el oficio, le viniera de nuevo hacer la esquina esperando a los políticos, pero con el tiempo se ha vuelto señorito y prefiere la esquina con bar en el que, ya puestos, expendan cortados. Pero ese tipo de esquinas va muy buscado en la Villa Olímpica, distrito federal. Desde luego, no es el caso de la de Rosa Sensat con Doctor Trueta: un páramo.Llegó al fin el mastodóntico autobús del séquito, pero en él, vaya por Dios, no viajaban los líderes. Éstos aparecían al rato montados en un taxi que, ejem, había partido del mismo lugar y al mismo tiempo que el autobús. No es que la parejita hubiera optado por viajar de incógnito, que eso en campaña está severamente penado, sino que acudía a una cita con autónomos del taxi y quedaba como más a tono. El encuentro fue breve. Que cómo iba la cosa. Pues bien, había trabajo, pero las subidas de combustible lo fastidiaban todo. Eso lo arreglaban ellos en un periquete, o sea que hasta la próxima y a recomendar el voto convergente al pasaje. Lo que faltaba: uno pensaba que con la COPE ya había cumplido condena y ahora resulta que hay que pechar con taxistas mitineros.
Más autónomos, ahora en Poblenou. En La Africana, tienda fundada en 1917 y dedicada a la venta de ropa de trabajo ("monos, batas, playeras, pantalones y saharianas", rezaba el cartel), los propietarios se quejaban de que el barrio había perdido el antiguo furor industrial para ponerse residencial y finolis, con lo cual ellos vendían menos artículos para el curro. Eso Trias y Duran lo resolvían ya, con ayudas a la reconversión. Tal vez habría un sistema más sencillo: cambiar los monos y las batas por chándales y dejar lo demás como está. En fin. El garbeo proseguía rambla del Poblenou abajo. La última parada era en La Licorera, establecida en 1932 y dedicada a la venta de licores, anisado, vinos y Camposol en tetrabrik, una categoría que, como la de los autónomos, cae fuera del régimen general de la Seguridad Social.
En la tienda había un loro disecado metido en una jaula. Era el loro del 36, recientemente nombrado gegantó del barrio. ¿Y por qué del 36? ¿Es que motu proprio se puso aquel año a dar vítores a la República? No, no era tan anciano, y además, durante los 42 años que pasó con la familia Ferreres antes de pasarse por el taxidermista, siempre se mostró muy reservado sobre sus preferencias políticas. Resulta que durante años le dio por imitar el silbato de partida del tranvía 36, que paraba justo delante. Cágate lorito. A ese también hubiera habido que darle de alta como autónomo. Pero a esas alturas Trias y Duran pensaban ya en los sectores de la tarde a los que llevar la buena nueva.
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