Laboristas centenarios
Centenario hoy (domingo 27 de febrero), el Partido Laborista británico resulta casi irreconocible, por la cura de rejuvenecimiento y modernización a la que se ha sometido en los últimos años. Pero, por detrás de las apariencias, el Nuevo Laborismo conserva en su seno valores e incluso tensiones que han animado la vida de lo que ya es una institución británica que ha marcado con un sello profundo estos cien años con el gran desarrollo del Estado de bienestar.Fue en 1900 cuando los sindicatos decidieron transformar al Partido Laborista Independiente en la formación que seis años después tomó el nombre que conserva hoy. El Partido Laborista creció rápidamente, desplazó al Liberal como segundo más votado y, gracias al apoyo de éstos, Ramsay MacDonald llegó a formar Gobierno en 1924, tras la Primera Guerra Mundial. Pero fue tras la segunda conflagración europea, en 1945, cuando el laborismo logró gobernar plenamente, y desarrolló sus políticas sociales, que marcaron también a los conservadores y a una parte de la socialdemocracia continental.
Los sindicatos fueron ganando cada vez más peso en el partido, hasta que en 1981 arrebataron al grupo parlamentario la capacidad de elegir a su líder, lo que, sumado a su posción antieuropea, provocó la escisión de los socialdemócratas. A partir de ahí se inició un largo camino de penitencia y renovación, impulsado por Neil Kinnock y John Smith, cuya muerte abrió el paso a Tony Blair. Es éste quien, finalmente, logró cortar la dependencia del partido de unos sindicatos cuyo poder nacional había quebrado Margaret Thatcher. Sea lo que sea la tercera vía -renovación socialdemócrata ante la globalización o humanización del thatcherismo-, se trata de una expresión que sólo cobra sentido en el contexto británico, como un camino entre el laborismo que aún soñaba con nacionalizar empresas y el nuevo conservadurismo que pretendió someter al Estado a una dura cura de adelgazamiento. Blair es un reformista, y lo ha demostrado en varios campos: instauración del salario mínimo, autonomía para Escocia y Gales (e Irlanda del Norte, aunque ahora suspendida), o transformación de la Cámara de los Lores mediante la cancelación del derecho a voto de los pares hereditarios, salvo un remanente.
Pese a los esfuerzos de Blair por reconciliar mercado, productividad y justicia social, el viejo laborismo sigue muy presente. Se ha visto estos días cuando Blair ha impulsado la selección, por un pelo, de Frank Dobson frente al clásico Ken Livingstone, como candidato laborista a la alcaldía de la zona metropolitana del Gran Londres, institución que suprimió Thatcher justamente cuando la encabezaba Ken el Rojo. Blair corre el riesgo de separarse excesivamente de su partido.
El laborismo fue durante años un partido antiintegración europea, con una total falta de visión. Hoy este papel corresponde a los conservadores, ridículamente presos del antieuropeísmo. Pero la ciudadanía no parece proclive a renunciar a la libra en favor del euro y Blair lo huele. Lo que puede llevarle a un nuevo error histórico que pondría de relieve viejas resistencias en el llamado Nuevo Laborismo. Esta vez el continente no quedará aislado, sino ellos.
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