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LA PRECAMPAÑA DEL 12-M

La semana en la que Frutos se convirtió en famoso

El candidato de IU contrasta la opinión de susu compañeros de coalición con la de amigos, sindicalistas y gente a la que escucha en el vagón del metro

Un zumo de limón, una hora de gimnasia y una tostada de pan con aceite de oliva. Así, cada mañana, con la tenacidad de quien fue capaz de aprender alemán sin salir de su pueblo, Francisco Frutos empieza su jornada antes de las ocho. Luego, si es día de pleno en el Congreso de los Diputados, baja las escaleras del metro, línea 1, estación Nueva Numancia, barrio de Vallecas, y escucha por los altavoces del vagón la misma retahíla que le sirvió a Joaquín Sabina para hacer una canción: "Tirso de Molina, Sol, Gran Vía...". No es raro, además, que el diputado Frutos -antes Francesc, ahora Francisco, siempre Paco- se pare en el rellano a charlar un rato con su vecina Pilar. Sus colaboradores del PCE o de Izquierda Unida están acostumbrados a escucharle: "¿A que no sabéis qué me ha dicho Pili esta mañana?".Todo eso, claro, lo puede hacer Francisco Frutos porque hasta esta semana -y a pesar de casi cuatro décadas de militancia política- era casi un desconocido. "El otro día", comentaba el jueves repantingado en su despacho, "me dijeron que, según una encuesta, sólo me conocía un 17% de españoles, y yo dije: ¡coño! ¿tanta gente?". Es Frutos -así lo definen sus amigos y se advierte de un simple vistazo- un tipo sin complejos, alguien convencido de que el tiempo, siempre, juega a su favor. A eso contribuye su afán desmedido, innato, por aprender. Lo define bien Justiniano Martínez, líder histórico del PCE madrileño y compañero de Frutos desde los tiempos de la clandestinidad: "Paco es como aquellos viejos anarquistas líricos: autodidacta, preocupado por la cultura, curioso".

Tan curioso que su origen humilde nunca fue un impedimento para su ambición de comunista. Nacido de campesinos en Calella de la Costa (Barcelona) hace 61 años, trabajó en el campo hasta los 25 y luego fue obrero metalúrgico, estampador textil, auxiliar de laboratorio y agente de ventas. Oficios para los que, en principio, no hacía falta aprender ni alemán, ni inglés, ni francés, ni italiano, idiomas que Frutos habla -el alemán muy bien y el italiano peor- además del catalán y el castellano. Aunque, más que hablar, lo que de verdad le gusta a Francisco Frutos es escuchar. De ahí que durante la última semana -la más vertiginosa y pública de su vida política- el sucesor de Julio Anguita en el PCE y ahora en IU haya adoptado una actitud tranquila, sosegada a pesar del temporal. Con un aria de Maria Callas de fondo y un ejemplar de la Atlántida en la mesa, Frutos -diputado de IU por Madrid desde 1993- ha escuchado en silencio, sin disimulado interés, un aluvión de opiniones sobre lo que debía responder a la oferta del PSOE para arañarle terreno al Partido Popular (PP). Desde dentro de su vida hacia afuera -y según su versión y la de sus más directos colaboradores- éstos son los dueños de las opiniones que más valora Frutos:

Esperanza Alonso, actriz, su actual compañera. Frutos es un hombre más bien hogareño -"no soy de la farándula, ni de almorzar fuera ni de salidas nocturnas"- y muy mal se tienen que poner las cosas para que, dando las dos, no esté entrando por el portal de su casa. "Y además", dice Víctor Ríos, portavoz de IU, el hombre de la larga barba, "a Paco le encanta meterse en la cocina. La paella es lo que mejor le sale, y los chipirones en su tinta tampoco se le dan mal". Además de Esperanza, el candidato por IU a la presidencia del Gobierno mantiene una relación muy cercana con su ex mujer, sus dos hijas, residentes en Cataluña, y con sus nietas. También ellas se encargan de transmitirle -al igual que su vecina Pili y que los compañeros del PCE de Vallecas- lo que piensa la gente de la calle. De ahí que, al margen de planteamientos más sesudos e incómodas disputas partidarias, Francisco Frutos no ha dejado de tener presente durante toda la semana una realidad: la idea de unir a la izquierda, de quitarle el Gobierno al PP, de escribir las leyes con bolígrafo rojo en vez de azul, está ilusionando a mucha gente, incluso a votantes que dejaron de acercarse a las urnas por cansancio o hastío. "Si de algo estoy prisionero estos días", dijo el viernes mientras esperaba el resultado de la reunión con el PSOE, "es de una ilusión".

Inmediatamente después del ámbito familiar y del rellano de su escalera, Francisco Frutos escucha con especial interés lo que tengan que decirle Víctor Ríos o Manuel Monereo, considerado como el ideólogo del PCE, o Susana López, secretaria de Empleo de IU; por supuesto, Julio Ánguita -con quien mantiene una relación muy familiar, sin subordinación- y otros compañeros de IU [Frutos no quiso nombrar a ninguno para no olvidarse de alguien]. "Escucha mucho y a mucha gente distinta", dice Víctor Ríos, "sindicalistas de Comisiones Obreras que él conoce de su etapa en Cataluña, también a gente de UGT en Madrid". Otras opiniones que valora Frutos son las de Miguel Riera, el director de la revista Viejo Topo; Francisco Fernández Buey, catedrático de Ciencias Políticas; Juan Ramón Capella, de Filosofía del Derecho; Joaquín Sempere, sociólogo; José María Rodríguez Méndez, autor teatral; los periodistas Pilar del Río o José Luis Martín Medem...

Unos y otros -la atracción del candidato por el mundo del pensamiento y la cultura queda patente- conocen a un Francisco Frutos muy distinto al que proyecta su imagen de hombre serio, austero, duro, estalinista... "Paco gana mucho en las distancias cortas", dice Monereo, que ha compartido con él miles de kilómetros. "Eso sí", advierte enseguida, "hay que irle por derecho, si sospecha malas artes, no hay nada que hacer". "Sí, es verdad", reflexiona Frutos, "me gusta oír a todo el mundo, incluso a quien está muy lejos de mis planteamientos políticos, pero, cuidado, no tolero presiones".

Hay todavía otro punto de referencia que a Francisco Frutos le gusta cultivar en solitario. Desde la estación de Nueva Numancia al Congreso, el candidato de IU pone la oreja en el vagón del metro y más tarde, durante los mítines de la precampaña, va contando lo que oye desde su disfraz de hombre corriente, rostro duro, grandes entradas, chaqueta oscura, normalmente sin corbata: "Iba el otro día una muchacha en mi vagón contándole a una compañera que había acordado con su empresa no quedarse embarazada. ¡Para que no la despidieran!".

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