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Una lesión acaba con la carrera de Barkley

Santiago Segurola

La larga y gloriosa carrera de Charles Gordo Barkley terminó ayer en Filadelfia, ciudad donde comenzó su trayectoria en la NBA. Barkley sufrió la rotura de un tendón de la rodilla tras taponar un lanzamiento de Tyrone Hill en el encuentro entre Philadelphia Sixers y Houston Rockets. La gravedad de la lesión le hubiera impedido volver a las pistas esta temporada. En octubre, Barkley, que no ha conseguido ganar el campeonato con ninguno de los tres equipos en los que ha jugado, declaró que ésta sería su última temporada en la NBA.

No ha sido Jordan, pero ha dado mucho que hablar. En la pista y fuera de ella. Ambos jugaron en universidades sureñas (Jordan, en Carolina del Norte, Barkley, en Auburn), llegaron a la NBA en el mismo año y desarrollaron una brillante carrera. Con una consideración añadida, los éxitos de Jordan taparon los deseos de Barkley, cuya desesperada búsqueda del título de campeón fue bloqueada por el reinado del ex jugador de los Bulls de Chicago.Había dudas sobre su éxito cuando ingresó en la NBA. Era un chico gordo, de apenas 1,96 metros de altura, que estaba destinado a jugar frente a gigantes de 2,10. Pero nunca le faltó confianza en sus posibilidades. Nacido en Alabama, Barkley conoció desde niño la pobreza y la segregación. No lo olvida, a pesar de ciertas contradicciones en sus opiniones políticas: repúblicano, conservador recalcitrante, aspirante a político, nunca ha tenido incoveniente en hablar con rotundidad de su condición de negro. Lo ha hecho desde la ironía o desde la frase gruesa, porque ningún jugador de la NBA ha dado más titulares a los periodistas. Charlatán dentro y fuera de la cancha, ningún asunto le ha resultado ajeno. Por ejemplo, el debate sobre las estrellas como modelos sociales. "Los deportistas profesionales no pueden modelos sociales. Conozco un montón de camellos que pueden machacar el aro. ¿Convierte eso a un camello en modelo para la sociedad?".

Barkley ha sido igual de contundente en las declaraciones que en las pistas. En la Universidad de Auburn se le tomó como una rareza festiva. Pesaba 120 kilos y sacaba ventaja de su poderío frente a jugadores muy jóvenes. Había opiniones divergentes sobre su talento real. Unos le veían demasiado bajo y demasiado gordo como para alcanzar el éxito en la NBA. Pero había gente que creía en sus posibilidades. Estuvo a punto de entrar en el equipo estadounidense en los Juegos de 1984. Equipo sensacional, con Jordan en primer lugar. El gran John Stockton y Barkley fueron los dos últimos descartados por Bobby Knight.

Elegido en el cuarto puesto del draft, justo detrás de Michael Jordan, Barkley entró en los Sixers, donde tuvo como maestros a Julius Erving y Moses Malone. Su progresión fue espectacular. En apenas dos años se convirtió en uno de los reboteadores más consistentes del campeonato y en una máquina de anotar. Afinó su físico sin perder potencia y, poco a poco, hizo de la versatilidad una de sus principales armas.

Casi incontenible en el poste bajo, donde su juego de espaldas al aro no encontraba respuesta en los jugadores más altos, pero menos rápidos. A pesar de la tendencia de los entrenadores a aprovechar su poderío en el poste, Barkley extendió sus cualidades a otros dominios. Su apreciable tiro comenzó a adquirir rango temporada tras temporada. Con el tiempo, aprovechó su eficacia en los triples para confundir a sus marcadores. Casi ninguno podía salir fuera para tapar el tiro de Barkley. Eran demasiado grandes y demasiado lentos.

Nunca encontró un equipo que le gustara lo suficiente, ni un tema para callarse. Frustrado con la trayectoria de los Sixers en el periodo de declive de Erving y Malone, fue traspasado a los Suns de Phoenix. En 1993 estuvo cerca de alcanzar su sueño. Acababa de ser designado mejor jugador de la NBA y encabezaba un equipo capaz de batir a los Bulls de Jordan. Pudo conseguirlo en una final épica, pero si Barkley vivía el momento estelar de su carrera, Jordan estaba en la cima de la suya. Y en este punto, Jordan siempre fue superior a Barkley. Uno llevaba a su equipo a un título tras otro. Barkley no lo consiguió ni en Phoenix ni en Houston, su último equipo. En los Rockets se reunió con otras dos leyendas: Hakeem Olajuwon y Scottie Pippen. La química no funcionó. Demasiados egos juntos. Los Rockets no ganaron ningún título con Barkley, decepcionado y gruñón. Achacó la responsabilidad de los fracasos a Pippen, acusado por Barkley de miedoso y desertor. Sin demasiadas esperanzas, decidió proseguir otro año con los Rockets. Su figura imponía, pero no era el mismo. Lo dijo ayer: "Dios manda pequeños mensajes que no queremos oír". Su época había pasado.

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