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150 metros bajo la superficie

El italiano Pelizzari es la última gran estrella que bate récords en las profundidades del mar

No es magia de Houdini en una vitrina de cristal, es algo real en el mar. Un hombre ha bajado ya en las profundidades marinas a 80 metros en apnea, es decir, a pulmón libre, sin ninguna ayuda, sólo con aletas en los pies, en 2.29 minutos. Y a 150, en 2.57, con lastre libre para el descenso y con un balón para ascender a la superficie. Se trata de un italiano de 34 años, 1,84 metros y 84 kilos, Umberto Pelizzari, el último gran pez humano. Sólo le falta el tercer récord de esta modalidad que linda entre el deporte-hazaña y las pruebas científico-médicas. Es una plusmarca intermedia, denominada estilo variable, en el que bajaría con un lastre limitado a 30 kilos, pero teniendo que subir por sus propios medios, sólo agarrándose al cable vertical de la zona del intento.La apnea puede llegar a ser arriesgada. Con cualquier inmersión sufren cambios directos los pulmones, el corazón y todo el sistema circulatorio. Mucho más a grandes profundidades. Inicialmente, en el descenso, se produce una taquicardia, seguida de lo contrario, una bradicardia (disminución de los latidos). Por la presión del agua sobre el cuerpo, que sube una atmósfera cada 10 metros de bajada (los pulmones pueden reducir hasta 14 veces su tamaño), se produce una inversión de la sangre. La aurícula y el ventrículo izquierdos, que bombean sangre a los pulmones, se dilatan, y se reducen los derechos, que la envían al resto del cuerpo. Brazos y piernas pierden riego y, con ello, oxígeno. La capacidad pulmonar disminuye.

Pero el peor momento siempre se produce una vez que el submarinista inicia el ascenso. Pese a los ejercicios de yoga para mejorar la respiración y al calentamiento con inmersiones previas siempre con unas capacidades pulmonares por encima de lo normal (Pelizzari, por ejemplo, tiene 7,9 litros, uno más que la media), la falta de oxígeno pasa factura por el tiempo transcurrido y por la presión del agua. Ésta va bajando de nuevo según se vuelve a la superficie y también el oxígeno en los pulmones. El peligro de la pérdida de conocimiento por hipoxia es enorme.

El anterior récord de descenso a pulmón libre, logrado por Alejandro Ravelo con 76 metros, fue el último ejemplo de dramatismo rondando la tragedia. Cuando salió a la superficie con el cartelito que señalaba los 76 metros y que había cogido a esa profundidad, parecía exánime, con una palidez cadavérica y un hilo de sangre saliéndole por la boca. El récord estuvo a punto de no homologarse al no entregar la tablilla a los jueces, según indica el reglamento. La falta de oxígeno al cabo de un intento larguísimo, de 3.22 minutos, fue casi total. Después comentó que subió los últimos 20 metros más con la cabeza que con las piernas. Sangró por las contracciones del diafragma, como si un efecto ventosa le rasgara las vías respiratorias. La hemorragia cesó al cuarto de hora.

Pelizzari, que el pasado fin de semana estuvo en el Salón Náutico de Barcelona, debería haber sido, por sus orígenes, esquiador. Nació en Busto Arsizio (Varese), en el centro del norte italiano y en sus primeros años, tenía miedo al agua, incluso a la ducha. Pero pronto se le quitó. A los cinco años nadaba a la perfección y le empezó a gustar contener la respiración inmóvil: lo logró tres minutos a los ocho años, cinco a los 15 y el récord mundial, más de siete, que tiene, a los 26.

Cuando Enzo Maiorca, uno de los primeros submarinistas en alcanzar popularidad, intentó superar en 1962 con el estilo variable absoluto la barrera de los 50 metros algunos médicos dijeron que podía morir en el intento. Pensaban que era el límite de la resistencia del hombre bajo el mar. Pero lo logró. Bajó en Ustica a 51 metros y aún acabaría llegando a los 101 en 1988. La barrera de los 100 ya la había ya superado Mayol en 1976. El mayor orgullo de Pelizzari es haberles seguido en la historia al bajar a 150. Otra frontera.

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