Padres, hijos, profesores
El domingo 14 de noviembre leí, entre razonablemente impactado y dolorosamente aburrido, lo descrito en el reportaje sobre padres desbordados por sus hijos. El impacto es el resultado de la inquietante quiebra y desarraigo de una de las instituciones más importantes de la sociedad, que aboca a situaciones aberrantes. La familia parece estar en entredicho o, por lo menos, los papeles a repartir dentro de su seno. Nadie atina a dar con las claves del problema, aunque muchos lo sufren abnegada y calladamente. En esta segunda orilla, quizás la que menor simpatía despierta, se encuentra la labor del profesor, que debe atender a tantos aspectos de la vida de un adolescente, y no solamente al académico y escolar, que llega a sucumbir en el esfuerzo. En muchas ocasiones se nos presenta un padre y, abiertamente, nos confiesa que no puede con su hijo y que no sabe qué hacer con él, en la esperanza de hallar un remedio en la instancia docente. Por desgracia, el profesor, aparte de carecer de la preparación necesaria para responder a estos desafíos, que le exceden con mucho, se ve así envuelto en una vorágine familiar ajena a sus cometidos. No es de extrañar el altísimo índice de estrés y ansiedad en estos profesionales.El aburrimiento proviene de la constatación de que algo falla en el entramado educativo. No es justo, ni pertinente, que un docente intente reparar algo roto en origen, cual es la salud familiar o social. Creo llegada la hora en la que, con sensatez y seriedad, sean abordados los perfiles actuación de un docente con respecto a estas y otras problemáticas afines. La nueva ordenación educativa, preñada de una pedagogía utópica, ciertamente más que aliviar las tensiones produce el efecto contrario, al estar diseñada para un entorno imaginario. En último término, nadie está legitimado a solicitar y, en menor medida, exigir de un profesor heroicidades dentro y fuera del aula.-
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