El secarral
J. J. PÉREZ BENLLOCH
Darle caña al PSPV-PSOE se ha convertido en una práctica aburrida, más próxima al ensañamiento con un desvalido que a la colaboración, si es que alguien cree que de la crítica a un partido, incluso la mejor intencionada, puede decantarse algún cambio beneficioso para éste. A los partidos y también a la mayoría de sus agonistas les resbala todo juicio que no sea un panegírico que, por lo general, cuando así procede, suele parecerles desleído, impropio de sus merecimientos. Sordos como son cuando se les pone en solfa, se tornan insaciables si de piropos se trata.
La observación viene al pelo porque voy a lisonjear a la portavoz socialista del grupo municipal de Valencia, Ana Noguera, y darle un tirón de orejas a la gestora del PSPV por la actitud que adopta frente a la citada edil y vocal de la ejecutiva federal. Convendría, pues, que no se le subiese el papo a la una, ni percibiese la otra malicia alguna en mis reproches.
De la una, de Noguera, he de anotar lo que ya es una constatación cada día más generalizada, tanto entre sus afines como entre sus compañeros reticentes: está cuajando como una política con capacidad de liderazgo y coraje bastante para asumir riesgos inhabituales, lo que de por sí es una rareza en ese colectivo. Apuntó tales cualidades en el transcurso de las elecciones locales en las que, sin apenas apoyos y casi desahuciada de recursos materiales, hilvanó un discurso crecientemente sólido que le permitió acentuar su crédito y mejorar los resultados. No siendo posible darle un vuelco a las urnas, ya era más que plausible salir airosa del desafío, algo que debemos recordar cuando ahora se le recrimina no haber acortado más las distancias con la candidatura popular de Rita Barberá.
No menos reconocimiento se le debe por sus reiterados pronunciamientos en la ejecutiva federal, rompiendo solitariamente lanzas por Josep Borrell, cuando la audacia pudo equivaler a un suicidio político, o, más recientemente, cuestionando el delirante desguace del socialismo valenciano a manos del secretario de Organización, Ciprià Ciscar, con la tácita pero obvia complicidad de los ejecutivos madrileños. Pudo ser la de Ana una voz chocante que clamaba en el desierto, pero sería injusto no otorgarle su valía cuando tan acostumbrados hemos estado a la mudez o genuflexión de los mandatarios indígenas en el sanedrín felipista.
Agreguemos a todo ello, porque al caso viene, su prudente inhibición en las indescifrables rencillas internas que hoy cuartean el PSPV, lo que le ha propiciado entregarse a su tarea prioritaria, que es ejercer la oposición en el Ayuntamiento del cap i casal, tal cual hace. Ha dicho su palabra donde debía, sin contribuir a la algarabía o disbarat partidario.
Sin embargo, a la infamante gestora que hoy administra el partido no le hace gracia la mentada concejala y arremete contra ella por una presunta divulgación de secretos que lo son a voces. Lo cual nos confirma que su auténtico cometido es convertir esta federación en un secarral donde no crezca una briza nueva y diferente. El objetivo está a punto de alcanzarse. Basta con que Ana y unos pocos militantes de su promoción y talante arrojen la toalla y el PSPV sea tierra de barbecho para los próximos lustros gestionados desde tan miserables criterios.
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