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Reportaje:

A la caza de El Niño

Sergio García se resiste a cambiar su juego y a entrar en la órbita de la organización que controla el golf

Carlos Arribas

El swing, dicen los diccionarios de golf, es el movimiento característico del cuerpo y los brazos con el cual se ejecuta un golpe. El swing no es sólo un giro más o menos instintivo, más o menos aprendido, más o menos mejor. El movimiento más artístico del juego del golf, la marca distintiva de los grandes jugadores, esconde también una trampa, conocida en el mundillo del golf como el viejo truco del swing defectuoso. Sergio García, el gran prodigio del golf mundial, lo está comprobando perfectamente estos días. "Empiezan en las revistas sacando defectos a tu giro, lo repiten hasta que todos los periodistas especializados lo utilizan como una muletilla, continúan poniendo a tu disposición un profesor que te promete que en un par de sesiones te arregla el problema, y termina volviéndote loco, empieza por las caderas y termina por los brazos. Al final no sabes qué haces", explica un conocedor del asunto.Todo comenzó con un bucle. Sergio, que de pequeño no era muy alto, se las arregló, enseñado por su padre, Víctor, que aún es su profesor, para compensar ese déficit a la hora de mandar la bola lo más lejos posible inventándose un movimiento de bucle con el palo. "Y mientras me funcione seguiré dándole así", decía recientemente el chaval de Castellón que ha revolucionado el golf y sus costumbres en sólo seis meses de jugador profesional. Será si le dejan. El mundo del golf, igual que todos los ámbitos en los que los dólares sólo se cuentan por millones, está lleno de pirañas. Las redes de Mark McCormack, el hombre que se puso a hacer negocios hace unas cuantas décadas con Arnold Palmer y convirtió un pasatiempo de pudientes en un deporte de masas con un potencial económico incalculable, están preparadas para pescar.

Medios de comunicación, televisiones, organizadores de torneos, profesores, jugadores, la mayor parte de los factores del golf, obedecen, más que a sus propias federaciones, a los designios de McCormack y su famosa marca comercial, IMG, que oficialmente es una oficina de representación de deportistas. Una cuadra, como se dice en la jerga, que tiene entre sus más preciadas posesiones a Tiger Woods, el mejor golfista del mundo, y que le gustaría poseer, cómo no, también a Sergio García, de 19 años, el único jugador que por lo menos puede estar a su altura en la próxima década y rivalizar en lo que a popularidad y carisma se refiere. Entrar en IMG, dicen los expertos, significa, si las cosas van bien, entrar en los sitios donde se mueve el dinero importante y dejar de ser uno mismo. Y si las cosas van mal, dejar de ser uno mismo y no ver ni un dólar. Y si IMG negoció el contrato de 90 millones de dólares (unos 14.500 millones de pesetas) que une a Tiger Woods con la marca Nike por cinco años, también la oficina de McCormack guía todos los pasos del Tigre, elige sus ropas, le enseña respuestas a las preguntas de los periodistas, le dice con quién comer, dónde jugar y con quién hablar. Y hasta cómo jugar.

La marca IMG se ha dirigido en varias ocasiones a Sergio García para ofrecerle sus servicios. "Pero siempre hemos dicho que no", asegura José Marquina, un valenciano afincado en Miami por cuenta del Instituto Valenciano de Exportación que lleva los asuntos de El Niño desde que éste, a los 12 o 13 años, ya daba signos de que era un fenómeno. "Antes que nada, antes que el dinero y todo lo que exige, lo que Sergio quiere es calidad de vida". Marquina, que ha creado una sociedad llamada Sergio Team, Strategies and Solutions, en la que también participan los padres del jugador, llevó las negociaciones con Adidas y una marca de palos y bolas, de las que el golfista de Castellón percibirá unos diez millones de dólares en cinco años. Pero IMG no cesa, aunque lo único que ha conseguido hasta ahora de Sergio es su representación para un par de torneos en Asia.

Uno de los negocios importantes del imperio McCormack es el de los gurus del golf. Los dos más importantes se llaman Butch Harmon y David Leadbetter. Su mejor credencial es el nombre de los jugadores a los que aconsejan. Harmon es el hombre detrás de los golpes de, entre otros, Tiger Woods; Leadbetter ha trabajado con Faldo, Ballesteros, Langer y varios famosos más. También quiere aconsejar a Sergio.

La semana pasada, el jugador zimbabuense Nick Price dijo, como quien no quiere la cosa, que Sergio García debería hacer un par de ajustes en su swing. Quizá no sea más que una casualidad que Price, más que alumno de Leadbetter, sea su amigo y socio en algunos negocios, pero Sergio, vivo, caló enseguida la indirecta. "Pues yo estoy muy contento con mi swing", respondió el castellonense. Y si funciona, "¿para qué cambiarlo?".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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