Chico salva a chica rusa
Un musical trata de llevar a los escenarios internacionales las controversias de la nueva Rusia
Primera historia: Katia es una chica que quiere aprovechar las oportunidades que la nueva Rusia ofrece a quien sepa aprovecharlas. Para convertir un comedor soviético en un restaurante moderno tiene un socio, Tolia, que resulta ser un consumado mafioso. Merc es un norteamericano de Los Ángeles que llega a Moscú en busca de Katia, de quien se enamoró tras un intenso romance en París. Chico busca a chica, la encuentra y la quiere sacar del pozo. Hay final feliz, con Katia y Merc comiendo perdices, aunque otra chica, Zhenia, demasiado sentimental para olvidarse de los escrúpulos, termina con nueve gramos de plomo en el cuerpo propulsados por la pistola de Tolia. Al fondo suenan los cañonazos que Borís Yeltsin ordenó disparar contra la Casa Blanca en octubre de 1993.Segunda historia: Robert, un hombre de negocios millonario que acaba de cerrar una lucrativa operación, lo celebra con una prostituta rusa de Nueva York. Irina es una esclava propiedad de un grupo mafioso de su país que ha sentado sus reales en Estados Unidos y que la explota tras atraerla desde San Petersburgo con la promesa de un trabajo decente y bien pagado. Robert huye con la chica. Cuando el cerco de la mafia se estrecha, ambos logran la protección del FBI, que utiliza el testimonio de Irina para desarticular la banda. La pareja vive oculta su idilio. Cuando salga de su escondite, Robert se dedicará a combatir la prostitución forzosa.
¿Cuál de estas dos historias es verdadera? La segunda.
La primera es el argumento de lo que se presenta como el musical de la Nueva Rusia. Hace unos días se celebró en Moscú su estreno mundial en lengua inglesa, aunque también hay representaciones en ruso. Luego aspira a pasar a los escenarios de Londres para emular el éxito de Cats o El fantasma de la ópera. Su título: Tomorrowland (La tierra del mañana). Su mensaje: llegará un día en el que Rusia no sea el paraíso de la corrupción, el crimen y la sucia lucha política.
Ese mismo día tal vez no sea ya posible historias como la de Robert e Irina. Los agentes del FBI les hicieron ver que para el grupo criminal que les seguía el rastro el asunto se había convertido en una cuestión de honor. Su sentencia ya estaba dictada: muerte y mutilación, y no necesariamente en ese orden. También aquí puede haber final feliz: varios miembros de la banda han sido detenidos, aunque el supuesto jefe, Serguéi Krikov, logró huir a Rusia.
Tomorrowland no quiere entrar en demasiadas honduras. Después de todo es un musical y su objetivo es sólo divertir y entretener. La mafia, la violencia y el cañoneo son el telón de fondo para el baile, el humor y un puñado de baladas y temas de rock y pop. La misma receta de los grandes éxitos del Broadway neoyorquino o el West End londinense. Lo malo es que, al menos para el público moscovita (sea extranjero o ruso), los personajes son de cartón piedra, ni siquiera caricaturas. Parecen llegados de otro planeta y, para colmo, hablan y cantan en un inglés a veces incomprensible.
El único que se salva es Jay Marcus, que da vida a Merc y que tiene en su currículo dos papeles de protagonista en dos grandes musicales. Fue Joe Gillis en Sunset Boulevard, Alex Dillingham en Aspects of love. Claro que él es británico. El resto del reparto es ruso. Le da la réplica, como Katia, Irina Lindt, en su primera incursión en un género sin gran tradición en su país y que, a las órdenes del mítico Yuri Liubímov, ha interpretado en el teatro de la Taganka a la Grushenka de Los hermanos Karamazov o a la Carlota Corday en Marat-Sade. El director es el británico John Adams. La música es de su compatriota Andrew J. Wight. Y el autor del argumento es Winston Shaw, un diplomático norteamericano que estuvo destinado en Moscú y que sacó la idea de un comedor de la calle Arbat del que era cliente asiduo y que terminó convertido en una pizzería.
Los organizadores han pecado de ilusos al pensar que la gente se iba agolpar ante las taquillas para pagar entre 4.000 y 12.000 pesetas por una butaca. La Nueva Ópera, el más moderno de los teatros moscovitas, estaba lejos del lleno un día después del estreno. Allí mismo, la mejor entrada para La Traviata suele costar menos de 1.000 pesetas.
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