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Reportaje:

Las horas, a punto

RETRATOSJosé Castro es un hombre de costumbres. Así nieve o el sol se caiga a pedazos, él amanece a las ocho de la mañana. Se asea, desayuna y camina hasta la iglesia de La Encarnación de Santa Fe, en Granada. El objeto de su visita diaria no es piadosa. Él tiene una cita casi a ciegas. En la torre norte del templo, después de subir 82 oscuros, estrechos y empinados escalones, le espera, hambrienta, la desvencijada maquinaria de un reloj de péndulo con 99 años en sus tuercas. La añeja e inusual función de José no es otra que la de darle cuerda y velar por su correcto funcionamiento. "No hay más remedio que darle cuerda todos los días o de lo contrario se pararía. Porque el mecanismo sólo tiene autonomía para 44 horas", explica mientras, manivela en mano, prolonga la vida del reloj una jornada más. Así ha sido, día tras día, desde 1954. Pero José no ha hecho más que seguir una tradición que ya inició su abuelo hace un siglo y continuó su padre hasta que él tomó el relevo. El reloj de La Encarnación lleva marcando el ritmo de la vida de Santa Fe desde el 13 de marzo de 1900. "O sea, que dentro de unos meses cumple años". Gracias a sus cuidados, la salud del mecanismo es buena. Aunque, como a cualquier abuelo, el paso del tiempo ha mellado los dientes de hierro y latón. "Las ruedas dentadas están bastante desgastadas y el frío y el calor le hacen perder precisión. Si no lo ajustara se retrasaría medio minuto cada día", advierte. José se gana el pan como fontanero. Pero la labor que desempeña desde los 14 años le ha obligado a aprender algunos rudimentos de relojería para reparar pequeñas averías. Unos conocimientos que le hacen presagiar que el reloj, de propiedad municipal, no vivirá más de 10 años si no se le hacen arreglos urgentes. Pero sus advertencias suelen caer en saco roto. "Tengo que esperar años para que el Ayuntamiento oiga mis peticiones", se lamenta. El Consistorio le subirá el sueldo, por fin, de 13.200 a 21.000 pesetas mensuales. José no desatiende su cita con el reloj ni para irse de vacaciones. De hecho, asegura, en su vida no se ha tomado otro descanso que "los cuarenta días y cuarenta noches" de su luna de miel. Entonces, y cuando cayó enfermo alguna vez, fue un familiar el encargado de sustituirle. Desde que se hizo cargo de su mantenimiento, el reloj sólo se le ha parado una vez por falta de cuerda, "y fue por atender obligaciones laborales", justifica. María Concepción es la voz, algo engolada, del reloj de La Encarnación. Junto a las dos campanas pequeñas que dan los cuartos con timbres más atiplados, es la encargada de marcar las horas. Las tres fueron fundidas en 1618 y llegaron a Santa Fe unos 125 años después de que los Reyes Católicos fundaran esta ciudad como campamento base del asedio a Granada. Cada vez que suenan, José, instintivamente, comprueba satisfecho la puntualidad en su reloj de muñeca: un digital japonés. "Me costó sólo 1.600 pesetas, pero éste no se atrasa ni se adelanta. Y, lo mejor de todo, no hay que darle cuerda". Él reconoce que subir todos los días a la torre de la iglesia "es un latazo", aunque rehúsa pensar en dejar la tradición. "Esto ya es parte de mi vida. Y lo seguirá siendo, porque a mí sí me queda cuerda para rato".

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