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LA CRÓNICA Duchamp en Cataluña ENRIQUE VILA-MATAS

Se preguntaba Duchamp si es posible producir obras que no sean obras de arte. Hay quien le considera un embaucador sin más, otros como un sensacional y artístico estafador, y quienes le ven como uno de los pocos genios del arte del siglo XX. Sea cual fuere la opinión que sobre su vida y obra se tenga, yo siempre contemplaré como una gran suerte que no se pueda prescindir de Duchamp a la hora de hablar del desarrollo (o de la destrucción) del arte de este siglo. Creo que se puede decir que Duchamp decidió hacer una apuesta consigo mismo sobre la cultura artística a la que pertenecía, apostó a que podía ganar la partida sin hacer nada, con sólo quedarse sentado. Y su táctica mínima, pero cuidadosamente planeada, le salió bien. "Cuando Duchamp subió a escena al final de su vida para recibir los aplausos", ha escrito Roger Shattuck, "no tuvo que mirar los escalones. Por un largo y cuidadoso cálculo, el autor de Desnudo bajando la escalera sabía exactamente dónde estaban. Lo había planeado todo como un maestro". De la época de su Desnudo es su primera relación con Cataluña. Un mes después de que sus hermanos le recomendaran que no exhibiera su desconcertante y provocador cuadro en el Salon des Indépendants de París, Duchamp -estamos en 1912- exhibía su Desnudo en la primera exposición no cubista importante que hubo fuera de Francia, en la vanguardista Galería Dalmau de Barcelona. En la monumental biografía de Duchamp de Calvin Tomkins -publicada en 1996 en Nueva York, acaba de aparecer entre nosotros, traducida por Mónica Martín, en Anagrama-, se nos dice que el Desnudo no escandalizó en Barcelona -iba a hacerlo, en cambio, unos meses después en el Armory Show de Nueva York-, pero dejó muy impresionado a un joven estudiante de arte de 19 años llamado Joan Miró, que en 1924 en París realizaría un dibujo de un tramo de escalones con una larga línea serpenteante para titularlo Nu baixant una escala. En 1933 tuvo lugar el segundo encuentro de Duchamp con Barcelona, adonde llegó en avión desde Niza, acompañado por Mary Reynolds. El por qué paró un taxi y se hizo trasladar a Cadaqués no se explica en la biografía de Tomkins, aunque podemos imaginar que Dalí pudo tener mucho que ver con ese arrebato. Pasó en Cadaqués dos semanas del verano de aquel año. Volvería en 1958 después de haber "escrito de antemano a un tan Melitón", nos dice Tomkins, "propietario del café más conocido del pueblo (...), un hombre apuesto, de cabellera cana, que había aprendido el francés trabajando de jovencito en los viñedos franceses, así que era uno de los pocos lugareños, catalanohablantes, capaz de comunicarse sin dificultad con los extranjeros". En Cadaqués pasaría los últimos 11 veranos de su vida, hasta su muerte, en 1968. Mientras su mujer, Teeny, nadaba, se le podía ver a él en el café Melitón -donde desde hace años hay una placa que lo recuerda- jugando al ajedrez. En Cadaqués no era el artista mundialmente famoso, sino un caballero afable que pasaba horas jugando en el Melitón. Un buen día en que se encontraba en plena partida de ajedrez, un marchante norteamericano entró en el café con un amigo y soltó, con bastante ostentación: "Bonjour, Marcel". Duchamp alzó la vista, asintió sin entusiasmo y replicó: "Bonjour et au revoir". Tal como le contó a Pierre Cabanne, en Cadaqués él se dedicaba a jugar al ajedrez y a no hacer nada, salvo una mampara -que reconstruía todos los veranos- que en la terraza de su casa le protegía del sol y le permitía "sentarse a la sombra", que era lo que estuvo haciendo toda su vida. Su última obra -que se dedicó a hacer en secreto a lo largo de 20 años- guarda relación con el paisaje ampurdanés. Se trata de Etant donnés o Tableau vivant, una gran broma muy seria para voyeurs donde, entre otras cosas, puede verse brillar, entre rocas, una cascada, que los duchampianos harán bien en localizar -aunque Tomkins no lo diga en su biografía- en un lugar conocido como Salt de la Caula, situado entre los pueblos de Les Escaules y Pont de Molins, en el valle de la Muga. La cascada, en cualquier caso, aparece en la biografía de Tomkins, en la página 478 de la edición española; aparece en una fotografía en la que puede verse a Duchamp y Teeny, tranquilos y felices, en un merendero campestre ("Duchamp dans le champ", podría decirse en un juego de palabras propio de Duchamp), en un merendero tan catalán como universal.

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