Todos ganan
JUANJO GARCÍA DEL MORAL El día después es casi siempre el mismo. Cada cual encuentra una forma de presentar las cosas para que parezcan favorables a sus intereses. Es aquello del refrán sobre el color del cristal, o lo del ascua y la sardina, o lo de la vara de medir. ¿Recuerdan aquello de la vara de platino iridiado que se conserva en el museo de pesos y medidas de París? Pues eso ya no vale. En la actualidad, llegado el día después de unas elecciones, el platino iridiado se transforma para unos en el número de votos; para otros equivale a los porcentajes totales; los hay que lo relacionan con la abstención; o con los resultados de los comicios anteriores; incluso con los votos en blanco -un partido que, dicho sea de paso, parece ganar adeptos-; y, en fin, cualquier factor es aprovechado para ofrecer al personal una explicación de los resultados electorales, con tal de que ésta resulte favorable a los intereses y aspiraciones de cada cual. La consecuencia es evidente: invariablemente todos ganan. Hasta aquellos que lo han perdido casi todo y que, inasequibles al desaliento, encuentran la explicación oportuna para justificar incluso lo injustificable. Tanto da si a pesar de perder decenas de miles de votos se crece en número de escaños; o si se han ganado miles de ellos aunque finalmente no sirvan para nada; o si con un puñado de sufragios más se consigue una mayoría absoluta. Todos ganan. Desde luego, los que más difícil lo tienen son aquellos que han perdido votos y escaños y, entre éstos, los que, además, pueden perder hasta el sueldo. Aunque también éstos encuentran una explicación adecuada. Hasta hay quien, desde posiciones rayanas en el mesianismo, descarga su responsabilidad en los electores. Pero al final, lo único que vale es que unos han obtenido la mayoría absoluta y que otros han desaparecido del mapa, mientras que entremedio unos se han quedado prácticamente como estaban y otros han sufrido un notable descalabro. Que cada cual se aplique la lección. Eso sí, sin olvidar que los ciudadanos ya saben a qué ascua han de arrimar su sardina, de qué color es el cristal con el que tienen que mirar y con qué vara han de medir.
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