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Tres elecciones (Paseando con "Hiru")

JAVIER UGARTE El césped está húmedo en las primeras horas de la mañana mientras paseo a Hiru, un perdiguero de Burgos, noblote aunque algo tonto. El silencio y el fresco matinal actúan como bálsamo tras una noche agitada con pesadillas de lino cayendo sobre Kosovo, viviendas con franquicia, incontenibles subidas impositivas, "nos han llamado asesinos" dice alguien iracundo en Lizarra, aparcamientos de tractores con refugiados, y coches con cencerro (o ¿eran altavoces lo que llevaban en lo alto?). Doy una patada a una botella de lejía vacía, sólo por desahogarme. Al fin y al cabo, no hay nadie en los alrededores. Aligerado ya del arrebato onírico (cuánto se agradece el frío en la cara, las botellas de plástico o las castañas pilongas que caerán en otoño; ¡ah, el otoño!), pienso que no, que, por mucho que diga algún intelectual pseudorromántico nostálgico de la clase culta de principios de la siglo, esta campaña no ha sido de pesadilla. En realidad ha sido bastante normalita (aburrida y pesada, eso sí; algo debiéramos aprender de las mucho más razonables campañas europeas). Pero, chico, Hiru, algo debe de inquietarme para haber tenido una noche tan agitada. El muy majadero está entretenido con una mariposa o un bicho de esos que saltan entre las hierbas. Hala, tú ladea la cabeza con aire desconcertado que ahora nadie nos ve. Puedes obsesionarte con tu gorgojo, que yo seguiré con esto de las elecciones y su disparatada organización (aunque también yo me noto como ladeando la cabeza). Empiezan a resonar los coches que van al trabajo cargados de potenciales electores y seguros expoliados, como tú o yo, Hiru; bueno, tú no. En unos días habrá que elegir entre ir a la playa, al monte o ir a votar. Votar a lo grande: tres papeletas, tres urnas, tres asambleas. En Suiza lo hacen. Tras la misa o el paseo dominical, se acercan al colegio y votan sobre una posible limitación de velocidad en el cantón, sobre el fumar en los bares o la instalación de más semáforos; y todo en el día. Pero lo nuestro es más notable, de mayor entidad, vamos. Tendremos que decidir, de un lado, sobre la política de viviendas y el suelo, el tráfico o el modelo de ciudad que queremos. Sobre nuestro entorno más inmediato, Hiru, sobre si tendré que llevarte con bozal o no (aunque a ti, amigo, lo mismo te da). De otro, votamos a las juntas/diputaciones en las que se resuelve la política fiscal, los planes de ordenación del territorio y de infraestructuras. Ahí es nada. Pero eso no es todo -y los pobres políticos no saben por dónde empezar-, elegimos también a nuestros representantes en el Parlamento Europeo; un lugar, Europa, en el que todo está por determinar. Imposible discernir todo y hacerlo además con claridad. De modo que ladeo la cabeza y tengo pesadillas; debe ser eso. Así es que uno, que siente alguna debilidad por Ludwig von Rochau y su realpolitik, que tiene una disposición favorable a una actuación más práctica que esté referida a objetivos (o ideas) concretos y hecha según medios que contengan la suficiente cantidad de conocimiento como para que resulten viables, se ve obligado (en el ayuntamiento, la provincia o en Europa) a elegir al viejo estilo; a tener que votar guiado por las grandes corrientes ideológicas vacías hoy de contenido, hechas de antiguas fórmulas vagas y viejas utopías que hoy sólo resultan ensoñaciones. A preferir a Zutano porque el hombre, mira, es de izquierdas, aunque sus conocidos digan de él que es un mentecato. O, si no, a dejarse arrastrar por la cruda política de poder que practican los políticos profesionales (todos ellos; de Aznar a Otegi); a dejarse impresionar por la idea de que lo único que cuenta es el poder, y que todo vale para conseguirlo. Vámonos para casa, Hiru, que allí nos espera Charly y podrás elegir entre tumbarte o tenderte sobre el suelo. No más elecciones conjuntas, por Dios, en las que es imposible explicarse o entender. Que me disculpe Ugarte por haberme apropiado hoy de su columna (Entre tú y yo, Hiru: en realidad ese encopetado nos debe una).

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