La fortaleza de los políticos frágiles JOAN SUBIRATS
Se atribuye a Bertrand Russell la frase según la cual el problema es que los estúpidos van por el mundo con una seguridad insoportable y presuntuosa, mientras que los más inteligentes se arrastran constantemente en un mar de dudas. El descubrimiento de esa frase me ha confortado, ya que cada día me resulta más complicado soportar la hueca solemnidad con que algunos políticos, entre los que destaca Aznar, lanzan frases y sentencias con las que despachan muchos de los complicados entuertos en los que andamos metidos. Es curioso, pero diría que cuantas más dudas me asaltan, más rotundos son algunos de nuestros dirigentes. Me da la impresión de que peroran sin cesar desde categorías y presupuestos teóricos básicamente surgidos de las premisas de la sociedad industrial. Pero el problema es que todos los parámetros que conformaban ese tipo de sociedad han sido tremendamente modificados, lo que nos ha dejado a todos con muchas menos certezas. Frente a ello, la mayoría de los políticos no parecen darse por aludidos, y se afanan en lanzarnos todo tipo de mensajes aparentemente tranquilizadores. Parece que en su mundo los problemas están claros, y las soluciones también. Se trata sólo de dilucidar quién ocupa el poder. Si lo ocupan ellos, la cuestión está en tener más tiempo para desarrollar los planes previstos. Si resulta que quien habla está en la oposición, la cuestión estriba en dejar de estarlo. Y si además se obtiene el poder con mayoría absoluta, mejor que mejor. Desde la arrogancia de los supuestos básicos del industrialismo y de la confianza en el progreso económico y tecnológico ininterrumpido, se suponía que una vez tomada una decisión por los legitimados para ello, todo era cuestión de recursos y de voluntad. La fe en la potencia absoluta de la razón no confería espacio alguno a la duda. Mostrarse dubitativo era mostrarse débil. Los políticos siguen aún en esa estela, y creen a pie juntillas que lo que la gente quiere es seguridad, certeza y determinación en la acción. Y mira por dónde que a mí cada día me resulta más simpático el político que sabe trasmitir su capacidad de razonar, que sabe ser relativamente escéptico sobre sus posibilidades de transformación de las cosas si no logra implicar a la gente. Desde mi punto de vista, el ejercicio sistemático de la duda, en vez de debilitar, refuerza a aquellos capaces de ejercerla. La duda que no surge de la ignorancia, sino del conocimiento, es una expresión de la modernidad. La no aceptación incondicional de lo que se nos aparece como nuevas certezas -mercado, tecnología o ciencia- es lo que nos puede salvar de ese explícito o implícito absolutismo del pensamiento y la acción industrialista. Es evidente que la nueva realidad social y económica provoca muchos más riesgos e inseguridades, y eso desde una visión convencional provoca angustia y miedo. Y todos somos conscientes de las consecuencias políticas que acostumbra a provocar ese tipo de miedo. Pero ello no tiene por qué conducir a los políticos a una lucha sin cuartel para ver quién ofrece más seguridades. Deberíamos ser capaces de descubrir el lado brillante de la inseguridad, esa perspectiva que nos hace ser más modestos en nuestros objetivos, menos prepotentes, más tolerantes y compasivos, más irónicos y más abiertos a aprender de todo y de todos. Estamos cada día más en una abierta ºcontradicción entre las promesas de seguridad técnica, social y política en que se basa y se basaba el modelo industrialista, y la evidente pérdida de seguridad de los nuevos tiempos. Si los políticos insisten en competir por ofrecer seguridad, sólo recogerán aislamiento, desconfianza e incredulidad, o bien dependencia y autoritarismo. Cuando oigo a Borrell decir que ha cometido errores, me resulta más creíble que cuando trataba de arrollar con su seguridad racionalizadora a propios y extraños. También Maragall me gusta cuando desconcierta a sus colegas prologando el buen ejercicio de reflexión de Rubert de Ventós, y manifestando sus dudas sobre el tema. El propio Duran Lleida expresa una mejor capacidad de reflexión cuando pone en cuestión el tradicional victimismo como base de la nueva fase política en Cataluña que cuando ejerce simplemente de fiel escudero del líder guía de su coalición. Los políticos obsoletos siguen anclados en la dualidad amigo-enemigo y en unas pocas ideas guía: Estado, nación, clases, verdad científica y fe en la tecnología. Los políticos que exigen los nuevos tiempos son de dos tallas menos que los actuales, menos grandes, menos instantáneos, menos prepotentes, y más abiertos a la oposición, al antagonismo, a la refutación.
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