Novelas en mayo
JUVENAL SOTO Mayo es un mes de sueños feroces. Bajo sus días templados y sus noches breves, algunos candidatos a las alcaldías de los municipios andaluces ven brillar sus meninges y tratan de imitar al sol, por las mañanas, o de emular a las constelaciones, ya en el atardecer. Han leído los sondeos, pero dudan; han hablado con los vecinos, pero dudan; han recibido broncas, petardazos, quejas, vítores, aplausos, y continúan dudando. Ellos son los astros hasta junio, pero dudan. El vuelo de una mariposa dura menos que sus aspiraciones como candidatos, y, sin embargo, la mariposa no duda de su condición efímera, por eso liba el polen de las flores y se marcha sabiendo que fue la última vez. Ellos, los candidatos, chupan cámara y zumban como abejorros porque quieren permanecer, tras las elecciones, durante cuatro años libando el polen del jardín que nos prometen, por eso algunos no se marchan ahora, aunque los sondeos les están diciendo que ésta es, también para ellos, la última vez. Dudan, y ese método de conocimiento es en ellos una autoproclamación. Dudan de la capacidad ajena, dudan de las promesas ajenas, dudan, incluso, de la posibilidad de una existencia ajena a ellos mismos. Dudan, y ese instrumento de perfección mental que practicaron los filósofos cínicos es para ellos una suerte del toreo a pie: aquella que consiste en aguardar la llegada del bicho sosteniendo una pértiga con las manos para, en el momento justo, saltar por encima de la verdad evitando ser arrollados por tan poderosa evidencia. La soledad del candidato quizás sea otra forma de atrocidad: los miembros de su gabinete electoral les dicen que adelante, los ávidos de huevos de oro les dicen que adelante; los vendehúmos, las sobrinas, un tío en América, todo el tumulto bravo de los apaches que rodean a cada uno de ellos les dice que adelante; pero, en los escasos momentos de soledad que les permite la candidatura, su pértiga es sólo un junco que no puede esquivar al bicho que se les viene encima. Ellos saben que el junco no aguantará su peso, y, en ese brevísimo instante de lucidez, se derrumban y son arrastrados durante tres o cuatro segundos por la verdad. Luego, ya arropados entre subalternos, se visten otra vez de luces y cuentan, limpiando a capotazos las puntitas de saliva que les brillan en la comisura de los labios, sus triunfos en las maestranzas de su barriada. Allí la duda es una pringue de camaleones con hijos preparando exámenes a la policía local que les invitan a tintos de verano y conchas finas en un bar que quizás haga chaflán. Cuando cada uno de los parroquianos esté a punto de introducir su quinto Valdepeñas en la urna de la exaltación, ellos, los candidatos, ya serán alcaldes y convocarán plenos de amigotes extraordinarios que aprueben un punto único en el orden del día, sin ruegos ni preguntas: adelante. También una novela puede ser eso: matar la duda de tus horas contadas, porque todos tus personajes están dispuestos para sobrevivirte y tú ya eres el alcalde de tu propia inmortalidad. ¿Lo dudas?
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