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Estadio y millones

A. R. ALMODÓVAR Un escalofriante gasto de millones anda por ahí dando vueltas. Como si de una lotería del desatino se tratara, no les quepa la menor duda, acabará cayendo en forma de pedrisco sobre las sufridas economías de la gente común. Alrededor de 20.000 millones, entre pitos y flautas. Una cifra absolutamente desmedida para un estadio igualmente desproporcionado, salvo para las grandezas del caballero Rojas Marcos, y con la inestimable colaboración final de doña Soledad Becerril, al parecer alcaldesa de Sevilla. Nadie pone en duda que esta ciudad necesitaba de un bonito y adecuado estadio de atletismo, ya previsto en el Plan Especial de la Cartuja de 1987, y acaso recrecible en la hipótesis lejana de unas Olimpíadas. Pero más o menos como la mitad del que se ha acabado construyendo. Nombre tiene Sevilla más que suficiente para atraer competiciones de buen nivel, como los próximos Mundiales de Atletismo, y abnegados deportistas de base para aprovechar las instalaciones. Pero no. En lugar de eso, que era lo razonable, el personaje en cuestión puso en marcha un cuento de la lechera exponencial, y nadie le paró los pies. Se lanzó a lo de la Sevilla Olímpica, sin la más mínima posibilidad, como todo el mundo sabía. Pero él se las arregló para implicar a las altas magistraturas del Estado y engañar a todos los bobos del graderío. El hecho es que aquel coliseo de fantasías fue creciendo y creciendo, y lo que empezó por ocho mil ya va por quince mil, más accesos, comunicaciones públicas, etc. La segunda locura calculada fue la de enrolar en tan fabulosa nave a los dos clubes de fútbol de la ciudad, el Sevilla y el Betis. El que asó la manteca seguro andaba más cuerdo. Era algo así como pretender que la Macarena y la Esperanza de Triana salieran juntas en la misma procesión. Pues nada, a por ello. Y ahí es donde la Becerril, hasta entonces atónita y remolcada, perdió definitivamente el compás. Pregonó a los cuatro vientos que Sevilla no podría soportar tres grandes estadios -desde luego que no-, y se unió al brindis soleado de la economía y de la fraternidad entre los más turbios demonios de esta urbe prodigiosa. Ahora no sabe cómo salir del enredo, pero ya está atrapada, víctima una vez más de su inefable socio de gobierno. La verdad pura y dura es que Sevilla no fue designada olímpica (aunque la eterna candidatura dará cuerda electoral para rato); y tampoco los del fútbol están dispuestos a irse al estadio de La Cartuja más que para hacer algunas monerías. El Betis, en concreto, ha seguido imperturbable su particular engrandecimiento, en su propio estadio, y ahí está. Suerte que para el de La Cartuja se consiguieron, in extremis, los Mundiales de Atletismo de este mes de agosto, y que ahí estaba Sánchez Monteseirín para echar una mano. La misma que ahora quieren negarle a dúo los afamados diestros de esta charlotada de postín Alejandro-Soledad, Soledad-Alejandro, tanto monta, monta tanto. Eso sí, hace un año justo el caballero llamaba a su colaboradora "irresponsable y desleal". (La piropea mucho. Anteayer en la radio la llamó "pobrecita"). La otra contestaba que las cuentas de Rojas Marcos "nos traen a mal traer". Por cierto, otro día les contaré con detalle lo de los veinte mil kilitos. Pero abróchense los cinturones.

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