Izquierda y sociedad
Los últimos acontecimientos en el PSOE con motivo de la elaboración de las listas electorales en algunas federaciones territoriales y en el seno del comité federal no deberían inducir a error. La crisis del Partido Socialista no puede verse sólo como un problema de liderazgo, que haya desatado las luchas cainitas por el poder interno. La confusión y las disputas intestinas son consustanciales a periodos de transición como el que está viviendo el PSOE. Es un problema de anomia en un momento de redefinición de la identidad del socialismo español. En medio de esta incómoda travesía (quién no recuerda Suresnes en 1974 y el XXVIII congreso del partido en 1979, que marcarían todo un ciclo político posterior), la crisis del socialismo es un asunto de reorganización programática en buena medida pospuesto al priorizarse equivocadamente la búsqueda de un nuevo dirigente, degenerando en disputas internas. La pretendida renovación no debe traducirse sin más en porcentajes de nuevas incorporaciones a las listas electorales, o en la mera paridad, sino en un debate serio y meditado de ideas acerca de qué modelo de partido hay que postular y cuál debe ser la relación de la izquierda con la sociedad. Para poder responder a estos interrogantes, la inmensa ventaja del socialismo es su esencia profundamente humanista y su cultura cívica. El desgaste programático y la salida de un líder en medio de la confusión ideológica general de la izquierda no debe llevar sin más (empujados por la velocidad de la vida política y la urgencia de los compromisos electorales) a la búsqueda de un salvador y a la adoptación de fórmulas apremiantes más cercanas al mercado político que a un proyecto igualitarista consustancial a la socialdemocracia. Es el caso de la llamada tercera vía. Amén de lo equívoco del propio término por su instrumentalización ideológica en un pasado aciago, se trata de un mal remedo del viejo pragmatismo político anglosajón, que se conforma con vender aquellos productos que mejor se ajustan a las demandas de los votantes al ritmo del ciclo electoral y de los intereses partidistas a corto plazo; es la democracia de mercado a golpe de encuestas de opinión en medio de la pérdida de valores cívicos en las modernas sociedades. Los intereses particulares, que se suelen confundir muchas veces con los derechos, ganan terreno frente a los deberes cívicos con la comunidad. Partidos y políticos no son más que un reflejo de esa sociedad y su déficit de cultura cívica. La práctica política no debe olvidar su compromiso ético, que tiene que situarse por delante de la sociedad. Aquello de pan y fútbol quedó en la historia reciente de este país. La política no es un supermercado, es un foro de diálogo y una escuela de ciudadanía. La renovación del socialismo debe comenzar por democratizar todas las estructuras del partido a través de las primarias, rompiendo con el modelo de partido-burocracia. La convivencia de ambos mecanismos de reclutamiento político es sencillamente incompatible; o churras o merinas. Pero a las cuestiones organizativas se unen las programáticas. Modificar la sociedad y las preferencias de los ciudadanos desde un proyecto igualitarista (base de la libertad) y cívico es la obligación del socialismo. Los derechos requieren deberes y responsabilidad en el gobierno del interés público por parte de todos. Los mercaderes de ilusiones que prediquen desde otros púlpitos ideológicos al socaire de lemas manidos... va bien. La celebración de un congreso debe servir precisamente para debatir sobre las respuestas programáticas del socialismo a tales cuestiones, no para dirimir liderazgos vacíos de ideas, que terminen en victorias pírricas de un sector interno sobre otro. Ello desmerece a un partido que ha sobrevivido desde 1879 a peores momentos. Los proyectos perduran, los líderes son circunstanciales y las banderías por espurios intereses sobran..
Francisco Sevillano Calero es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Alicante y militante del PSPV-PSOE
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