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Sobre el bosque de semáforos

En un reciente reportaje publicado en EL PAÍS (8 de febrero), el periodista se preguntaba la razón por la que en Valencia había doble número de semáforos por habitante que en otras grandes ciudades españolas. Efectivamente, en Valencia hay un bosque de semáforos, igual que hay un bosque de farolas, y si bien hace tiempo que se cuestiona la fiebre instaladora del actual concejal de Alumbrado, el señor Jurado, y los escandalosos precios que paga, hasta ahora nadie se había referido públicamente a la extraordinaria proliferación de semáforos en las calles valencianas. Como en el citado reportaje solamente aparecía la opinión del concejal de Transportes, conviene hacer alguna puntualización. Dice el señor Bellver que dicha proliferación de semáforos favorece al tráfico, pero sobre todo al peatón. Sobre el primer punto podríamos estar de acuerdo: la onda verde semafórica en las avenidas principales favorece las altas velocidades. Es posible recorrer kilómetros sin encontrar una luz roja, siempre que se circule a suficiente velocidad, por encima de la máxima que permite el Código de Circulación en área urbana: tan sólo 50 kilómetros por hora. A esas velocidades es imposible pararse cuando de repente se encuentra un semáforo que se acaba de cerrar. Da igual, tampoco pasa nada... salvo accidentes, sustos, y miedo de los peatones a cruzar la calle con el semáforo a favor. No es posible estar de acuerdo con el señor Bellver en que tantos semáforos protejan a los peatones. Además de la impunidad de las infracciones en los semáforos en rojo, hay que señalar los largos tiempos de espera para los peatones. Por esta razón, cruzar a lo ancho una avenida de 50 metros (a pie) cuesta mucho más que recorrer un kilómetro a lo largo (en coche). Eso cuando no se suprimen directamente uno o dos de los pasos de peatones en un cruce, como está siendo cada vez más habitual (intenten caminar a lo largo de una calle céntrica como San Vicente, entre la plaza de San Agustín y María Cristina...). La regulación semafórica aplicada favorece las velocidades altas en las calles principales convertidas en carreteras urbanas, y eso a base de unas ayuditas: la construcción incesante de costosísimos túneles, la eliminación de jardines en avenidas como Fernando el Católico, para crear giros a la izquierda, y sobre todo penalizando o imposibilitando los desplazamientos a pie, todavía los mayoritarios en esta ciudad. No está claro que esto favorezca las velocidades medias, en la mayoría de las calles, ya que las facilidades al tráfico las llenan de coches aparcados, mal aparcados y buscando aparcamiento, con lo que las velocidades medias, paradójicamente, son muy inferiores. El transporte público tampoco sale bien parado por la regulación semafórica. Se viene hablando de implantar sistemas de onda verde para los autobuses, como se está haciendo en muchas ciudades en todo el mundo, pero esto es impensable en una ciudad que tiene desde hace cinco años un tranvía aherrojado por una implacable barrera semafórica (más de 1.300 postes le obligaron a instalar a Ferrocarrils de la Generalitat en apenas 10 kilómetros de recorrido), que reduce un 50% su velocidad comercial, a pesar de las peticiones a favor de la prioridad del tranvía hechas por las Cortes Valencianas y por el mismo Ayuntamiento. No sabemos si el señor Bellver camina o va en tranvía, pero confía ciegamente en las informaciones de sus técnicos, que le llevan a decir públicamente que "algunas ciudades que cerraron sus centros al tráfico han empezado a cuestionar esas medidas", o que la multiplicación de semáforos "protege al peatón". Lo que se está haciendo en las principales áreas urbanas del mundo, y en muchísimas poblaciones de menor tamaño que Valencia, es otra cosa: calmar el tráfico, reducir las velocidades de circulación, poner en marcha políticas que reduzcan el uso del automóvil y favorezcan los desplazamientos a pie, en bicicleta y en transporte público. No se trata, como suele repetir el señor Bellver de aplicar políticas "de castigo". Entre la "prohibición" que teme nuestro concejal, y la permisividad total que aplica el Ayuntamiento, hay un amplio abanico de medidas que incentivan unas prácticas y desaniman otras. En definitiva, que hacen posible que una parte creciente de la población deje el coche en casa, y a cambio disfrute de otras formas de movilidad en mejores condiciones, al tiempo que también mejora la calidad de vida en su población. Valencia debe ser la única ciudad del mundo que aún presume de tener cada año más coches en circulación, y a mayores velocidades. A cambio tenemos bosques de semáforos y farolas, las calles llenas de coches, y las aceras llenas de coches, motos, señales y mobiliario publicitario, mientras que no tenemos apenas árboles, ciclistas o niños jugando en la calle.

Vicente Torres es consultor, especialista en transportes.

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