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Derroche de suela hacia el Guinness

Ha jubilado ya siete pares de zapatillas y dejará para el arrastre al menos otra docena antes de cumplir su objetivo: llegar en mayo del 2001 a Bombay, donde Sven Borg, un ciudadano sueco de 55 años, pretende concluir su caminata de 35.000 kilómetros en tres años por todo el mundo. En su solitaria marcha de 40 kilómetros diarios con un carrito en el que carga su equipaje, Borg hizo escala esta semana en Valencia. Este andarín impenitente intenta batir el récord Guinness de caminatas que ostenta el norteamericano Colin Newman desde 1987, tras andar 30.431 kilómetros en cuatro años. Borg partió de Suecia en mayo de 1998 y ha recorrido ya 12.700 kilómetros. En los próximos dos años le aguardan otros 22.300 kilómetros. La aventura se gestó cuando Sven dio con sus huesos en el paro. Después de 34 años trabajando como decorador quebró su empresa y pasó a engrosar las estadísticas de desempleados. "Cuando tienes más de 50 años las posibilidades de hallar un nuevo empleo son muy remotas", reconoce este trotamundos incansable. Sven decidió rebelarse ante este sombrío futuro laboral porque siempre ha sido "un tipo muy activo" y no tenía la mínima intención de quedarse sentado aguardando la vejez. No tenía obligaciones familiares que le retuvieran en Suecia. Lleva varios años separado de su esposa y su única hija, de 25 años, ya se ha emancipado y cobra un buen sueldo en una empresa de Chicago. Así que decidió que nada le impedía lanzarse a derrochar suela por los caminos de medio mundo. Tras vender todas sus posesiones y pagar sus deudas le quedó un exiguo capital de 2.000 pesetas para financiar su ambiciosa aventura. Por mucho que ahorrara, era inevitable que se le acabara el dinero en unas pocas jornadas. No le preocupó lo más mínimo. En Hamburgo trabajó una semana como pintor, cuenta con el apoyo de varias empresas y en muchas ocasiones la gente que se encuentra por el camino le echa una mano para que pueda seguir devorando kilómetros. Muchas personas le pagan un café o le regalan un sombrero o una camiseta. Pero no le han faltado los obsequios más pintorescos. Una vez le entregaron un perro que le acompañó durante 2.500 kilómetros. "Evitó que me sintiera solo, pero me causó algunos problemas porque en muchos restaurantes y establecimientos no dejan entrar animales", recuerda. Hasta que el dueño de un restaurante en la frontera francesa se encariñó del perro y se lo dio. Sin embargo, el regalo más asombroso se lo entregó una mujer adinerada en la Costa Azul francesa. "La señora se acercó, me dio 1.000 francos y dijo: pobrecito, podría pasarme a mí", rememora Sven, que se quedó perplejo. No entendió nada hasta que leyó la entrevista que le había hecho un diario francës. "El periodista", aclara, "apenas hablaba inglés y cuando le conté los miles de kilómetros que estaba recorriendo entendió que era un ex millonario arruinado". Dice que los españoles e italianos son los que mejor le han tratado. Aunque en el país transalpino sufrió algún susto. Un dia, los carabinieri le detuvieron y le metieron en un furgón. Temía acabar en un calabozo, pero lo condujeron a una fonda y le invitaron a saborerar un plato de espaguetis: eran unos admiradores que habían oído hablar de su aventura. Cuando cruzó frontera para entrar en Grecia los carabinieri le regalaron un machete: "Lo necesitará para protegerse", le dijeron. No mentían. En Grecia, vivió los peores capítulos del viaje, atacado por jaurías de perros hambrientos que le miraban "como si fuera un pedazo de carne" y con asaltantes que se le echaban encima en cuanto se acostaba. Pero el machete demostró su utilidad. Nunca le falta un lecho en el que descansar. Casi siempre duerme en "hoteles con un sinfín de estrellas". Tantas como pueda contar en el cielo, tumbado en cualquier banco al aire libre. Para dormirse cuenta estrellas en vez de ovejitas, pero acaba la jornada tan cansado que nunca llega a la decena.

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