Un Greco reversible
"Llego a Madrid y no conozco el Prado, y no lo desconozco por olvido, sino porque me consta que es pisado por muchos que debiera ser pacido".Los dardos del malhadado conde de Villamediana resuenan en los aledaños del paseo del Prado, salón y mentidero cortesano de otro tiempo que hoy amenazan con dejar irreconocible subterráneas maniobras municipales en la oscuridad.
A las puertas del museo se manifiesta el severo caballero de la mano en el pecho que exhibe como estandarte y testimonio de sus reivindicaciones silenciosas un grupo de trabajadores del centro. Silenciosas porque su director, don Fernando Checa Cremades, en su "instrucción número 3/99", del pasado 23 de marzo, les ha prohibido, "por razones operativas", realizar cualquier tipo de manifestaciones, comentarios, entrevistas o artículos en los medios de comunicación sin el visto bueno previo de la dirección, encauzado a través del servicio de prensa del organismo.
En silencio se quejan estos funcionarios de la marginación en que se encuentran y de los mangoneos de los que es objeto nuestro patrimonio pictórico en manos de los políticos.
En su manifiesto ciudadano titulado "Frente a los desastres de la paz", los protestantes reflejan con ironía goyesca los "caprichos" de los responsables del museo, entre los que destacan la polémica restauración -mutilación, dicen ellos-, del caballero del Greco, que ha perdido la firma en un proceso en el que el restaurador mutilador no creyó necesario consultar la opinión de los conservadores y expertos del Prado.
Justificó la supresión de la firma el restaurador Rafael Alonso aduciendo que no era rúbrica auténtica, porque había sido repintada en el siglo XIX sobre los fragmentos originales.
Dudaron de su criterio los conservadores del museo y el director que avaló la restauración terminó por hallar una pragmática y salomónica salida al conflicto: la firma no se ha borrado, sino que ha sido nuevamente velada.
¿Qué quiere decir velar la firma?, se preguntaba ante los micrófonos de la radio hace unos días el señor Checa, y él mismo se contestaba y argumentaba: "Pues quiere decir colocar encima de ella una serie de veladuras absolutamente reversibles; estas veladuras impiden observar en este momento la firma, pero la firma está ahí, y, si hay algún criterio, algún cambio de criterio con respecto a los criterios actuales dentro de unos años, siempre existe la posibilidad de quitar esas veladuras y que vuelva a aparecer otra vez la firma".
Al sufrido Caballero de la Mano en el Pecho, que es hombre de muchas capas, le han puesto una reversible, de quita y pon, al gusto del consumidor; han hecho de su capa ensayo de una nueva forma de mirar la pintura eterna con ojos nuevos según la moda del momento, influida sin duda por los gustos que se imponen en las pasarelas del diseño y en las checas de la alta confección, donde El Greco se debe llevar mucho esta temporada por aquello de la anorexia.
En las nuevas salas de Goya se llevan este año los colores pistacho, vainilla y avellana como contraste cromático.
La disposición actual de la obra tiene sus pros y sus contras, según la crítica especializada, que coincide en señalar como su aspecto más negativo la negra suerte que siguen sufriendo en su nuevo emplazamiento las pinturas negras del atormentado genio, a las que cualquier día, en un alarde de osadía, algún restaurador acabará sacando los colores con un espectacular maquillaje.
Apocalípticos en vísperas del milenio, los protestantes del Prado suscriben que "nuestras más valiosas pinturas viven prisioneras de aquellos que por ser presidentes de Gobierno, ministros de Educación y Cultura, secretarios de Estado de Educación y Cultura, directores generales de Bellas Artes, presidentes y patronos del Patronato, directores, restauradores, refinados decoradores... usan de ellas para ornato de su imagen pública".
Algo así nos temíamos.
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