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Escenas de Berlín

En la primera escena están Hitler y Albert Speer. Año 1937. Van a celebrar el 700º aniversario de Berlín. Ignacio Sotelo, catedrático de Ciencias Políticas, en la Universidad Libre de Berlín, articulista temido más que admirado, les interpela: "¿Cuál es el primer día de esos 700 años?". Speer se adelanta: "La primera vez que Berlín aparece escrito en un texto". Sotelo pide referencias precisas del texto y cuando se las dan brama irónico y casi ininteligible sobre la farsa del origen: "¡En el texto ni siquiera se habla de Berlín!". Un narrador brechtiano declama desde la esquina: "Una gran ciudad es como el universo: hubo un big bang, pero todo lo demás se ignora". Siguen los tres. Hitler y Speer tienen planes muy serios para la ciudad. Anuncian que van a convertirla en una ciudad poderosísima, en el emblema resplandeciente y brutal de la nueva Alemania. Sotelo cabecea negativamente, con un punto de terquedad, y les advierte que entonces ya no hablan de Berlín. "Berlín", se yergue el profesor, "la ciudad hanseática, la marca de Brandenburgo, la capital de Prusia, del Imperio, de Weimar, no fue nunca cómplice de su Estado. Al contrario, fue desdeñosa y a veces contraria a él". Los otros sonríen. "Tiene razón, Sotelo, y por eso no va a quedar ni siquiera su nombre. ¡La llamaremos Germania!, que no es nombre eslavo". Asqueado, Sotelo abandona la escena, y el Berlín nazi, no sin antes admirar, por última vez, la belleza violenta e inquietante de su nueva arquitectura. Pide que bajen el telón del XVII: matojos y yermos y una columna de hombres que camina en dirección a la ciudad desolada. La guerra de los Treinta Años ha terminado y los berlineses apenas son 6.000 almas. Sotelo se mezcla entre los hombres que llegan. El profesor les pide santo y seña. "Somos hugonotes, señor, y somos 6.000 mal contados. El edicto nos ha expulsado de nuestro país y ahora buscamos un lugar". Sotelo bebe de su vino. Les dice que nunca había probado nada igual. Después de los primeros 12 tragos canta una canción feliz donde no se duda que estos franceses civilizarán la ciudad. El narrador busca la luz cenital y sentencia que Berlín no habría existido sin las inmigraciones y la mezcla. "Ni nada", aún se oye el chasquido de su voz mientras el foco y sus pasos se desvanecen. Sobre un telón negro, se proyectan imágenes de Berlín durante la República de Weimar. Sotelo atraviesa el escenario hasta colocarse en el centro del telón. Las imágenes, de multitudes frenéticas, le golpean en la cara y ensombrecen su barba teutona y blanca. Unos subtítulos van desgranando la historia de Weimar: "Un estrecho y dramático pasillo de la historia, anegado por la inflación y el paro, precursor del nazismo". Sotelo asiente de mala gana, se retira del cañón de imágenes, despliega una pizarra portátil y escribe con tiza blanca: "Pero el Berlín de Weimar fue el centro cultural de Europa. En la ciudad se editaban cien-to-cua-ren-ta-y-nue-ve-pe-rió-di-cos". Todo queda en silencio hasta que se oye la voz pedagógica de Sotelo. Camina con su hija por el barrio berlinés de Kreuzberg. Ella es una muchacha berlinesa, de poco más de 20 años. Sotelo va hablándole. -Este era el barrio alternativo del Berlín federal en la época del muro. Cogió fama en toda Europa. No sabían que, como casi todo el Berlín de la posguerra, era un barrio subvencionado. Geográficamente, el muro lo había convertido en un barrio marginal. Pero ya ves que ahora esto es el centro de la ciudad. Aún quedan alternativos, más alternativos que nunca ahora que no les paga nadie, pero pronto vendrán los ministros. En agosto, el 15, se traslada el Gobierno. Tengo una gran curiosidad por saber qué relaciones establecerá la ciudad con su nuevo Estado. Tú también habrías de tenerla; sobre todo tú, que eres berlinesa. -¿Tienes algún otro encargo, papá? -Sí, tengo otro -prosigue el herr professor sin que la ironía lo inmute-. Tú y los tuyos, algún día, querréis saber cómo fue la vida en el Berlín dividido, en aquel extrañísimo experimento de la historia. Para saberlo, deberíais reconstruir mentalmente los edificios, con sus grietas, y luego analizarlos. Porque ahora, todos los análisis de aquel mundo se están haciendo sobre los escombros. Telón.

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